El juicio dio comienzo. Entró en la sala una mujer con alas blancas, quien se sentó en la silla que estaba en el centro. En la sala se encontraban docenas de querubines y ángeles sentados en palcos, rodeando la silla, esperando el tan ansiado juicio. Seguido de la mujer, entró uno de los arcángeles superiores: un ojo flotante rodeado de alas blancas como la nieve, con más ojos incrustados y cadenas.
—¡Todos en pie! —gritó uno de los ángeles que escoltaban a la mujer en la silla y vigilaban cada movimiento.
Todos se levantaron. Cuando el ser se detuvo frente a su escritorio, se sentaron de nuevo. El arcángel hizo aparecer un montón de papeles encima de su mesa.
—Ángel Adaida, se te acusa de traicionar al cielo y conspirar contra este junto al infierno —dijo tajante el arcángel Gabriel, mirando por encima del hombro a la susodicha—. ¿Cómo te declaras? —preguntó burlón.Todos los ángeles miraron a Adaida, algunos con recelo, otros con decepción y otros con enfado.
—¡SOY INOCENTE, NO HE HECHO NADA MALO! —dijo con desespero.—Entonces niegas haber estado viendo a escondidas al demonio Leviatán, ¿verdad? —preguntó Gabriel con enfado.
—Nunca dije nada de eso. Soy inocente, no he conspirado contra nadie ni os he traicionado —respondió Adaida con el ceño fruncido.
—¿Y entonces a qué se deben esos encuentros a escondidas con el demonio, si se puede saber?
Adaida no respondió. Cerró los ojos con fuerza y bajó la cabeza.
—No estoy haciendo nada malo… —dijo, exasperada.—¿Verte a escondidas con el enemigo no es algo malo? ¿Cómo sabemos que no has revelado información confidencial del cielo?
Murmullos empezaron a escucharse por toda la sala.
—Yo… —Adaida no sabía qué responder.—Adaida, si no es por rebelión, entonces ¿por qué? —dijo Gabriel, ya cansado de las respuestas sin fundamento de la joven.
—¡Porque le amo! —dijo gritando la mujer, casi al borde del llanto—. Le amo con todo mi corazón, y si amar es un pecado, entonces… me declaro culpable —sentenció con enfado.
Los murmullos de sorpresa y asco no se hicieron esperar.
—¡SILENCIO! —gritó el mismo ángel que había pedido que se levantaran.El silencio repentino sacó al arcángel de su trance.
—¿Amar? —dijo a carcajadas Gabriel—. Es un demonio, los demonios no pueden amar, ilusa.Adaida le dedicó una mirada de odio.
—Mientes. Él me ama tanto como yo le amo a él —sentenció, decidida.—Pobre chiquilla, está totalmente cegada ante las mentiras del demonio —dijo Gabriel, susurrando algo al ángel escolta.
—El arcángel Gabriel ya tiene su veredicto —anunció el ángel.
Todos miraron al susodicho atentamente, esperando las siguientes palabras de Gabriel.
—Mi veredicto es… —hizo una pausa y miró a la joven duramente—: A la ángel rebelde Adaida se le arrancarán los ojos, condenada a quedarse ciega.El público en la sala empezó a susurrar. Uno de los ángeles escoltas desenvainó una espada flameante, haciendo que se formara un silencio expectante. Adaida, aterrada, retrocedió, pero otros dos ángeles la agarraron de los brazos, impidiéndoselo.
El ángel alzó la espada. Con un brutal y elegante movimiento, hizo una brecha vertical en su cara, provocando que chorros de sangre y chillidos de dolor salieran de la chica. Los demás ángeles la miraban con pena y desagrado.
La chica, moribunda, fue recogida por los ángeles guardas y encerrada, condenada por toda su inmortalidad a no poder ver al amor de su vida, quien esperaba su regreso todos los días.
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Historias cortas de amor y odio
HororHistorias cortas esperanzadoras o desesperantes, tu decides el significado de cada capítulo.