Un gran sabueso

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Daeron miró de nuevo la carta entre sus manos, sentado en una de las tantas salitas del palacio imperial, con vistas a uno de los tantos jardines luego de haberse reunido con sus hermanos cuya visita le encantó, sobre todo porque fue como en los viejos tiempos cuando hacían desastre en la mesa junto a su madre, solo que aquí fue con la reina quien no les dijo ni pío. Sospechó que fue para que no estuvieran tristes por la muerte de su padre, no tenía mucho que habían pasado por el duelo por su madre, entre otras cosas muy feas. Ahora recibían otro regalo póstumo y el cachorro se había estado debatiéndose con esa carta varios días.

Quería leerla y al mismo tiempo le daba miedo, no sabía qué iba a encontrar dentro, no podía ser tan malo porque al parecer Lord Targaryen había estado pensando en ellos todos esos años. Solo que tener algo de su puño y letra era mucho para él, evadiendo el abrir la carta usando a Joffrey de pretexto, jugando con él pues con el luto no tuvieron que ir al colegio esa semana, paseándose por el palacio a sus anchas, visitando al viejo Vermithor a quien le acomodaban sus flores o sus cobijas en muestra de respeto.

—Si quieres, la leo por ti —se ofreció Joffrey.

Se quedó pensando en la oferta, y es que Daeron ya notaba cuán fuerte se había vuelto su vínculo con el chico Alfa al punto de sentirse más tranquilo si él estaba presente. Le gustaba mucho tenerlo cerca, hacía todo más sencillo para él, como el ser capaz de entregarle una carta para que la abriera y la leyera por él.

—Está bien.

Con sus manos atrapadas entre sus piernas, respiró hondo, asintiendo al otro jovencito para que leyera en voz alta lo que su padre había escrito.



"Mi querido dragoncito tan astuto, Daeron,

Debes pensar con justa razón que eres de tus cuatro hermanos, al que olvidé por completo. Siendo el más pequeño, no tuviste la suerte de los otros en poder tener más contacto conmigo y realmente lo lamento, mi pequeño, pues jamás fue mi intención. Tu padre siempre pensó en ti, jamás deseó apartarte de su lado, más las circunstancias me obligaron, cariño, pero tú no hiciste nada malo ni tampoco me decepcionaste como pudieras pensar por ser un Omega.

Cuando naciste, la situación a nuestro alrededor demandó mi separación total de ustedes, y no sabes cuánto me dolió eso, no poder atestiguar cómo te convertías en un cachorrito tan inteligente, tan observador y gentil con los demás. Más de una vez estuve tentado a enviarte un regalo digno de ti cada vez que ganabas una medalla o te daban una carta de recomendación por parte de tus tutores al reconocer tu brillante mente. Sé que tu tío Gwayne procuró que tuvieras la mejor educación, y no sabes la desdicha que viví de no escucharte hablar tan sagaz y con esa nobleza que sin duda es una herencia de tu madre.

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