Capitulo Ocho

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—Vete –dijo Pauline, la prima de Mariana, al ver que Fluke vacilaba al pie de la cama de su madre en el hospital–. Tu madre duerme tranquilamente, así que puedes marcharte y ocuparte de otras cosas.

Fluke le dio las gracias con afecto. Le estaba agradecido por el apoyo y el cariño inagotables que había proporcionado en los días anteriores a Mariana.

La infección de su madre había empeorado. Estaba muy débil y seguía en el hospital. Los médicos dudaban que se recuperase y a Fluke le daba miedo dejar de velarla, por si fallecía en su ausencia. La falta de sueño se reflejaba en el agotamiento y las ojeras de su rostro.

Había llamado a su tío para ponerle al día sobre el estado de su madre, pero este no había disimulado su falta de interés al respecto. él le dijo que iría a su casa a recoger sus cosas y le preguntó por Luke. Se sintió aliviado, aunque sorprendido, al saber que su primo había vuelto a casa.

Si era así, ¿por qué no había respondido a sus mensajes? Fluke intentó eliminar su inquietud, que, al fin y al cabo, era una de las numerosas preocupaciones que le acosaban durante las noches, que se pasaba en vela.

Aunque le había asegurado a Ohm que solo estaría fuera dos semanas, ya llevaba casi tres. Él le había propuesto ir a Inglaterra y ayudarlo; en resumen, había hecho todo lo que se esperaría que un compañero comprometido hiciera en tales circunstancias, pero él se había negado.

Su matrimonio era temporal y él no tenía ninguna obligación con respecto a su madre. Pero, en el fondo, Fluke tenía un motivo mucho más poderoso para evitar a Ohm, la prueba de embarazo que lo esperaba en el cuarto de baño del hotel. Si sus peores temores se confirmaban, no sabía lo que haría ni tampoco cómo se lo diría.

¿Era por pura cobardía que, al cabo de una semana de haberla comprado, aún no se la hubiera hecho? Le avergonzaba su falta de decisión, pero, a la vez, tenía que enfrentarse al hecho de que la vida de su madre se apagaba.

De momento, ya tenía bastante con eso.

Mientras se sentaba en la limusina que Ohm había insistido en que utilizara, jugueteó nerviosamente con la esmeralda del cuello. Se había convertido en una especie de talismán en esos días de tensión y soledad. Echaba mucho de menos a Ohm. Ahogó un sollozo, furioso por no poder controlar sus sentimientos.

¿Cuándo había empezado a importarle Ohm, a necesitarlo y a querer que estuviera con él? Esos sentimientos se habían despertado en él en París, sin darse cuenta, y ahora que no lo tenía a su lado, el sentimiento de pérdida era intenso.

Llevaba dos días en Inglaterra cuando se percató de que no estaba bien. Al principio lo atribuyó al estrés, pero, finalmente, reconoció que el olor de determinados alimentos le revolvía el estómago. Tenía el estómago muy sensible y de vez en cuando sentía náuseas.

El miedo a estar embarazado lo llenó de ansiedad, pero tardó unos días en reunir el valor para comprar la prueba de embarazo.

Se dijo que se la haría al volver al hotel. ¡No iba a seguir posponiéndolo!

Cuando el coche se detuvo ante la casa de sus tíos, Fluke se dio cuenta de lo ostentoso de su llegada en limusina, seguida del vehículo de los guardaespaldas. Al bajarse, se estiró la chaqueta, que hacía juego con los ajustados pantalones. Su atuendo se completaba con una camisa de seda y zapatos altos.

En efecto, su vida y su aspecto habían cambiado, pensó mientras se dirigía a la entrada principal, en vez de a la de la parte de atrás, que era la que él solía utilizar.

Príncipe por accidenteWhere stories live. Discover now