EL ZORRO. Parte 1

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Una noche fría y oscura, con la promesa de lluvia en el aire, era una rareza en el pequeño pueblo. La comunidad era tan pequeña que todos se conocían, aunque algunos nunca intercambiaran palabras. Las calles estrechas y las casas de ladrillo antiguo parecían susurrar historias de tiempos mejores. En ese lugar vivía un Robin Hood moderno, conocido como "el Zorro" por su atuendo negro. Robaba a los ricos y a los gobernantes corruptos, quienes despojaban al pueblo de sus escasos recursos, y devolvía lo robado a sus legítimos dueños. Hacía justicia a su manera y por eso el pueblo lo amaba.

Los niños, en sus juegos, a menudo imitaban las hazañas del Zorro, soñando con ser tan valientes como él. Los ancianos contaban historias sobre sus robos con una mezcla de temor y admiración. El Zorro se había convertido en una leyenda viviente, un símbolo de esperanza y resistencia contra la opresión.

Esa noche, un carro negro rondaba por el pueblo. Eran las nueve en punto, y aunque normalmente los habitantes permanecían fuera hasta las diez u once, esta vez todo estaba en silencio. Las casas estaban bien cerradas y el aire estaba cargado de temor. La luna apenas asomaba entre las nubes, proyectando sombras inquietantes sobre las calles desiertas. Todos sabían lo que ese carro buscaba: una nueva víctima, alguien a quien desaparecer si no delataba al ladrón. Pero nadie imaginaba que esa noche buscaban a su héroe enmascarado, su Zorro. Buscaban su casa, buscaban a Omar.

Omar, con su aspecto tranquilo y su sonrisa fácil, no parecía el tipo de persona que se enfrentaría a los poderosos. Sin embargo, bajo esa fachada se escondía un hombre decidido y valiente. En su casa, iluminada por una tenue luz amarilla, Omar y su esposa, Zaira, disfrutaban de una charla tranquila, ajenos a la tragedia que se avecinaba.

Omar era un chico criado en el pueblo. De sus padres solo se sabe que llegaron al lugar y lo dejaron al cuidado de un hombre viudo bastante mayor, que al parecer era su tío, el señor Osmar. Este señor, aunque no era rico, lo crio como si fuera su propio hijo, enseñándole los valores de la honradez y el trabajo duro. Ganaba lo justo vendiendo en el mercado y transmitió a su hijo adoptivo la moral y las habilidades necesarias para ganarse la vida. Omar no pudo ir a la escuela, pero, aprendió lo básico de algunos maestros del pueblo que le tomaron cariño y dedicaban espacios libres para educarlo. Sin embargo, él demostró una sorprendente habilidad para aprender rápidamente, lo que le permitió no solo defenderse en la vida con conocimientos sino también destacarse más allá de las expectativas.

Desde joven, además de ayudar a su padre adoptivo con el trabajo en el mercado, acompañaba a los albañiles y trabajaba como auxiliar para ganar algo más de dinero. Pronto superó con creces a quienes le enseñaron, mostrando una habilidad y creatividad que llamaron la atención de todos. Este reconocimiento mejoró la situación tanto de él como de su padre adoptivo. Sin embargo, la muerte del señor Osmar cuando Omar tenía 22 años lo dejó devastado. Aunque muchos vecinos del pueblo se preocuparon por él, Omar sintió una profunda soledad tras la pérdida del hombre que había sido su principal apoyo y guía. Tres meses después, decidido a dejar atrás los recuerdos dolorosos y buscando nuevas oportunidades, se marchó a una ciudad distante.

Eran aproximadamente las diez y treinta de la noche cuando el auto negro se detuvo frente a su casa. Unas gotas de lluvia comenzaban a caer con suavidad sobre el empedrado del pequeño pueblo. Dos hombres corpulentos se bajaron del vehículo y golpearon la puerta con insistencia. Zaira, se negó inicialmente a abrir, consciente de la amenaza que representaban. Sin embargo, ante los golpes cada vez más fuertes, finalmente cedió.

Los hombres irrumpieron en la casa como toros furiosos, armados y decididos. Omar, resignado, no ofreció resistencia alguna mientras lo tomaban por los brazos. Zaira, con determinación en sus ojos, sabía que no volvería a ver a su esposo si no hacía algo. Decidió acompañarlos, aunque no la dejaran. En un gesto desafiante, se mantuvo firme frente a su auto, consciente de que los hombres temían llamar la atención de los vecinos con más protestas. Mientras Omar estaba amarrado y con la boca tapada, solo podía orar para que no le hicieran daño. Finalmente, los hombres optaron por dejarla ir con ellos, sin necesidad de amordazarla, quizás sorprendidos por su actitud decidida o por el riesgo de mayores complicaciones.

El agua caía con fuerza cuando los hombres sacaron a Omar del pueblo. Avanzaron unos pocos kilómetros y se detuvieron en un campo abierto cerca del río, donde otros tres hombres los esperaban. Al ver a Zaira, los hombres se enfadaron, conscientes del riesgo que representaba su presencia. Con el tiempo limitado, decidieron sentarla cerca de un árbol y la ataron con las manos detrás de la espalda, aunque no demasiado apretado. Quince minutos bastaron para que se liberará, pero mantuvo la calma y no demostró haberse soltado.

Comenzaron a torturar a Omar de manera brutal: azotes que desgarraban su piel, le arrancaron las uñas, y lo golpearon con puños y patadas por todo el cuerpo mientras se burlaban de él.

—Dinos, Zorro, ¿quién te ayudaba? Es poco probable que trabajaras solo. ¿Te quedabas con parte del botín o lo entregabas todo a esos pueblerinos? —preguntaron entre risas y golpes.

La tortura continuó sin que Omar emitiera más que gemidos de dolor.

—Si te decimos quién te delató, ¿responderás?

Omar guardaba silencio, resistiendo con determinación cada golpe y provocación.

—Fue un vecino tuyo quien te delató. Te vio con tu disfraz y te vendió como a un animal, todo por un puesto en la alcaldía. Ese miserable no sabe que es el siguiente en nuestra lista. Ya no nos sirve de nada —continuaron los hombres con crueldad.

A pesar de la brutalidad de la tortura, Omar se mantuvo en silencio.

Al otro lado, Zaira observaba impotente cómo su amado sufría, conteniendo sus lágrimas mientras los hombres continuaban con la brutalidad. Se esforzaba por no gritar ni intervenir, consciente de que cualquier acción impulsiva podría poner en peligro a ambos. En lugar de eso, se sumergió en recuerdos del pasado. Recordó cómo había conocido a Omar una década atrás. Él llegó del pueblo sin conocer la ciudad, mientras ella tenía 21 años y trabajaba como asistente en una constructora local.

Los primeros días de Omar en la ciudad fueron difíciles; como recién llegado, le costaba adaptarse al trabajo de albañil en las grandes construcciones urbanas, tan diferente a lo que estaba acostumbrado en su pueblo. Había conseguido ese empleo gracias a la falta de personal. Sin embargo, su capacidad para aprender y su dedicación destacaron rápidamente. En apenas una semana y media, Omar dominaba el trabajo, y en meses se convirtió en uno de los más eficientes del equipo. Pronto, sus habilidades le permitieron proponer ideas innovadoras para las estructuras que construían.

Durante aquellos meses, Zaira notaba cómo Omar siempre la observaba desde la obra. Intrigada, decidió acercarse y saludarlo, lo cual marcó el inicio de su relación. Después de solo un mes de salidas, se hicieron pareja, y a los ocho meses se casaron.

Historias de amor sin final felizWhere stories live. Discover now