El sol brillaba sobre el campamento juvenil mientras Abigail y yo paseábamos por los senderos arbolados, compartiendo risas y secretos como si el tiempo nunca hubiera pasado entre nosotros. Este aire nuevo nos daba aún más razones para apreciar cada instante que la vida nos ofrecía. Desde nuestro reencuentro, cada día juntos se convertía en un regalo del destino que atesorábamos con gratitud.Me sentía como en casa en Uruguay, rodeado de la belleza natural del país y la calidez de Abigail. Juntos, explorábamos el campamento, participando en actividades al aire libre y compartiendo momentos de pura felicidad. Estar junto a ella no solo me llenaba de alegría, sino que también me permitía dejar atrás cualquier carga negativa que pudiera pesar en mi corazón. La sonrisa de Abby era mi luz, iluminando incluso los días más oscuros.
Una tarde, mientras descansábamos junto al lago, Abigail y yo nos relajábamos bajo el cálido sol. Entonces, Abigail sugirió la idea de presentarme a su familia.
—Mis padres estarán encantados de conocerte —dijo Abigail con una sonrisa—. Y también quiero que conozcas a mi hermana, Adriana. Es como mi otra mitad, y sé que te caerá muy bien.
Asentí emocionado, ansioso por profundizar en la vida de Abigail de una manera más significativa. Mientras caminábamos por el sendero, Abigail tomó mi mano y me sonrió. Envuelto en su abrazo, caminamos juntos bajo el cálido sol de la tarde, disfrutando del aire fresco y la compañía mutua. La brisa jugueteaba con nuestros cabellos, mientras nuestros corazones latían al unísono, sabiendo que estábamos unidos por algo más que simples lazos terrenales.
De regreso al campamento, nos unimos a un grupo de jóvenes que preparaban una fogata para esa noche. Abigail vio a un chico con una guitarra y de inmediato se acercó a él.
—Toca una canción —me dijo, entregándome la guitarra con una sonrisa.
Comencé a tocar algunas notas suaves, ganando confianza mientras el fuego iluminaba nuestras caras. A pesar de no ser algo que hiciera regularmente, no pude resistirme a la mirada de Abigail, que me convencía de hacer cualquier cosa. Empecé a cantar "23" de Morat, una de sus canciones favoritas. Abigail sonrió mientras me escuchaba, sumergiéndose en la dulce melodía que llenaba el aire nocturno. Sus ojos brillaban con orgullo mientras admiraba mi actuación.
—Tocas increíblemente bien —me dijo Abigail, admirándome con ternura—. ¿Cómo aprendiste a tocar la guitarra?
Sonreí, recordando los días en los que aprendí a tocar las primeras notas en la vieja guitarra de mi abuelo.
—Mi abuelo solía tocar algunas canciones para mí cuando era niño —respondí—. Desde entonces, la música se convirtió en parte de mi vida. Siempre me ha gustado esa guitarra, y aún la conservo. Tantos sentimientos están ligados a ella que incluso le puse un nombre, BAE, que significa “antes que nadie”.
—Qué nombre tan hermoso —respondió Abigail, conmovida—. Y el significado es realmente profundo.
Abigail asintió, sintiendo una nueva conexión conmigo al conocer más sobre mi pasado. Después de compartir historias y risas alrededor del fuego, nos retiramos a un rincón apartado del campamento, donde la luz de las estrellas nos envolvió en una tranquila intimidad. Nos sentamos juntos en una manta extendida sobre la hierba suave, compartiendo miradas cómplices y sonrisas que reflejaban el amor que crecía con cada momento.
Abigail recostó su cabeza en mi hombro, y pude sentir el suave latido de su corazón contra mi oído. La abracé con ternura, sintiendo su calor irradiando a través de nuestros cuerpos entrelazados. En ese momento, parecía que el tiempo se detenía y el universo entero se reducía a nosotros dos, unidos por un lazo invisible pero poderoso.
—Estoy tan feliz de que estés aquí conmigo —susurró Abigail, levantando la mirada para encontrarse con mis ojos cálidos—. No puedo imaginar mi vida sin ti.
Acaricié suavemente su cabello, dejando que mis dedos se deslizaran entre sus mechones dorados, mientras una oleada de gratitud y amor inundaba mi corazón.
—Yo tampoco puedo imaginar mi vida sin ti —respondí, con voz suave pero llena de sinceridad—. Eres mi luz en la oscuridad, Abigail. Estar aquí contigo, en este momento, es todo lo que necesito para ser feliz.
La sonrisa de Abigail se extendió, iluminando la noche con su brillo.
—Tú también eres mi luz, Ricardo —dijo, apoyando su cabeza en mi hombro una vez más—. No puedo esperar para ver qué nos depara el futuro juntos.
En el silencio de la noche, bajo el manto estrellado, nos quedamos abrazados, entregados a la magia del momento y la certeza de que nuestro amor era más fuerte que cualquier obstáculo que pudiera interponerse en nuestro camino.
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Para el amor solo existes tú y yo: luces y sombras de amor
RomanceEn esta segunda parte, la llegada de Martín, un antiguo amigo de Abigail, provoca celos e inseguridades en Ricardo. A pesar de los intentos de Abigail por tranquilizarlo, un beso inesperado lleva a Ricardo a marcharse sin despedirse, dejando su rela...