Esa misma tarde, los dos, jodidos a golpes, caminaron de vuelta de la escuela. Pero claro, no iban a ir a su casa a vivir pura mierda.
Caminaron durante un par de calles hasta llegar a lo que se le conocía como "El almacén", el que era literalmente un almacén abandonado dónde iban los adolescentes y adultos jóvenes a drogarse con todo tipo de sustancias (Cocaína, Extásis, Anfetaminas, Heroína, Benzodiacepinas, Metanfetaminas, etc, etc...)
Entraron en el edificio viejo, con un olor feo, piso de tierra, latas y basura en el piso, y sobre todas las cosas: Adolescentes.
Bill y Tom se dirigieron con confianza a un grupo de siete u ocho personas, que reían en grupo, sentados en un viejo sofá, algunos en el piso, otros de pie. Compartiendo e intercambiando diferentes tipos de drogas y dinero por estas.
Entre esos chicos, estaba "Meg". Nadie sabía su nombre real, claramente por su "trabajo", debía mantenerse bajo el anonimato, incluso con sus amigos cercanos. Era una chica de cabello azul teñido, ojos grandes pero cansados, de un tono verdoso, ojeras prominentes, flamantes uñas postizas y ropa bonita. Minifaldas, blusas ajustadas y los calentadores eran su marca distintiva. Siempre usaba aretes diferentes, a parte de el piercing en la nariz y el del ombligo. Debía tener unos 17 o 18 años.
–¡Pero miren quienes han llegado! ¡Mis gays favoritos, joder! –Exclamó la chica al verles.
Bill bajó la cabeza, sonriendo avergonzado, mientras que Tom rio y se acercó a ellos casi corriendo.
–Dios mío, ¿Pero que mierda les han hecho? –Susurró ella al ver sus rostros casi demacrados.
–Ya sabes... El colegio. –Susurró Tom.
–Joder... Esa mierda de colegios no sirven si no te van a enseñar a respetar. –Exclamó Meg, quejándose. –Si algún día deciden dejar la escuela y dedicarse a algo más interesante... –Se señaló a si misma sonriendo con ego. –Me buscan.
Bill y Tom rieron ante esto.
–Bien, ahora. ¿Qué quieren el día de hoy?
–Mmmh... –Bill señaló su abdomen, quejándose del dolor. –Heroína... Por favor.
–Yo también. –Levantó la mano Tom.
Meg sonrió.
–Mi querido Axel, ¿Les buscas unas jeringas?
El somnoliento chico de pelo oscuro asintió, y buscó en una gran bolsa llena de sustancias, dos paquetes con jeringas limpias y sin ser usadas. Sacó una pequeña bolsita con un polvo blanco, y llamó la atención de los menores.
Ambos se acercaron a Axel y se sentaron junto a él.
Una chica rubia que estaba allí, Ally, les prestó su encendedor y se encontraron una cuchara por ahí.
Disolvieron la droga encima de la cucharita, calentándola con la pequeña fuente de calor, para luego introducir el líquido a ambas jeringas.
Meg les prestó su banda elástica, para que fuera más fácil inyectar el veneno placentero en sus venas.
Con delicadeza ambos insertaron el líquido en sus venas, riendo, mientras los chicos a su alrededor los animaban, encendiendo cigarrillos y colocándolos en la boca de los menores, quienes, divertidos aceptaban.
Inmediatamente después, sus cuerpos comenzaron a encenderse. La euforia inundó la consciencia de ambos chicos y luego de eso, simplemente dejaron venir los efectos de la droga.
Comenzaron a sentir como sus sentidos iban bloqueándose, sus ojos comenzaban a dilatarse y no entendían bien que era lo que veían. La euforia reinó sus cuerpos y se adueñó de toda coherencia en su ser. Disfrutaban de la sensación de bloqueo. El dolor cesaba gracias al opioide y su percepción estaba llena de gozo y despreocupación. El humo de los cigarros inundaba sus pulmones, como agua el océano. El olor a alcohol y marihuana estimuló lo que les quedaba de conscientes. Los chicos a su alrededor, decidieron encender unas luces de colores que solían utilizar para drogarse con alucinógenos, pero se les hizo entretenido.
Los ojos de Bill tiritaban, se daba vueltas por allí, de un lado a otro, riendo y moviendo la cabeza hacia todos lados, pasando las manos con brusquedad por su cuerpo sin sentir nada. Las luces de colores inundaron sus ojos, mil colores borrosos y diferentes gritaban.
El cuerpo de Tom temblaba a causa de la heroína. La sequedad en su boca lo agobiaba, pero no quería beber agua. Solo quería quedarse allí, eufórico y drogado para siempre. Sus uñas quebradizas tiritaban al son de sus dedos en contra de su voluntad. El cigarro en su boca lo llenaba demasiado, era irritante, pero en ese momento ya ni siquiera quería sentirse bien. Quería seguir sintiendo. Las luces lo mejoraron aún más. Eran como estrellas en el cielo, moviéndose de un lado a otro, desapareciendo como cometas o Saturno. Y lo quería disfrutar más, a parte de que luego él o Bill estarían vomitando sobre sus zapatillas, y claro, gastando una cantidad absurda de dinero por un rato en su propio infierno paradisíaco.
Reía como un loco, sintiendo que se volvería loco.
Besó con intensidad a Bill mientras que las palabras inexplicables y raras de sus amigos parecían animarlos.
La boca de Bill, tan pequeña y destrozada por los golpes, lo hacía sentir lleno. Lo único que le llenaba de consciencia. Era Bill.
Sus lenguas se fundían en la otra como si no hubiera nada al día siguiente. Solo ellos dos, sin saber que mierda pasaba, y a la vez, sabiendo que solo en ese estado podían ser felices.
Ahora Bill estaba vomitando en un bote de basura de afuera, casi tirado en el piso por las náuseas. Tom acariciaba su cabello con delicadeza.
–Que...asco. –Se limpió la comisura de sus labios con rechazo y suspiró.–Pero valió la pena.
–Esto es cocaína, te hará sentir en el cielo. –Bill observaba con curiosidad la bolsita con polvo blanco.
–¿Cómo se hace? –Preguntó.
El chico enrolló un billete y deslizó la droga en la "mesita", para luego modelar la sustancia hasta que quedara en forma lineal.
–Ten, debes aspirarlo todo por la nariz. –Le tendió el billete.
–Eh... No se como...
–¿Es tu primera vez? Joder... ¿Qué edad tienes? –Le preguntó el mayor.
–Once... y medio.
El mayor rio.
–Eres todo un rebelde, pero yo te gano. La primera vez que lo hice fue a los diez. –Sonrió con burla. –¿Y por qué un niñito de once años y medio quiere probar esto cuando tiene toda su puta vida para hacerlo? ¿Qué te hace creer que debes hacerlo, eh?
Bill suspiró y le miró a los ojos.
–Los días se están haciendo lentos, me estoy muriendo y quiero volver a vivir.
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The train lines; Toll fanfic
Fiksi Penggemar-Nunca pensé que llegaríamos aquí. Muertos de frío. Gritando y llorando. Solo para que no nos hagan olvidarnos.