Capítulo 4. Vergüenza y descubrimientos inesperados.

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A la mañana siguiente Álvaro se despertaba en su cama. Habían dado ya las doce cuando una voz más que conocida para él le daba los buenos días desde la puerta entreabierta de su habitación.

Bea que le conocía mejor que nadie llegaba para sentarse en su cama con dos tazas de café y ganas de cotilleo. Álvaro había desaparecido la noche anterior cuando había salido a fumar y eso sabía Bea, solo podía significar una cosa: había ligado.

Álvaro contó con pelos y señales toda su aventura nocturna y Bea escuchaba anonadada la historia pero sin conocer todavía el nombre del otro protagonista. En cuánto Álvaro terminó la historia diciendo que el chico rubio era de hecho el chico de la tienda de abajo, Bea no pudo ocultar su sorpresa.

Pero, ¿no se suponía que era hetero y un gilipollas? - dijo Bea sin saber muy bien qué decir ante las declaraciones de su amigo.

Aunque sabía que probablemente el chico de abajo le había gustado puesto que era su tipo, también era consciente de que tan solo un encuentro había bastado para que Álvaro le considerase y según decía él un gilipollas de manual.

Álvaro ante esto solo pudo decir: de lo de hetero ya no estoy tan seguro, pero lo gilipollas no quite que esté buenísimo.

Y después añadió: eso sí, no sé con qué cara voy a ir yo a comprarme unos donetes cuando le he comido toda la....

Bea por suerte le cortó a tiempo: - Álvaro, demasiada información.

Ambos se carcajearon y pasaron la tarde del viernes entre aperitivos poco sanos y películas para curar la resaca que llevaban.

(...)

Álvaro había bajado a pasar el fin de semana a Sevilla, su ciudad natal y volvía aquel domingo al piso de estudiantes que compartía con Bea en la ciudad de Granada. Aunque había tratado de negárselo a sí mismo no había dejado de pensar en la noche del jueves y en el rubio de la tienda.

Subió hacia su piso y mientras deshacía la pequeña mochila que se había llevado a Sevilla recibió un mensaje de Bea en el que le decía que le habían cancelado las clases del lunes, por lo que no bajaría al piso hasta el martes, ya que ella también se había ido a casa durante el find de semana.

Álvaro envió un mensaje de respuesta y se dirigió a la cocina encontrándose para su sopresa que los dos habían terminado al parecer con las existencias de agua y comida del piso el viernes anterior y debido a la resaca.

Eran las seis y media de la tarde y la tienda de abajo cerraba a las siete, aunque lo cierto es que no era precisamente llegar a comprar cerca de la hora del cierre lo que le daba vergüenza.

Tras retocarse un poco en el espejo bajó a la tienda pensando en que por favor no le tocase ese día turno a cierto rubio, aunque deseando en su fuero más interno verle de nuevo.

En cuanto entró por la puerta observó que la zona de caja estaba vacía, así que se encaminó a coger algunas de las cosas que necesitaba: pan, agua, embutido ... Una larga lista que prometía llenar su despensa.

Ensimismado en tachar los diferentes alimentos que iba cogiendo de su lista de la compra se giró y comenzó a caminar hacia otro pasillo sin darse de cuenta de que unos pasos más adelante un chico lo observaba.

Tras chocar, Álvaro levantó la mirada y vió al rubio que con una sonrisa vacilona.

Paul no tardó en comentar: - tienes por costumbre chocarte con la gente o ¿qué?

Álvaro no supo descifrar muy bien el tono con el que el chico había pronunciado aquella frase así que solamente bajó la mirada mientras musitaba un lo siento.

Paul creyó no haber sonado borde aunque a veces no era consciente de que su apariencia podría hacer ver a la gente algo que en realidad no era: un borde y un chulo.

Iba a aclarar esto al sevillano justo cuando una voz muy conocida para él entraba en la tienda gritando su nombre.

El rubio salió a su encuentro dejando a un Álvaro descolocado que sin embargo no tardó en seguirle para saber qué estaba pasando.

Una vez llegó a ver la escena: una chica cubierta de tatuajes que se subía a horcajadas del rubio saludándolo efusivamente se dió cuenta de que había sido un error ir a cotillear y en voz baja dijo:

La curiosidad mató al gato. Y el gato era gay. Y el gay soy yo. El muy imbécil tiene novia...

Y aunque hacía apenas unos minutos se moría de hambre. Abandonó la compra y se encaminó hacia su piso con el estómago ya cerrado y ganas de irse a la cama. 

Au Polvoron. Tenías que ser tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora