I. Eiden

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Aquella mañana llovía. Una mañana lluviosa cualquiera.

Pero aquél no iba a ser como otros días.

Ren tenía un mal presentimiento, uno muy malo. Y no le había ayudado que su tía, la cual le leía las cartas del tarot en cada desayuno, le hubiese advertido con cara pálida y expresión horrorizada:

—Hoy conocerás a tu asesino.

—Vamos, Erna, no asustes al niño —había replicado la madre.

Ren no refunfuñó por que le hubiese dicho «niño», estaba demasiado asustado. Él sí creía en los poderes de su tía —después de todo, un día se había librado de llegar empapado a clase gracias a que le había advertido esa mañana que eligiese siempre la derecha «o algo terrible te pasará».

Por ello no se calmó ni cuando entró a clase, ni cuando vio a sus amigos saludándole desde el fondo de la clase.

—Traes mala cara, ¿estás bien? —Se percató Marian.

Ren se limitó a sonreír con la mayor credibilidad que pudo reunir y asintió.

Cualquier saludo quedó interrumpido cuando la profesora de Historia, Miss Waller, entró a la clase: una mujer de cabello canoso y gafas de pasta marrones y con tanta graduación que ni los que se sentaban en primera fila sabían el color de sus ojos. Por su vestimenta bastante antigua, Ren había llegado a pensar que podría ser perfectamente un personaje de cualquier otro siglo. Y por su forma de actuar, era bastante posible.

—Bien, buenos días a todos. Abran el libro por donde nos quedamos, por favor.

ooo

—Así que tienes un mal presentimiento y tu tía esta mañana ha vaticinado que algo horrible te va a pasar, ¿no? —recapituló Marian.

Ren asintió.

—Ya sabes que tu tía está loca —afirmó Marcos.

—Pues no lo estaba tanto cuando quisiste averiguar si tendrías la consola que querías por tu cumpleaños —replicó Ren, fulminándolo con una mirada.

—O si el videojuego de tu saga favorita saldría pronto —añadió Marian.

Derrotado, Marcos se encogió de hombros, dedicándose a beber su bebida mientras el aire ondeaba su pelo rojo como el fuego. De hecho, Ren recordaba que cuando se vieron por primera vez siendo pequeños, se asustó creyendo que su cabello estaba en llamas.

Ren lo observó atentamente, aunque no prestó atención ni a su pelo rojizo, ni a sus ojos verdes, ni tampoco a que llevaba una camiseta negra de manga larga en pleno mayo. Observaba el tiempo que Marcos llevaba detrás, toda la historia que habían compartido los dos. Si alguien le hubiese dicho que aquel loco terminaría siendo su mejor amigo, no se lo habría creído.

El sonido del timbre le sacó de sus recuerdos. Con un suspiro, cogió su mochila y se dispuso a entrar por la puerta. Pero, de pronto, palideció y comenzó a respirar con mayor velocidad. Sintió algo, como si estuviese en peligro inminente. Miró a su alrededor, y no vio nada sospechoso, tan solo una ola de gente entrando, amargados por tener que volver a escuchar cosas que, seguramente, a muchos les resultaba insoportables.

Se sobresaltó cuando una mano tocó su hombro. Para su alivio, tan solo era Marcos, preocupado.

—Ren, ¿estás seguro de que todo va bien?

—S-Sí, tranquilo. —Ren sonrió.

Marcos se encogió de hombros y se fue. Ren tragó saliva y le siguió.

Alguien les había observado con curiosidad.

ooo

Sus párpados estaban a punto de perder la lucha contra el sueño, su cuerpo pedía rendirse a los encantos de Morfeo, pero siguió aguantando. Aunque cuando vio que tan solo habían pasado 10 minutos de clase, optó por dormir. Después de todo, seguro que era más provechoso que escuchar a aquel hombre de voz monótona. O podía grabarle para escucharlo cuando tuviese insomnio, pensó, seguro que así se dormía.

Unos toques en la puerta le provocaron un sobresalto. Marcos, que se había pasado todo el tiempo esperando a que se durmiese para poder reírse a gusto, reprimió una carcajada.

—Perdone el retraso, pero no encontraba la clase —se excusó una voz grave, aunque tampoco mucho.

—Ah, tú debes ser el de intercambio, ¿verdad?

El joven asintió y traspasó el marco de la puerta. Cuando se hizo visible a la clase, el corazón casi le traspasa el cuerpo a Ren.

Aquel chico era alto, de cabello oscuro como la noche con un mechón cayéndole por delante. Vestía una chaqueta negra, una camiseta blanca con un dibujo de Nueva York, unos vaqueros y unas deportivas blancas. Pero lo que más le llamó la atención a Ren fueron sus ojos, de color rojo. O amarillo. O los dos, Ren no lo podía saber con claridad. No obstante, de lo que sí estaba seguro es que destilaban fuerza, como si fuesen dos orbes que hubiesen atrapado un incendio inextinguible en su interior.

Lo que ya desconocía totalmente era la razón por la que había comenzado a hiperventilar, por la que su cara había pasado a tener un color demasiado pálido para ser sano. Pensó que podía deberse a que era muy guapo, incluso más que los modelos que salían en revistas o muchos actores de películas, pero desechó esa opción, le parecía que su reacción era demasiado fuerte y no era la primera vez que veía a una persona que físicamente le atraía.

—Chicos, este es Eiden. Es un alumno de intercambio, así que tratadlo bien y ayudadle a ubicarse.

El joven se limitó a mostrar una sonrisa que alteró más a Ren. Y aquello iba en aumento a cada paso que Eiden daba hacia el asiento de su izquierda.

Segundos de que el chico se hubiese sentado, Ren estaba al límite. Intentó calmarse —de nuevo— sin éxito alguno. De pronto, las paredes comenzaron a dar vueltas y los alumnos a duplicarse. Ren se asustó.

Lo último que vio antes de que todo se fundiese en negro fue a un Eiden difuminado mirándole con una sonrisa en el rostro

Toques de negro y destrucción (Círculo de Negrura 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora