SAGA CICATRICES 11: Desenmascarando.

541 42 26
                                    

Habiendo mejorado su humor, Sanem se marchó casi trotando agarrada del brazo de su mayor confidente. Parecían tener mucho por lo que ponerse al día.

Ya en soledad, desbloqueó el móvil con semblante más áspero. Iba a poner los puntos dónde correspondían.

Unos cuantos tonos de llamada… 

‐- Hola hermano. 

Su buena disposición hacia él desde que se destapó públicamente el soborno se constituía como un insulto. 

‐- Emre, ¿estás en casa?

Sin saludo, sin rodeos, sin contemplaciones. 

‐- Sí, pensaba salir a arreglar unos asuntos pero puedo retrasarlo. 

Por un milésima de segundo tuvo la esperanza de que pudieran hablar civilizadamente solventando sus diferencias. 

Estaba de pie, en el recibidor con las llaves de su descapotable en mano. 

‐- Hazlos si quieres. Yo no voy a volver hasta esta noche y cuando lo haga, no te quiero dentro. 

Con semblante atónito, no daba crédito a lo que había escuchado. 

‐- ¿Qué quieres decir? 
‐- Es fácil. Cuando abra la puerta no quiero verte. Recoge tus cosas y márchate. 
‐- No puedes echarme. La mansión pertenece a papá. Tengo pleno derecho a vivir en ella. 

Se estacionó a su altura plantando cara a su oponente creyendo tener arsenal para vencer. 

‐- No lo tienes. La propiedad es mía legalmente. Le pedí a papá que se viniera conmigo porque quería pasar tiempo con él. Nos llevábamos bien y él podía cuidarla en mi ausencia. 

‐- Nunca se me informó - dijo ofendido por la ignorancia que ejercían sobre él. 

‐- No te concernía. 

‐- Can, razona; aunque quisiera irme y dejarte el camino libre, en menos de un día no voy a encontrar una casa donde instalarme. - El talante reconciliador se había disipado apareciendo su gran enemiga: la soberbia. 

‐- Ese no es mi problema. Alójate en un hotel o vete con quien quieras. 

No cedía ni un palmo. 

‐- Por lo que veo estás decidido a expulsarme de tu vida. 

Le dolía la rapidez con que lo estaba despachando. Eran hermanos de sangre, habían luchado mucho para poder estar juntos tras la separación de sus padres. 

‐- Tu asestaste la primera estocada. 

Sin mala conciencia que le reconcomiera, apretó el botón rojo. 

Emre no captó el doble sentido que guardaba ese cartucho. Por su cabeza pasó que continuaba resentido por el tema del soborno. 

Y la ironía residía en que justamente eso, no lo hizo por traicionarle sino por ayudarle. 

‐- ¡Maldición! - Lanzó con furia el móvil preso de la frustración. 

En el coche, con los ojos cerrados, Can pinzó el puente de su nariz. Le ayudaba a gestionar la tensión. Para él no era menos doloroso, pero no podía olvidar ni perdonar. 

Un hondo suspiro le preparó para subirse de nuevo al cuadrilátero de boxeo. 

 Deslizó el dedo por la lista de llamadas recientes pulsando sobre la última. 

Esta vez solamente tuvo que emplear dos tonos. 

‐- Buenos días Can. Gracias por devolverme… - el empresario italiano daba zancadas cortas por aquel pasillo acristalado a rayas blancas. Caminaba con seguridad. 

Erkencikus: Escenas CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora