MARÍA Y ESTEBAN.- JAQUE MATE

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Esteban caminaba de retorno a ella trayendo consigo dos copas de su vino favorito. No podía negar que aquel detalle la había conmovido profundamente, sin embargo, seguía firme en su propósito de no mostrar ni siquiera un ápice de emoción, aunque mantener esa fachada de mujer de hielo estaba resultando ser un completo desafío, Esteban, como el buen rey que era estaba logrando calentar su alma, sí, estaba conquistando nuevamente a su reina, sólo que todavía no lo sabía y muy probablemente no lo haría nunca.

—¡Salud!—, dijo chocando su copa contra la de ella luego de habérsela entregado.

—¿Por qué brindamos?—, preguntó con una seguridad que estaba muy lejos de sentir.

Y es que el ambiente en el que se hallaban, las luces apagadas, la chimenea encendida, la casa en completa soledad le recordaba esas citas a escondidas que solían tener otrora.

—Por nosotros—, respondió él un tanto vacilante, y es que esa lejanía que María había impuesto entre ellos lo hacían dudar a cada paso que daba. —Porque a pesar de todo lo ocurrido estamos juntos de nuevo.

María no pudo evitar que su boca se secara y su garganta se cerrara. Esteban siempre había sido su debilidad, y dudaba de que algún día dejara de serlo. Lástima que las cosas hubieran cambiado tanto...

—La vida nos ha colocado nuevamente frente a frente, como si fuéramos dos contrincantes en un tablero de ajedrez. ¿Te acuerdas como nos gustaba retarnos en el ajedrez?—, preguntó soltando una tímida risa. —Como en el juego, ahora solamente tenemos que esperar a ver quién moverá primero la pieza—, terminó en un tono por demás sensual.

—Yo conozco tu juego... no podrás ganarme—, rebatió ella arqueando levemente su ceja. Al parecer el vino había hecho su trabajo y ella estaba decidida a tomar al toro por los cuernos. Se enfrentaría a su marido como la reina que era.

—En la vida como en el ajedrez, hay muchas formas de triunfar.

—Puede ser, pero tú ya no puedes sorprenderme—, afirmó haciendo que Esteban riera. Él estaba disfrutando de esas provocaciones que su mujer le estaba haciendo. Le encantaba esa nueva versión de ella. —Yo conozco todos tus trucos, y sé muy bien cómo darles la vuelta para salir invicta. Para no dejarme ganar.

—Han pasado veinte años, María. Yo puedo tener trucos nuevos. ¿No sientes... curiosidad?—, la tentó.

—Curiosidad sí, pero no voy a arriesgarme. A menos... a menos que apostemos algo importante.

—¿Algo importante?—, preguntó él verdaderamente sorprendido por esa afirmación. —¿Como qué?

—No lo sé, dímelo tú.

—Muy bien—, respondió él aceptando el reto, tal vez, esa partida de ajedrez fuera la llave que derribaría todas las barreras que existían entre ellos dos y, en un golpe de suerte, su más preciado anhelo se hiciera realidad. —Vamos a decidirlo de una buena vez—, zanjó tomándola de la mano y llevándola consigo a un lugar más privado, su despacho.

A pesar de que no había nadie en la casa no deseaba ser interrumpido. Estaba dispuesto a lo que fuera por disfrutar de ese momento.

El cerebro de María dejó de funcionar en ese momento, y su cuerpo le cedió toda su voluntad a su único dueño, así que, sin ella esperárselo, se vio a sí misma dentro de esas cuatro paredes con el tablero de ajedrez en frente de ella.

—Quien nos hubiera oído, podría haber pensado que hablábamos de otra cosa y no de una partida de ajedrez—, dijo ella en un vano intento de romper esa burbuja de sensualidad que amenazaba con devorarlo todo a su paso, incluidos ellos.

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⏰ Última actualización: Jun 21 ⏰

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