Me levanté tarde, como hice todas mis vacaciones de verano. No tenía muchas ganas de empezar el colegio ya que mi único motivo era ver a Alex y a Sol (y los ví todo el verano) , sin contar la intriga que me generaba tener nuevos compañeros. Todos queríamos más vacaciones, claro. Por otro lado estaba muy emocionada porque era el último año de segundaria.
Después de levantarme de la cama, me lavé la cara, los dientes, me vestí, tomé algo y me dirigí al colegio. Fui unas de las primeras en llegar.
Como era el primer día de clases secundarias, nuestros padres tenían que acompañarnos y escuchar una fastidiosa bienvenida.
Empezaron a llegar mis compañeros. Llegó él, Alex, acompañado de su madre, quién era muy amiga de la mía: por ese motivo lo ví todas las vacaciones.
Nuestras madres comenzaron a hablar y nosotros nos quedamos callados, mirando como hablaban.
Los dos éramos muy tímidos cuando estábamos con gente.
En el verano de ese año, cuando él se fue de vacaciones, nos dijimos lo que sentiamos y ahí empezamos a salir. Nadie lo sabía, solo Sol, Alex y yo, claro. Y como nadie lo sabía, queríamos disimularlo y lo hicimos demasiado bien. Hasta parecía que nos caíamos mal, cuando en realidad todo lo contrario.
Entramos al colegio, escuchamos la charla de la directora, saludamos a nuestros padres y entramos a clases. Me senté con Sol y me empezó a hablar de uno de los chicos nuevos, no sabíamos el nombre. Ese chico parecía haber hechizado a Sol, estaba hipnotizada con él.
—Tomás Laguardia — dijo la profesora, mientras pasaba lista para conocernos, y el nuevo amor platónico de mi mejor amiga levantó la mano.
Sonó el timbre y salimos al recreo. Alex estaba hablando con Tomás, creo que el tema de conversación era el por qué se había cambiado de colegio. Sol aprovechó. Me agarró del brazo y me tiró fuerte.
— Vení, vamos con Alex que está Tomi — dijo con cara de enamorada.
Nos saludamos con el chico nuevo. Lo aparté a Alex para dejarlos solos, Sol me lo agradeció con una mueca.
Y me lo agradece hasta el día de hoy.