Capítulo 8

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Anne.

¿Y qué se hace cuando el nudo está en el alma y no en ma garganta?

Mis manos y mis piernas temblaban, todo el mundo se movía a mí al rededor y yo ni siquiera sabía donde estaban mis padres.

Mi mirada vagaba por toda la estación King Croos.

Mi mayor miedo era que mis padres vinieran acompañados, y no hablo de ningún otro familiar.

Hablo de Mike.

Mattheo.

Llegar a casa era lo último que me apetecía. Sabía que él estaría todo el tiempo fuera, por trabajos sucios, y Tom y yo estaríamos solos la mayor parte del tiempo.

Odiaba estar aquí. Esta mansión se nos hacía grande a nosotros dos.

Al entrar en mi habitación, y relajar mi espalda contra el cómodo colchón que parece que llevaba años esperándome, no podía dejar de pensar en ella.

—Nos veremos dentro de dos semanas, Ann. Será rápido —mi dedo se posó tras su oreja, apartando un mechón de pelo.

—Lo sé.

Sus palabras me demostraron <tranquilidad> pero en sus ojos veía desesperación y miedo.

Sabía que ella no quería volver a casa, no especialmente por lo que le esperaba allí, sino por lo que no quería encontrar en ese pueblo.

Estaba preocupado por ella. Me preocupaba que él la convenciera para volver con él, y yo quedarme con todo el amor que quiero darle en las manos.

Pero confiaba en ella.

Y sabía que por mucho que ese idiota de Mike le insistiera, yo llegaría a su cabeza instantáneamente. Y eso me tranquilizaba.

La última vez que la vi, fue en la estación. La vi tan indefensa, tan vulgar, y tan pequeña, esperando a sus padres mientras las manos le temblaban y su labio inferior sangraba de tanto morderlos de los nervios, que me dio miedo dejarla allí sola.

Pero debía llegar a casa.

Tenía cosas que hacer aquí.

Cosas que resolver.

Anne.

Reconocí aquel olor tan familiar, en cuanto puse un pie dentro de aquella pequeña casa que se encontraba en ese pueblito perdido. La receta favorita de mi madre.

Sonreí ante aquel olor y vi a mí madre salir de la cocina con su cocido en las manos. Papá agarró mi mochila de mi brazo y la dejó al lado de la puerta en la entrada.

Mamá vino corriendo a abrazarme, y entonces me sentí en casa.

—¡Cariño! ¡Te he echado muchísimo de menos! —me envolvió en sus brazos, y me sentí como una niña pequeña.

—Yo también te he echado de menos mamá, pero hoy quiero seguir respirando —bromeé.

Lo siento —soltó una risa y se separó—. He preparado tu plato preferido, ¿tienes hambre?

—Sí. Me apetece mucho ese cocido.

—Vamos, seguro tendrás que contarnos muchas cosas.

Tal vez, luego. -Mattheo Riddle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora