¿Por qué eres así? ¡¿Y por qué eres así conmigo?!
Oh... Es que eres virgen.
Por supuesto que la respuesta de Sukuna no le había dejado absolutamente nada en claro y sólo había contribuido a mortificarlo. Lo peor fue que él volvió a abrir la boca para hacer otra pregunta.
¿Y qué? ¿Qué tiene eso de malo?
Nada... Me gusta que seas virgen. Puedes quedarte así otro rato.
En ese momento había deseado con toda su alma que la tierra se lo tragara. Y se lo tenía bien merecido, por no haber cerrado el pico antes.
Esa noche se quedó allí, primero demasiado aturdido como para moverse, luego apretando los puños y moliendo cada pedacito de tiempo dentro de ellos. Largo rato miró a Sukuna, quien de nuevo le dio la espalda, y llegó a tal extremo de alzar uno de sus puños en contra de él. Pero jamás soltó el golpe. No pudo. Sería traición atacarlo por la espalda, ¿cierto?
Se dispuso a marcharse, hizo las sábanas a un lado, tocó el suelo con un pie... Se detuvo. Tampoco pudo irse de allí o darle vuelta a la página. La forma de actuar de Sukuna lo tenía encadenado —y era una cadena corta.
Se quedó sentado en la cama, con los antebrazos apoyados en las rodillas. Cualquiera diría que lucía enfurruñado. Le echó varias miradas de soslayo a Sukuna, cual si llevara una eternidad vigilándolo y ya se hubiera hartado, porque vigilaba aguardando por alguna fechoría que jamás ocurría.
No le entró sueño en un par de horas. Cuando finalmente se acurrucó entre las mantas, lo hizo discretamente y en el extremo de la cama. Se quedó viendo la espalda del otro con ojos entornados, reclamándole por cosas que no sabía poner en palabras.
En cuanto se durmió, Sukuna lo jaló hacia el centro de la cama y lo arropó.
Los lirios rojos seguían floreciendo en su dominio.
***
Yuji despertó con un solo pensamiento en la cabeza.
Descalzo, despeinado y desesperado, buscó a Sukuna. Caminó directo hacia él, orientado por el vínculo que lo esclavizaba.
Sukuna, que había estado rebuscando en la parte de abajo de una alacena, se irguió. Le dedicó una mirada curiosa. Yuji lo agarró con fuerza suficiente para lastimar, una mano en el cabello, la otra en el cuello de la sudadera negra. Su agarre fue completamente estable; ni por un instante tembló.
Eso hizo sonreír a Sukuna. Se trataba de ese gesto divertido que lo hacía lucir como el rey del mundo.
Yuji lo encaró con odio. Quería morderlo, masticarlo, volver a comerse sus dedos y cada una de sus partes, aplastarlo entre sus dientes y que su maldita sonrisa se disolviera para siempre dentro de él, donde podría mantenerlo controlado. Ésa era la idea que no se le iba de la cabeza. Morderlo, morderlo, morderlo...
Se acercó, juntó sus frentes. Sukuna trató de cambiar el ángulo y aproximar sus labios. Durante un segundo de estupidez, Yuji se sintió tentado, pero al final le apretó el cabello con más fuerza y le impidió moverse.
—Te odio. Te odio y... —Lo demás se le atoró en la garganta.
Sukuna estaba tan cerca que lo veía borroso.
***
A Ryomen le complació verlo llegar con tanta determinación y bravura. Aquello lo calentaba de una manera que no estaba relacionada con el cariño o el placer de la carne. Sentir la mano del chico en su cabello, apretando desesperadamente, le produjo pinchazos de orgullo que le pusieron la piel de gallina. Le gustaba verlo así: dispuesto a devorar el mundo.
ESTÁS LEYENDO
Los ojos del rey (JJK SukuIta ff)
Fiksi PenggemarLuego de tragar todos los dedos de Sukuna, Yuji es incapaz de contenerlo y el Rey de las Maldiciones encarna en un cuerpo propio. Movido por un capricho, Sukuna lo deja vivir, pero pronto descubre que no podría matarlo aunque fuese el único deseo de...