Capítulo 27

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Habían pasado tres días desde que Anna, Asia y Acua estaban en cama

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Habían pasado tres días desde que Anna, Asia y Acua estaban en cama. No se habían movido, aunque me sentía aliviada al comprobar que, poco a poco, volvían a su forma natural y sana. Nos habíamos turnado por la noche; cada día, uno de nosotros montaba guardia con la esperanza de que alguna se levantara. Aunque nos aferrábamos a esa esperanza, costaba mantenerla dentro de nosotros. Attor se había encargado de todos los cuidados necesarios para ellas, elaborando mejunjes de colores extraños que administraba con cuidado, siempre alzándoles la cabeza, comprobando su pulso y dándoles aquel líquido extraño.

Lo sorprendente de todo es que era efectivo. Con esos cuidados, Attor había conseguido que se restauraran. Rezaba cada día a los dioses para que se levantaran, que abrieran los ojos. Había sido un martirio constante, viendo cómo no pasaba nada, viendo cómo ellas se quedaban postradas en esa cama.

<<Cuando se despierten les van a doler las articulaciones. Ya me puedo imaginar a Asia quejándose>> era lo que me mantenía con esa llama de esperanza.

Deseaba que abrieran los ojos, que Asia dijera cualquier cosa, una queja, un sonido; que Anna sonriera, quitándole importancia al asunto; y que Acua me mirase. Necesitaba ver esos hermosos ojos azules que habían sido mi tortura en sueños y en la vida real, necesitaba ver esa pequeña sonrisa que esbozaba de manera disimulada cuando algo le hacía gracia, pero que, cuando alguien la miraba, la borraba de inmediato, aunque en sus ojos se pudiera ver esa chispa de diversión que no lograba extinguir.

Necesitaba muchas cosas, pero el proceso era demasiado lento. Según me había dicho Dagdas, él había usado su magia en varias ocasiones con la esperanza de que reaccionaran, pero nada. Simplemente seguían como en un sueño permanente del cual no querían salir.

Melany aún estaba sopesando todo lo que le había dicho. Aún podía ver reflejado el miedo y también aquel brillo extraño que se apoderó de sus ojos. Ella dijo que ninguna iba a morir, que no era su hora, que se lo habían dicho las Moiras, pero no podía confiar en esas miserables que jugaban con el destino de todos nosotros. Muchos aseguraban que nosotros, los elementales, éramos seres poderosos, y como he pensado en incontables ocasiones, no creo que seamos los más fuertes, sino los más hábiles, pues nosotros, a pesar de todo nuestro poder, no podíamos hacer nada contra las Moiras.

En esos momentos me encontraba en mi cuarto. Era Dagdas el que se encargaba de la vigilancia de ellas esta noche, y a pesar de las quejas constantes de Yulen, que se negaba a abandonar la habitación, había logrado que se fuera a dormir; necesitaba descansar. Yo no podía. En esos momentos, la incertidumbre me estaba matando. El tiempo pasaba y cada vez estábamos más lejos de nuestro objetivo, más lejos de la misión que habíamos venido a realizar. Nuevamente, rezaba a los dioses para que el poder de Melany se apoderara de ella y nos dijera cualquier cosa, lo que fuera necesario, alguna pista. Pero le costaba, se negaba a escuchar esa parte mágica de ella, esa que le estaba incitando, que le rogaba que saliera. No quise imaginarme todo lo que le estaba costando a Melany, ya que su poder era bastante fuerte y difícil de controlar.

La Reina del Fuego-Segundo libro De La Saga: Elementos-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora