brown with blue

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Era alguien especial.

O bueno, de eso pretendió convencerse constantemente en un intento por impedir que las palabras de su padre se colaran por entre las grietas y lo arruinaran todo como siempre.

"eres alguien especial, no todos nacen con tu don hijo, es un milagro..." recordaba que le decía su madre cada vez luego de que su padre furioso llamándolo adefesio o error de la naturaleza consiguiera golpear sus muros lo suficientemente fuerte como para derrumbarlos.

Con el pasar de los años y a medida de que Max creció dejo de creer en lo que su madre le relataba con tanto entusiasmo cada noche. Dejo de creer en la fantasiosa historia que le decía que no ver colores era sinónimo de no estar completo y que solo al instante de encontrarse por primera vez con aquel o aquella destinada a completarlo haría que los colores emergieran de las sombras como un paralelo de cuan unidos estarían desde ese instante y por el resto de sus días en cuerpo, alma, espíritu y corazón y en cambio empezó a verla como lo que siempre debió haber sido: una maldición, algún tipo de karma que estaba pagando de su vida pasada, no había ninguna otra explicación lógica para él, pues se suponía que era algo hermoso, especial, único pero en cambio aquello solo había traído consigo problemas y cosas malas, como el repudio constante y absoluto de su padre luego de que un médico tras otro no le diera ningún tipo de solución y que a su vez le dijeran que no había nada que hacer por él, las burlas de los demás, que le dijeran bicho raro, que lo miraran con lastima, con asco.

Rendirse y simplemente dejar de esperar por algo que nunca llegaría hizo todo mucho más fácil.

Comprender que su vida no era como la de los otros niños que veía en el pueblo, que dejo der ser alguien importante para su madre, que su padre solo buscaba hacerlo el nuevo sheriff, un sucesor digno tras su retiro, que no hay amor o el que hubo se esfumo, que no hay palabras o tratos cariñosos, que no hay nada para él fueron cosas que vinieron junto con ello y estuvo bien, año tras año que pasaba aprendido a vivir mejor con ello, a aceptarlo en su corazón.

"Te golpeo porque te amo, soy duro porque quiero hacerte fuerte para que logres conseguir todo lo que es mejor para ti y tu futuro sin importar los duros obstáculos a los que te enfrentes" había dicho en una ocasión su padre y Max le creyó.

Le creyó fielmente, aun cuando su cuerpo destrozado contara una historia diferente.

Entonces empezó a esforzarse. Lucho con todas sus fuerzas, se alejó de cualquier tonta distracción y lo dio todo por su padre, por su madre, por su futuro. Guardo su dolor, sus lágrimas, su añoranza por algo mejor en un cofre que cerro con mil candados y cadenas antes de tirarlo a las profundidades del mar.

Había días buenos y días malos, los buenos perduraban sagradamente en su memoria, algunos se esfumaban otros se agarraban fuertemente negándose a saltar por la borda mientras que los malos se quedaban grabados, grabados en cada centímetro de su piel, apenas perceptibles para cualquiera bajo las capas de ropa.

Cuanto le encantaría que los buenos se quedaran así de esa manera también en su piel, eso sin duda podría darle algo de consuelo en aquellos momentos donde todo parecía tan sombrío.

Todo lo que hace, lo hace por él, para que se sienta orgulloso, para que le regale más de esas sonrisas y palmadas en el hombro que lo dejan feliz y mareado de dicha. Aunque su padre a veces se excediera un poco en amarlo Max se deja amar, recibe todo el cariño que su padre tiene por dar, aunque sea en forma de dolor y moretones. Él quiere lo mejor para él así que es lo menos que puede hacer como agradecimiento, como paga por todo.

A veces la idea de huir es demasiado tentadora, le quema el cuerpo hasta los cimientos pero siempre logra descartar la idea, alejarse de los pensamientos impuros y regresar a donde es feliz, a donde está su familia. Porque así tiene que ser.

el chico de los ojos marronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora