Capítulo 30.

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El sol apenas asomaba sobre el horizonte cuando Huaáneri y Kalik se pusieron en marcha. La brisa matutina traía consigo un leve olor a hierba y tierra mojada, una promesa de un día largo y arduo. Con mochilas a la espalda y provisiones cuidadosamente seleccionadas, emprendieron su camino hacia las ruinas de Günatyz, un lugar envuelto en misterio y olvidado por el tiempo.

El paisaje a su alrededor cambiaba a medida que avanzaban. De las frondosas arboledas de Koyala, con sus hojas brillantes y sus aves cantarinas, pasaron a un terreno más rocoso y accidentado. Las montañas, silenciosas y majestuosas, parecían observar su avance con un aire de solemne paciencia. Los senderos eran cada vez más estrechos y difíciles de seguir, llenos de raíces que sobresalían y piedras que amenazaban con torcerles los tobillos.

Huaáneri y Kalik caminaban en silencio, sus mentes ocupadas con los recientes descubrimientos. La revelación sobre Balaam había dejado una marca profunda en ambos, pero ahora se enfrentaban a una nueva incógnita: el destino de Günatyz, la tierra bendecida. Cada paso que daban los acercaba más a la verdad, pero también aumentaba la carga emocional que llevaban consigo.

—¿Estás bien? —preguntó Kalik en un momento, rompiendo el silencio. Su voz era suave, casi un susurro, como si no quisiera perturbar la paz del entorno.

Huaáneri asintió lentamente, sus ojos fijos en el camino por delante.

—Sí, solo estoy... pensando. Este lugar, Günatyz, siempre fue un misterio para mí. Y ahora estamos a punto de descubrirlo. Es abrumador.

Kalik sonrió con comprensión.

—Lo sé. Siento lo mismo. Pero tenemos que ser fuertes. Lo que encontremos allí nos ayudará a entender nuestro pasado y quizás también nuestro futuro.

—La aldea no debe estar tan lejos, leí que la cercanía con Koyala era demasiado. Tanto, que los niños solían reunirse en los límites a conversar. Eran tan inocentes que desconocían los conflictos. Ellos, solo eran almas sin penas por asuntos de adultos. —susurró con melancolía cada vez que en su mente trataba de recrearse alguna escena del pasado.

El sol subía lentamente, bañando el paisaje con una luz dorada que suavizaba los contornos de las montañas y los valles. La travesía era ardua, pero ambos jóvenes se mantenían firmes, impulsados por la determinación y el deseo de respuestas.

Después de varias horas de caminata, el terreno comenzó a cambiar nuevamente. La vegetación se hizo más escasa, y el aire adquirió un tono más fresco y cargado de una quietud ancestral. Finalmente, al doblar una curva en el sendero, ante ellos se desplegó un valle silencioso. En el centro, rodeadas de maleza y árboles retorcidos, se alzaban las ruinas de Günatyz.

Huaáneri y Kalik se detuvieron, tomando un momento para absorber la escena. Las antiguas estructuras de piedra, ahora cubiertas de musgo y enredaderas, parecían emerger de la tierra como fantasmas de un pasado olvidado. La melancolía del lugar era palpable, y ambos sintieron un nudo en la garganta al imaginar lo que alguna vez fue esta próspera aldea.

Avanzaron lentamente, sus pasos resonando suavemente en el silencio. El crujido de las hojas secas bajo sus pies y el canto lejano de algún pájaro solitario eran los únicos sonidos que rompían la quietud. Kalik, con cada paso, sentía un vínculo profundo con aquel lugar. Sabía que su madre había vivido aquí, que estas ruinas guardaban los ecos de su vida y de su gente.

—Aquí es donde todo comenzó. —murmuró Huaáneri, sus ojos recorriendo las estructuras derrumbadas. —La tierra bendecida... qué irónico que haya terminado así.

Kalik asintió, sintiendo una mezcla de tristeza y reverencia.

—Pero no está del todo muerta. Siento algo aquí diferente... —respondió Kalik mirando a su alrededor.

Hijo de Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora