Prefacio;

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Allí estaba Sienna, tan hermosa como siempre, tan hermosa como sus ojos la recordaban.

La última vez, antes de ese momento, que la había visto eran simples niños tontos, que no pasaban los trece años, apenas en desarrollo, pero todavía así, cuando aquella jovencita tuviera la cara atacada por el acné e increíbles problemas de carácter, no dejaba de serie preciosa, hermosa.

Y es que podía ser que jamás una persona había estado tan cerca de él, que jamás alguien había conocido tanto de sus secretos, de sus vergüenzas, jamás alguien lo había visto en el clímax de su debilidad, jamás alguien a pesar de todo eso, había seguido con él.

Está bien, ella podía ser sólo otra obsesión tonta, pero es que allí, a tres metros de él, con el cabello rubio suelto acariciándole la cadera, con aquel vestido, de un rosa claro, que apenas alcanzaba sus rodillas, «maravillosa» era poco para describirla.

Y con esa sonrisa, ¡oh, esa sonrisa! Tan pura, tan inocente; iluminaba su mundo, sino EL mundo.

No quería definirla como «perfecta», le sonaba demasiado material. Sienna no era perfecta. Sienna era una explosiva mezcla de defectos y errores, pero si no la quería con todo eso, ¿para qué quererla?

Un joven interrumpe aquella escena, tiene el cabello castaño hasta lo chocolatoso -incluso en la oscuridad Prescott lo notaba. Toma a su bella rubia de la mano y la hace dar unas vueltas sobre sí misma, con su cabello y su vestido girando, luego la atrapa entre sus brazos y la besa en los labios. Ella le corresponde, aferrándolo por la parte anterior al cuello.

Se queda de pie, observándola hasta que sencillamente el anhelo se le hace insoportable, hasta que se le forma un nudo en la garganta, y todo el dolor acalambra su cuerpo.

Tonto, tonto, tonto, se dice a sí, idiota, idiota, idiota.

Al final, toma un poco más de esa cerveza barata que se reparte en la fiesta, sintiendo como le quema la garganta y todo el trayecto hasta el estómago. Luego, desanimado y trastabillando un poco, camina hasta su casa.

Son sólo tres calles, así que no puede ni tarda demasiado. No es tan tarde, así que cuando golpea la puerta, su madre lo recibe. Le pregunta porque ha regresado tan temprano. Él le contesta que sencillamente el aburrimiento pudo con él y que prefiere sólo lanzarse a su cama.

Y así es exactamente como son las cosas.

Se acobija entre en el cobertor, se abraza a la almohada y cierra los ojos. El sueño está tardando bastante en llegar, como si le reclamara un asunto pendiente. Le toma un buen rato comprenderlo todo.

Y cuando llora, no puede entender si lo que siente es bronca, tristeza o si sólo es su tonto corazón roto hablando por él.

Sigue sin entenderlo para cuando su cuerpo, cansado de toda la tormentosa situación, al fin es poseído por el sueño.

Afortunadamente, tiene una noche libre de pesadillas. Mucho mejor, ¡como si necesitara unas cuantas más!

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⏰ Última actualización: Jul 06, 2015 ⏰

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