LVIII: Enfermedad

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Samira esperó un rato en la habitación de Zeth, pero se retiró a la suya antes que el fuera a dormir. Sin embargo, estuvo atenta a sus ventanas para cuidar que no se desvele. Lo había visto muy preocupado. A ella también le preocupaba la salud se la señora Anisa y la de Farah. Después de muchas vueltas, logró dormirse.

A la mañana temprano despertó y fue hasta la habitación de Anisa y allí ya estaba Zeth hablando con el médico. Samira se acercó a Hade quien no tenía buena cara.

-El dolor no se va, y esta madrugada empezó a hacer fiebre... hice todo lo que me enseño Califa, pero tuve que pedirle al señor Zeth que vaya por el médico...- Dijo Hade.

-Te vez cansada, ve a descansar, solo dime que debo hacer...- Dijo Samira.

-No, mi señora. Mirella preparó el desayuno para todos, vaya a comer algo. El médico me dará unos medicamentos para la señora Anisa. Yo me quedo aquí...- Insistió hade. Se notaba que quería mucho a la señora de la casa y o estaba dispuesta a dejarla sola.

-Solo dígame que hierbas son y yo iré por ellas...- Oyó Samira la voz de Zeth.

-El problema es que en esta época del año solo hay de esas hierbas en ciudad de Este. – Dijo el médico con seriedad.

-Eso no es problema. Iré hasta el fin del mundo si es necesario. - dijo Zeth con resolución.

Pronto llegó Zahid, Mohamed y Latifa a unirse a la conversación. Y el médico les dio su diagnostico. Se trataba de un extraño virus que ya pensaban casi extinto, pero que curiosamente estaba afectando a los habitantes del Oasis, sobre todo a las mujeres. Por suerte había una cura, pero la mala noticia era que solo se podían conseguir las hierbas adecuadas para curar la enfermedad por completo, en ciudad del Este. Aquella era la ciudad más alejada del Viejo continente. Para llegar allí se requería atravesar el peligroso gran mar de arena, que estaba no solo golpeado por tormentas de arena y el implacable sol del intenso verano de este mundo, si no también de los carroñeros, quienes no eran simpatizantes de los hijos del desierto y menos de Zeth Kelubariz, quien vengó a su padre, nada más y nada menos que matando a unos de sus líderes más importantes en las ultimas batallas de la guerra contra el dominio de los señores de los feudos.

Si las tensiones políticas y sociales de la post-guerra se respiraban en algún lugar, era en el Este. Zahid se puso al corriente de la situación rápidamente y trató de frenar a Zeth quien ya había enviado a Mirella por Mehmet.

-Espera, espera Zeth... No puedes enviar a Mehmet por las medicinas...- Dijo Zahid tomando del brazo a su hermano menor.

-No voy a enviar a nadie...- Dijo Zeth cortante.

-No, puedes ir...- dijo en voz baja Zahid.

Zeth se giró para mirarlo desafiante con sus ojos grises fríos y afilados como dagas.

-Sabes que no te dejarán abandonar el Oasis cuando apenas llevas casado unos días, así que no me mires así. - dijo Zahid.

-Dime que estas bromeando Zahid, asi ría con ganas. – Zeth tomó a Zahid con fuerza de su túnica y lo acercó a él. – Nada, ni nadie impedirá a que vaya por esas medicinas. – Le dijo Zeth con tono amenazante, pero con escalofriante tranquilidad.

Samira no se atrevió a levantar la vista hacia ellos, la tensión en la habitación era extrema.

-Muchachos, este no es lugar para discutir, creo que debemos tomar una decisión acorde a las circunstancias. ¿Por qué no lo conversamos afuera? Su madre necesita mantener tranquilidad. – dijo el médico por fin llevándose a los hermanos fuera de la habitación de Anisa.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora