El infierno más oscuro y el abismo más profundo

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Les juro que no quería escribir esto. De verdad que no. La idea me la dio originalmente un amigo, y me resistí a escribirla con todas mis fuerzas, hasta que, claro, las imágenes mentales fueron mucho más poderosas que mi convicción.

No me hago responsable de lágrimas a partir de ahora... Me siento demasiado malvada...

El infierno más profundo y el abismo más oscuro

Había terminado. Todo había terminado. Percy estaba muerto. Muerto. Percy estaba muerto.

Las palabras resonaban en su mente una y otra vez. Una y otra vez.

Percy había muerto.

Después de la guerra contra Cronos, después de haber cruzado el Tártaro juntos, después de haber derrotado a Gea, después de haberse casado apenas dos años antes... Percy había muerto.

Uno pensaría que la muerte del tan afamado héroe del Olimpo llegaría durante una batalla contra algún titán o con... La verdad, Annabeth siempre había evitado pensar en ese momento, en el momento del final; es decir, sabía que llegaría, pero había llegado a la conclusión de que llegaría mucho después, cuando tuvieran hijos y nietos, y fueran dos ancianos sentados en el parque, no entonces, cuando sólo tenían historias sobre batallas compartidas. Se merecían eso al menos, ¿o no?

Al parecer no, pensó amargamente, con algo que era casi rabia mientras sus ojos se llenaban de lágrimas necias que se negaban a marcharse.

Iba vestida de negro, un vestido elegante y discreto, el cabello recogido en una seria coleta alta, rubias ondas de cabello rodeándole los hombros, pero nada de ello le parecía importante cuando sus ojos se dirigían al cuerpo que sabía descansaba dentro de la mortaja verde agua frente a ella.

Muerto. Su esposo, su confidente, su amigo, aquél con quien había peleado codo con codo tantas, tantas veces... muerto.

Reprimió un sollozo, mientras las primeras de sus incontenibles lágrimas caían por sus mejillas.

Había muerto. Había muerto por protegerla a ella.

Todo había ocurrido tan rápido... Habían estado en la calle, cerca de una tienda de mortales, riendo y bromeando como lo jóvenes que eran hasta que, como siempre, había ocurrido algo que les recordara que no eran simples jóvenes.

La primera empusa había aparecido al cruzar una esquina; a ésa pronto se le habían sumado otras dos, que habían intentado rodear a la pareja de semidioses.

Ése ni siquiera había sido el problema. Percy y ella habían derrotado a esos tres remedos de monstruo en poco menos de diez minutos.

Pero entonces, justo cuando Annabeth se había vuelto para mirar a Percy, el chico había percibido a un cuarto monstruo por el rabillo del ojo, justo detrás de Annabeth.

Se había adelantado de inmediato y la había empujado hacia un lado sin siquiera pensárselo, levantando a Anaklusmus en el aire por última vez.

Tan pronto la bestia había visualizado a Percy, dos dardos mortíferos habían sido disparados de su cola, golpeando a Percy de lleno en el pecho justo antes de que la espada del chico lo atravesara, convirtiéndolo en una nube de polvo blancuzco y devolviéndolo al Tártaro.

Pero a qué precio... a qué horrible, imposible precio... El veneno de la mantícora ya había entrado en el tracto sanguíneo de Percy, y mientras Annabeth le ofrecía un cubo de ambrosía frenéticamente, ella no había podido dejar de hacer cálculos mentales sobre el tiempo que les quedaba.

No iba a lograrlo; sencillamente era imposible salvarlo, el intentar resultaba inútil, vano. Era imposible salvar a quien le debía la vida; imposible salvar a la persona a quien quería casi más que a ella misma.

El infierno más oscuro y el abismo más profundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora