Capitulo Dos

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Ohm volvió a Roma tras haber ido a Nueva York y Chicago, después de estar en Londres. Se marchó de aquella ciudad contento y reacio a la vez, debido al fabuloso chico al que había deseado desde el momento

en que lo vio, pero que le dijo que no tenía tiempo para él.

Lo entendía, ya que debía trabajar sin descanso para pagar la deuda. ¿Se lo había contado porque creía que podía conseguir que él se la saldara?

Rechazó la suposición. Si a el chico le hubiera interesado su fortuna, habría cazado al vuelo la invitación para ir a cenar y la posibilidad de tener una aventura con él.

Se alegraba de no tener que pensar mal de él en aquel sentido, aunque se sintiera aún más frustrado porque lo hubiera rechazado.

El teléfono del escritorio sonó y descolgó el auricular, contento de dejar de pensar en alguien que no tenía tiempo para él, aunque él lo habría sacado de donde fuera para estar con alguien tan maravilloso y deseable como él.

Sin embargo, no se alegró de la distracción. Era Roberto, que le pedía que comieran juntos, aparentemente para hablar de un proyecto conjunto en que ambos habían invertido mucho dinero. Pero, cuando se reunieron, Roberto comenzó a hablar de Piavanna.

—Mi querida hija necesita a un hombre mayor que ella, que la guíe y proteja.

—Pero ese hombre no soy yo —replicó Ohm.

La expresión de Roberto era terca. Le gustaba salirse con la suya. «De tal palo, tal astilla», pensó Ohm.

—¿Por qué? —preguntó Roberto en tono agresivo.

La irritación de Ohm se convirtió en exasperación. Debía parar los pies a Roberto, pero sin presionarlo demasiado para que no le creara muchos problemas cuando rompiera su asociación económica con él. Debía decirle algo que él no pudiera poner en duda. Y solo se le ocurrió una cosa.

—Porque estoy saliendo con alguien. Con un chico, —prosiguió mientras la incredulidad se pintaba en el rostro de Roberto— con el que voy a casarme.

No podía desdecirse de las palabras que acababa de pronunciar.

Ohm no sabía cómo se le habían ocurrido, pero tenía el presentimiento de que había quemado todas las naves.

Fluke se montó cansinamente en el autobús. Había trabajado todo el día en tres sesiones de fotos y el día siguiente también lo tenía completo, aunque esa vez se trataba de un casting en algún lugar de la City. No le habían dicho quién era el cliente ni de qué iba a ser la campaña. Había accedido porque no rechazaba ninguna oferta, por muy exhausto y desanimado que se hallara.

«No puedo continuar así. Me estoy quemando para estar al día en el pago de los elevados intereses».

Alex había solicitado una hipoteca a nombre de él utilizando una dirección electrónica falsa y falsificando su firma en los documentos del préstamo. El dinero se lo habían ingresado en la cuenta conjunta que él lo convenció de que abrieran para pagar los gastos de la casa y él lo transfirió inmediatamente a su propia cuenta y se largó.

Cuando volvió de trabajar, él y todas sus cosas habían desaparecido, y había una carta de una empresa desconocida en la que le especificaban lo que les debía y el elevado interés del préstamo.

No pudo averiguar el paradero de Alex. Cuando se quejó a la empresa, a su abogado y a la policía, solo halló buenas palabras, pero no lo acusaron de fraude, por lo que a él no le quedó más remedio que hacer lo que hacía: trabajar hasta desfallecer.

Boda FingidaWhere stories live. Discover now