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Silencio.

El silencio envolvió el inquietante entorno desconocido, creando una abrumadora sensación de desorientación para el joven héroe de Puebla. Yaciendo inconsciente en el suelo, su quietud marcaba el aire.

Poco a poco empezó a despertarse y sus ojos se abrieron con esfuerzo. Desorientado y dolorido, se sentó con cautela, haciendo una mueca al tocarse la cabeza dolorida. Cuando sus sentidos volvieron por completo, inspeccionó su entorno y se encontró con una visión inquietante.

La oscuridad era absoluta, un vacío impenetrable sin rasgos discernibles. No había puertas, ni ventanas, ni suelo, ni ningún rayo de luz que ofreciera siquiera una leve indicación de su paradero. Un escalofrío recorrió su espalda mientras luchaba por comprender qué estaba ocurriendo.

El pánico se apoderó de él mientras intentaba recordar cómo había llegado a ese 'lugar' inquietante. Sus recuerdos se sentían fragmentados y esquivos, dejándolo con una profunda sensación de aislamiento. Sus amigos, que debían estar a su lado, también habían desaparecido, dejándolo inquietantemente solo en este vacío de dejà vu.

Mientras lidiaba con la situación, se dio cuenta de que debieron haber sido separados durante una parte particularmente desafiante de su aventura. Esta comprensión envió una escalofriante ola de incertidumbre a través de él, mientras luchaba con el desalentador desconocido que se avecinaba.

Justo cuando estaba a punto de sucumbir al miedo, una voz familiar rompió el silencio opresivo y gritó su nombre:

"¡Leo!"

Esa voz... esa voz pertenecía a Xóchitl, y reverberó desde la distancia, creando un débil eco en la oscuridad.

Volviendo la cabeza para buscar dónde estaba la chica, no había ninguna vista de ella, y a punto de pensar que simplemente estaba perdiendo la cabeza, escuchó otra voz que gritaba desde el abismo:

"Leo, ¿dónde estás, muchacho?"

Esta vez fue Don Andrés. La comprensión de que todos ellos estaban aquí, vivos, o al menos la mitad de ellos, si sabes a qué se refiere, aún así se produjo una sensación de alivio en medio de la desesperación.

Ahora estaba decidido a encontrarlos. No quiere perderlos a todos, no de nuevo. Haciendo acopio de coraje, Leo se puso de pie, con la determinación parpadeando en el fondo de sus ojos. Con cada paso adelante, prometió desentrañar el misterio de este 'lugar' y encontrar un camino de regreso al mundo que conocía.

Mientras navegaba en la oscuridad, Leo permaneció alerta, sintiendo una presencia siniestra acechando más allá de su vista. La inquietante sensación de que algo, o alguien, estaba observando cada uno de sus movimientos le provocó escalofríos.

¿Podría ser...?

"No," Leo se sacudió la inquietud y se recordó a sí mismo, "No es él, no puede ser él. Ellos lucharon contra él y ganaron, ya no nos puede lastimarnos. No hay ninguna manera de que se haya regresado."

¿... Verdad?

Y, aún así, siguió adelante, sacando fuerzas de los ecos de las voces de sus amigos que permanecían en el aire. Cada paso que daba parecía resonar suavemente, un conmovedor recordatorio de su duradera camaradería frente a la adversidad.

De repente, un eco más fuerte atravesó el silencio, llevando el mensaje urgente de Alebrije:

"Ey chamaco, ¡¿dónde andas?! ¡Tienes que venir aquí y darte prisa!

El corazón del chico se aceleró mientras aceleraba el paso, impulsado por la inquebrantable determinación de llegar a sus amigos. Los ecos resonaron con más fuerza, cada uno de ellos una súplica de ayuda y un testimonio de la difícil situación que compartían.

La Trampa Maldita (Charrleo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora