Capítulo 1: Ángel

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Leyna

—¿Hija, ya estás viniendo? —pregunta apenas contesto el teléfono.

—Sí, madre, estoy saliendo de la iglesia —contesto.

—Bien. Ten cuidado en la calle y no tardes mucho, así me ayudas —dice.

—Lo sé, no te preocupes. De todos modos, aún es de día, todavía no oscurece —comento.

—Ok, nos vemos. Te quiero —exclama.

—Yo también. Nos vemos —digo antes de que cuelgue.

Guardo mi teléfono en el bolso. Cuando levanto la cabeza, mis anteojos se caen al estar mal puestos, y me doy vuelta para recogerlos. Cuando me levanto y doy una vuelta para continuar con mi camino, me choco con algo duro, provocando que me tropiece y caiga hacia atrás y cierre los ojos. Pero el golpe nunca llega. Al abrirlos, me topo con dos ojos de distintos colores: el izquierdo de un verde pino oscuro y el derecho un azul grisáceo.

Nos quedamos mirándonos fijamente y yo no dudo en darle un repaso a su rostro. Tiene la piel de un tono claro, sin imperfecciones. Los ojos son medianos y de forma almendrada. La mirada es intensa y profunda, con cejas pobladas que enmarcan bien los ojos. La nariz es recta y de tamaño medio. Sus labios son carnosos con un piercing de color negro en el. Su boca está en una línea recta, sin ninguna expresión en el rostro. El cabello es de un castaño oscuro, largo y ondulado, cubriendo un poco sus orejas y la frente, con un aspecto desordenado. Su ceño está ligeramente fruncido con la cabeza ladeada hacia un lado, lo que le da un aspecto... tierno. Es atractivo.

Espera... ¿Qué acabo de decir?
No, no me parece para nada tierno ni atractivo.

No me doy cuenta de que estamos más cerca de lo normal y de que tiene su brazo rodeando mi cintura hasta que escucho que carraspea. Retrocedo tres pasos, haciendo que libere mi cintura.

Ahora, estando un poco más lejos que antes, puedo ver que es alto, muy alto. Mi mirada recae en su cuerpo. Va vestido todo de negro: lleva una chaqueta de mezclilla sobre una camiseta, pantalones rasgados en las rodillas y botas negras. Puedo distinguir que tiene un cuerpo bien trabajado, se nota que hace ejercicio. Se ve muy...

—¿Terminaste de desnudarme con los ojos? —mis pensamientos, nada decentes para alguien como yo, fueron interrumpidos por su voz ronca, a la vez suave, pero muy varonil.

Sentí mis mejillas arder al escuchar lo que dijo, lo cual le debió causar gracia, porque un lado de su labio se alzó, dejándome ver un hoyuelo en su mejilla derecha. Lo cual, no sé por qué, me pareció muy lindo.

—Tienes un hoyuelo —suelto sin pensarlo, lo cual hace que me ponga más roja que antes.

—¿Qué? —pregunta confundido.

—Que tienes un hoyuelo —repito en voz baja, pero que sea capaz de escucharme.

—Ah —alza las cejas mientras se muerde el labio con expresión burlona—. De parte de mi madre —dice, mientras me da un repaso de arriba abajo. Luego se agacha y veo que recoge algo del suelo—. Ten —me extiende su mano, que tiene anillos: uno en el dedo pulgar que parece ser de oro y otro en el medio de color negro. Me da mis anteojos, que se me debieron caer.

—Gracias —le digo con una sonrisa en la cara.

—¿Estás bien? —pregunta.

—¿Por? —pregunto algo confundida.

—Porque casi te caes y pues chocaste conmigo... —responde.

—Ah, eso —rio nerviosa por lo bajo—. Sí, estoy bien —le sonrío—. ¿Y tú? —pregunto ya que no sé qué más decir.

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⏰ Última actualización: Jul 11 ⏰

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