4. El primer escalón.

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Jungkook continuó viendo a Yoongi los cuatro días siguientes. No hubo cambios importantes en su rutina. Por las mañanas se levantaba gracias a los pasos de Seokjin, se daba una ducha fría y desayunaba con el canto de los pájaros haciéndole cosquillas en el oído. Después se iba en el auto de la señora Kim y la escuchaba hablar de sus anécdotas de la universidad, de lo bella que era de joven y de la infinidad de malas amigas que intentaron dañarla por envidia. No recibió llamadas de su madre en ninguna de esas ocasiones y en el fondo agradeció no tener que dirigirle la palabra.

En el orfanato, ayudaba como siempre a preparar el almuerzo y, aunque nunca lo dijo en voz alta, notaba que las porciones se iban reduciendo conforme pasaba el tiempo. El segundo día la comida no alcanzó para las cuidadoras y Hari tuvo que compartirle de su desayuno.

—Gracias —dijo Jungkook con la cara roja de vergüenza mientras veía a Hari partir su sándwich a la mitad—. Y lo siento.

Hari negó con la cabeza.

—Eres nuevo. Nadie te lo advirtió.

La enfermera, que alimentaba a Jaehyun, se giró a verlos.

—¿Ya están racionando? Apenas estamos a mitad de mes.

—Hubo problemas con el presupuesto —contestó Hari y le dio un mordisco a su sándwich que lo redujo a casi nada.

La enfermera resopló, enfadada.

—Esas mujeres ambiciosas... —Le acarició los cabellos sucios a Jaehyun, que se había dormido—. Que no se atrevan a meter las manos aquí, porque dejaré a un lado la ética...

La enfermera siguió refunfuñando insultos. Jungkook miró a Hari de soslayo.

—¿A qué se refiere? —le preguntó en voz baja.

—Mejor que no lo sepas —dijo Hari, y cuando Jungkook intentó replicar, lo acalló con un gesto.

Al mediodía, Jungkook se iba a la vieja escuela de música, dónde una y otra vez encontraba a Yoongi esperándolo para empezar. Entonces, se sentaba en el suelo y lo contemplaba en silencio, atrapando los retazos del mundo que se asomaba al contacto de sus dedos con las teclas. Al finalizar, Yoongi decía la misma oración sin entonar: «Qué te pareció». Y Jungkook se esmeraba en sus halagos y en describir lo indescriptible. Yoongi nunca decía gracias. En cambio, se ponía en cuclillas y le daba un largo beso. Las primeras veces Jungkook era tan inexperto que se limitaba a quedarse quieto con los ojos abiertos. Pero poco a poco, guiado por Yoongi, supo cuánto abrir la boca, cómo mover los labios y aprendió por cuenta propia el arte de usar la lengua.

Cuando los besos parecían subir de intensidad, Yoongi se separaba de golpe, se colgaba el estuche de guitarra en el hombro y se iba sin decir adiós. Jungkook se quedaba más tiempo del debido, a veces a causa de una erección, y otras porque le gustaba encontrar los signos que Yoongi dejaba sin querer y que probaban su existencia: un encendedor con sus iniciales, huellas en las teclas del piano, un cabello caído en el banco. Todos estos objetos acababan resguardados ya fuera en sus bolsillos o en un rincón de su mente.

Por la tarde, de vuelta en el orfanato, dedicaba su tiempo a Jaehyun. Le leía cuentos y le hacía preguntas fáciles que lo mantuvieran alejado de dormir. Pero a menudo Jaehyun cerraba los ojos antes de terminar la historia o la debilidad le impedía responder incluso monosílabos. En esas ocasiones la enfermera se encargaba de hablar por él o memorizaba el final del libro para contárselo a Jaehyun cuando despertara.

—No conoce el mundo fuera de la enfermedad —dijo la enfermera mientras arropaba a Jaehyun que recién se había quedado dormido.

Jungkook la miró, extrañado.

KATABASIS ; jjk&mygDonde viven las historias. Descúbrelo ahora