—Eres un estuche de monerías —Ted me dedica una sonrisa, recargado en el barandal del balcón del hotel. Es media noche y la gente comienza a abandonar el salón. Le pedí a Noah irse primero debido a la insistencia de Ted por que nos quedásemos a charlar.
Mi hermano no estaba muy convencido de dejarme solo con él, pero le remarqué que puedo cuidarme solo.
—Es fácil sorprenderse de alguien que no destaca en muchas cosas —digo.
—Apenas te conozco, así que no estoy en posición de contradecirte. Pero quién sabe, a lo mejor sabes karate o ya fuiste al espacio.
Reímos.
—¿Tú diseñaste el cartel de la exposición? Está muy genial.
—Gracias. Creo que mi fuerte son los carteles. Mis fuentes de inspiración son el arte clásico y el arte pop.
Acaricio el metal, y lo miro a los ojos. Tiene arrugas alrededor de sus ojos y boca. Sus patillas y parte del flequillo están plagados de canas. Encuentro su vejez muy atractiva.
—Aún no me has dicho tu edad —menciono.
—Bien, supongo que ya podemos dar el siguiente paso —bromea—. Cumpliré cincuenta y cuatro en tres semanas. Mi familia planea hacer una fiesta... No soy afín a la idea, pero es algo que se ha discutido por meses. ¿Te...? ¿Te gustaría cantar algo?
—¿Cantar? ¿En tu cumpleaños?
—¡Sí! René, realmente me dejaste anonadado con tu voz. Pienso que eres muy talentoso y... quisiera seguir oyéndote. Te pagaré, claro.
—No necesitas pagarme... Puedo... Sí, creo que podría. De acuerdo.
—¡¿En serio?! —sujeta mi mano con emoción. Siento un escalofrío—. ¡Le diré a mi familia entonces! ¡Gracias, René!
—¿Habría problema si voy acompañado?
—¿Acompañado? ¿Hablas de una pareja o algo así?
—Quien sea. Soy muy tímido para hablar con gente desconocida. No suelo pasarla bien yo solo.
—¿Ni porque estaré allí? —ríe.
—No lo tomes a mal. ¡Será tu cumpleaños! Estarás distraído siendo el centro de atención.
—Tienes un punto. No me molesta que lleves a alguien. Puede ser tu hermano, algún amigo o pretendiente...
—Pretendientes... —mascullo esa frase entre risas.
—¿Por qué ese tono tan pesimista?
—La última relación que tuve fue hace cuatro años. Y no terminó bien. Desde entonces, no he tenido ánimos para relacionarme con alguien más.
—Estamos en las mismas —desvía la mirada—. Aún continúo arrastrando vestigios de mi relación anterior. Pero... a final de cuenta, las personas van y vienen. Siempre hay que tener eso en consideración. Y que siempre llega alguien mejor —me ve.
—Eso dicen, ¿verdad?
Automáticamente pienso en Erik. Pero el tacto de Ted rozando mis dedos, me hace admirar su rostro nuevamente. Me siento cómodo con él. No sé si asemejarlo a una figura paterna o una relación fraternal; o una relación platónica.
—¿Puedo llevarte a casa? Es tarde y me apenaría que tengas que volver por tu cuenta —dice.
—Está bien. Sólo porque, en caso de que me asesines, mi hermano sabrá quién fue.
Reímos, y abandonamos el salón. Ted se despide de la poca gente que queda, incluida la artista. Se despiden también de mí, pese a que no los conozco, y adulan una vez más mi acto.
Su auto es un Bentley color rojo. Ya en él, nos dirigimos a mi edificio. El camino es largo. Conectamos bien. Es satisfactorio conocer a alguien que sabe tanto. Conversaciones así sólo he tenido con mi padre y endocrinólogo.
Parece que eso me atrae de las personas.
—... Que, desde mi perspectiva, personas como Warhol, Basquiat o Mondrian sí, son genios, pero no artistas. ¿Sabes por qué? Porque su arte era comercial. Cuadros, ropa, decoración... Para mí son diseñadores que aportaron a la cultura popular una estética. Como el animal print o el estampado militar.
—No lo había visto de ese modo —digo—. Yo sólo pensaba que el arte estaba fuera de mis capacidades astronómicas.
Reímos.
—¿Aquí es? —inquiere pasados cinco minutos.
—Sí. Muchas gracias, Ted. Te invitaría a pasar, pero es tarde, estoy cansado y sólo tengo agua y un paquete de Chokis a la mitad.
—No te preocupes, querido —sonríe—. Ya habrá oportunidad para tomar un café juntos. ¿Nos mensajeamos después?
—Claro —devuelvo la sonrisa.
Me inclino para despedirme con un abrazo. Él me sorprende sumando un beso en la mejilla a la acción. Estoy seguro de que me he puesto rojo. Únicamente atino a decir un último «adiós», y abandono su vehículo para ingresar a mi edificio. Adentro oigo al auto arrancar.
Mientras subo las escaleras siento las vibraciones de mis notificaciones en el bolsillo. Apagué los datos toda la noche, y automáticamente se conecta al internet del edificio cuando subo. Reviso mi pantalla, y son mensajes de mi familia, compañeros de trabajo y Erik. Este último pregunta cómo me va en el evento. Pregunta si podemos salir mañana. Me desea buenas noches.
Ya frente a mi puerta recibo una llamada de mi hermano.
—Hola, Optimus Prime.
—Hola, imbécil —ingreso a mi hogar, y lo primero que hago es despojarme del saco.
—Wow, cálmate —ríe—. ¿Llegaste con bien? ¿Ese diseñador se portó bien?
—Sólo somos amigos. Es muy agradable. Me pidió cantar en su cumpleaños.
—¿Aceptarás?
—Sí. Me convenció.
—¿Por qué no le pides a papá acompañarte? Podrían hacer un dueto. Y así no vas solo. No me da mucha confianza.
—¿Por qué?
—Creo que le gustas. ¿No es obvio?
—Pues...
—¿O acaso te gusta? Es muy mayor para ti.
—Ya lo sé. Me parece atractivo. Es todo. Sé que nada habrá entre nosotros. Sólo somos amigos. No tienes por qué estar de entrometido.
Ríe.
—Sí, bueno, recuerda que aún puedes quedar embarazado.
Cuelgo.
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El libro de los hombres coloridos
Ficción GeneralUna antología de historias de romance y drama, entrelazadas, donde hombres coloridos y peculiares son protagonistas.