Era cerca de la medianoche cuando la tranquilidad en aquella casa desapareció. La misma tranquilidad que se había establecido años atrás, cuando los hijos de Inés y Alfredo se mudaron para formar sus propias familias, siguiendo los valores y sueños inculcados por sus padres desde niños. Al mudarse, decidieron no tener mascotas, ya que la zona era muy tranquila y ninguno quería responsabilizarse de otro ser más pequeño que ellos. Sin embargo, esa noche, el teléfono no dejaba de sonar; la primera vez pensaron que era una broma o que alguien se había equivocado de número. La segunda vez, Inés intentó despertarlo, pero Alfredo la tranquilizó, asegurándole que no iban a salir corriendo a esa hora de la noche por una llamada, por importante que fuera.
Más calmada, Inés dejó estar el teléfono; durante el día, sus hijos habían hablado con ella, así que sabía que estaban en sus propias casas. Pero una vez más, el teléfono sonó. Esta vez, fue Alfredo quien lo escuchó. Molesto y adormecido, buscó sus anteojos en la mesita de noche, solo para terminar arrojándolos accidentalmente. Suspiró antes de dirigirse a Inés, —Amor, ¿puedes encender la lámpara? No encuentro mis lentes.— Inés, sin decir una palabra, extendió la mano, logrando encender la lámpara. Con la ayuda de esa tenue luz, encontró sus lentes en el suelo, recordando que probablemente necesitaría unos nuevos después de tantos años con los mismos.
Por un momento olvidó la razón de toda esa situación, hasta que, por cuarta vez, el teléfono volvió a sonar. Se puso las zapatillas y se dirigió hacia la cocina. Primero necesitaba un vaso de agua, y segundo, no llegaría a tiempo para contestar. Inés simplemente observaba; si era algo importante, Alfredo la avisaría minutos más tarde. Por el camino, encendió la luz del pasillo y continuó hasta la cocina. Sin encender la luz, tomó un vaso, lo llenó de agua y sintió cómo esa pequeña cantidad refrescaba todo su cuerpo. Mientras estaba allí, abrió la cortina y contempló la calle desolada, algo que ambos amaban de aquel vecindario.
Recordó la primera noche que pasaron en ese lugar, cuando por primera vez sintieron paz.
Perdido en el recuerdo, la quinta llamada lo hizo regresar bruscamente a la realidad. Esta vez sí podría contestar, ya que la sala estaba en la siguiente habitación. Con unos cuantos pasos, cruzó y, al entrar, veía cómo la luz de la calle iluminaba todo a su alrededor. No necesitó encender la luz; se acercó al teléfono que no paraba de sonar. Un poco irritado, lo tomó.
—¿Sabe usted qué hora es?— fue lo primero que respondió, mostrando su molestia. Pero luego guardó silencio. La voz del otro lado le resultaba familiar; su molestia se transformó en asombro y felicidad. —No me lo puedo creer. ¿Cuánto tiempo ha pasado?— Fue lo siguiente que dijo, casi gritando. —Esto sí que es un milagro— soltó una gran carcajada, despertando a Inés, que al notar la ausencia de Alfredo, se levantó para dirigirse a la cocina. La curiosidad la vencía; quería escuchar, pero sin ser obvia. En la otra habitación, con la luz apagada, continuaba su esposo en una gran conversación, la cual ella no comprendía del todo.
Inés, tratando de adivinar quién era la otra persona por las frases que Alfredo decía, se rindió y fue por un vaso de agua. Vio un vaso en la mesa, el mismo que Alfredo había usado antes; bebió de él y sintió cómo su cuerpo se refrescaba. Escuchando la conversación, abrió la cortina y observó la tranquilidad de la calle, recordando que esa fue la razón principal por la que se mudaron a ese vecindario. Todavía miraba la calle cuando escuchó que Alfredo se despedía con gran afecto de esa misteriosa persona. Esperó; no quería ser indiscreta, no era su estilo.
Al terminar la llamada, Alfredo la llamó desde la sala, pero no hubo respuesta. Luego entró en la cocina y la encontró. —Perdón por despertarte, mi amor.— Se acercó a ella con una gran sonrisa. —Pero no vas a creer quién me llamó.—
—Si me cuentas quién es, quizás te crea.— dijo Inés, sin hacer conjeturas en su cabeza.
—¿Te acuerdas de Carlos? ¿Aquel que fue mi compañero de trabajo?— La emoción se sentía en cada palabra que salía de su boca. Pero Inés no recordaba a ningún Carlos; pensó que era alguien a quien había visto en alguna de las fiestas de fin de año, pero no le dio mayor importancia, así que su indiferencia se hizo palpable. —El esposo de Verónica, ¿Ya los olvidaste?— continuó Alfredo.
—Ah, Carlos, el esposo de Verónica.— Respondió Inés. —Sí. Me dijo que están de vacaciones y quieren pasarlas aquí con nosotros, así que les dije que pueden venir sin ningún problema. Recuerda que con ella tú...— Inés quedó muda y solo observaba cómo Alfredo continuaba moviendo los labios. Creía haber olvidado ese capítulo de su vida, pero al escuchar su nombre, un extraño deseo la invadió. Una vez más, la tentación llegaba hasta ella, y esta vez no creía poder resistirse estando cerca de Verónica.
![](https://img.wattpad.com/cover/371251343-288-k689099.jpg)
ESTÁS LEYENDO
A partir de medianoche.
General FictionEste es un microrrelato que escribí hace mucho, espero que les guste.