[ XXIX ]

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Nos quedamos recostados, casi encima del otro, a recuperar fuerzas.

—No podemos seguir haciéndolo en su habitación —dijo Michael, medio adormilado—. Podrían descubrirnos fácilmente.

—Imposible, he hecho que Charlie sea más ruidoso y nunca tuvimos problemas. —Le propino un golpe en la cabeza que le divierte.

—Aún así, es mejor ser precavidos.

—El fin de semana deberíamos ir a mi casa de verano.

—Una casa de verano —me burlo.

—Nadie está ahí, más que unos cuantos empleados, que se van al anochecer.

—¿Y qué le dirás a tus padres? En especial a tu madre. —Entienden al instante a lo que me refiero.

Por más que deseábamos ser positivos, nada en nuestras vidas nos lo permitía. De cierta forma, nuestra relación hizo que descendiéramos aún más en un infierno terrenal del que nos costaba disfrutar. Al menos a mí.

—No la hagas enojar.

Michael se levantó y tomó su ropa. Yo hice amago de hacer lo mismo, pero Elliot me lo impidió.

—Tengo derecho de ir; en unos años todo eso será mío.

—Si no te comportas como ella quiere, nada será tuyo —le recordó Mickey.

Me imaginé un futuro donde Jones era sacado del testamento de su padre y su vida se reducía a mendigar por las calles. Y me di cuenta que no asimilaba una línea temporal en donde Luke, Simon, Elliot o incluso Maxwell perdieran su fortuna, el privilegio que los hacía tan odiosos en determinados momentos y que les impedía quitarse la venda elitista de los ojos.

Ese era su destino. No podíamos separar a ninguno de ello.

¿En cambio yo?

Con dinero o sin él continuaría siendo lo mismo. El perdedor de siempre, el que debía esforzarse por todo y a la vez nunca quería recibir los méritos por estar en manos de gente que solía despreciar.

—Que Luke y Simon vengan el domingo; así el sábado será para nosotros y nadie sospechará.

—Genial, me imagino que a nadie se le hará extraño que de pronto nos volvamos los mejores amigos. —Retiré su mano de mi cintura y me pasé a mi cama.

Michael nos miró desde la puerta.

—¿Por qué están tan avergonzados de ser quienes son? —Elliot nunca sabía cuando callarse.

—Oh, no lo sé, Jones, ¿quizá porque puede salir todo malditamente mal?

—No es vergüenza —dijo con simpleza Michael, aunque había algo en el fondo de su tono que me preocupaba.

A cada uno nos carcomía algo por dentro, el presagio del amanecer se veía claro, aún con la esperanzadora juventud que no cubría. Pocos meses y estaríamos en la universidad, divididos por cientos de kilómetros.

¿Cuánto de todo esto es amor? ¿Qué parte es obstinación?

Fue un pensamiento que plasmé por primera vez en el cuaderno que Simon me regaló por Navidad. No volví a tocarlo para escribir nada más. Y no quiero sonar tan pesimista como mi yo de diecisiete años, pero el no tener idea de qué debía sentir, me hizo permitirme quedar todo ese tiempo junto a ellos.

De cierta forma los quería, ahora sé que los amaba, sin embargo, distaba mucho de una forma fácil de aceptar.

—¿Entonces qué es? —Se acomodó el cabello hacia atrás. Aún despeinado y sudando no dejaba de tener encanto.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora