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— Jungwon, ¿Qué pasó con tu carta, la que estabas escribiendo hace tiempo? Nunca me la mostraste.

Jungwon se encogió de hombros, estaba ocupado pintando en un cuaderno con dibujos de mandalas, que eran bastante difíciles y con mucho detalle para gusto de Sunghoon, pero al pequeño le gustaban, por eso se compraba cada vez que veía uno nuevo.

Era su último hobby, y tenían guardado todos los libros que había completado con el tiempo.

Sunghoon miró la hora, siendo las doce menos veinte, y suspiró, sabiendo lo que vendría.

— Wonie, ve terminando por hoy que hay que ir a dormir— murmuró, se acercó a él y dejo besos en su mejilla y en su oreja.

— No quiero— dijo, sin dejar de mirar el cuaderno—. Me falta mucho para terminar, no puedo.

— Wonie, sólo por hoy, por esta vez, ¿Puedes dejarlo un rato bebé? Te prometo que seguirá allí tal como lo dejaste.

Jungwon negó.

— Por mí, vamos, por favor.

Se lo pensó un poco, y sabía que si insistía de esa forma era porque le resultaba importante al mayor, así que suspiró, cerrando el libro y guardando sus colores.

— Muchas gracias mí amor— dijo el pelinegro, sonriendo y besando su mejilla sonoramente, haciéndolo sonreír.

Se levantó para buscar un vaso con agua y la pastilla que debía darle.

Le rompía el corazón tener que hacerlo dormir con medicamentos para que no sufriera con los fuegos artificiales de Año Nuevo, pero no volvería a arriesgarse a lo que había sido la única noche en la que había permitido que se mantuviera despierto.

Jungwon era bastante tolerante a los ruidos, pero si eran muy fuertes, como una lluvia torrencial con rayos y truenos, o especialmente, una noche donde un montón de idiotas se divertían explotando cositas para ver colores y formas que duraban menos de un segundo; se alteraba, demasiado.

Lo había comprobado una noche, donde Jungwon rogó que lo dejaran despierto una vez, porque quería saber lo que era el Año Nuevo, y la fiesta, y los fuegos en el cielo.

Y con los pucheros lo había convencido totalmente.

Esa noche, al marcar las doce, sentados en el balcón, Jungwon vió por primera vez los fuegos artificiales, y fue cuestión de segundos para que comenzarán las explosiones fuertes y el amontonamiento de fuegos y ruido.

Cubrió sus oídos con sus manos y sintió su cabeza doler, creía que hasta iba a estallar, comenzó a gritar de dolor.

— ¡Jungwon! ¡Jungwon, ya!

— ¡Basta! ¡Sunghoon haz que pare! ¡Basta! — comenzó a gritar mientras las explosiones continuaban, y Sunghoon no podía hacer nada por él, abrió la puerta del balcón para entrarlo y fue ese segundo que se alejó de él lo suficiente para que el menor fuera hacia la pared y comenzara a golpear su cabeza con fuerza.

— ¡No, no! — Sunghoon se había casi lanzado sobre el menor para abrazarlo, alejándolo de la pared, y Jungwon intentó continuar golpeándose contra el hombro de su novio, hasta que el pelinegro lo abrazó con fuerza para que no pudiera moverse de su pecho.

No pudo siquiera entrarlo, no pudo hacer nada por él, sólo sostenerlo allí, en el balcón, apretándolo para que no se golpeara, aguantando su llanto y sus gritos, sus ruegos llenos de dolor en búsqueda de paz y silencio, por alrededor de media hora hasta que el último ruido se detuvo.

Cuando paró, Jungwon respiraba agitado, seguía llorando y Sunghoon lloraba con él.

— Lo siento, Wonie, no volverá a pasar nunca más.

𝐒𝐀𝐑𝐀𝐍𝐆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora