Colapso

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Finn:

- Disculpa, Marge, en momentos vendrá mi novia. Su nombre es Andrea Bertolucci. ¿Podrías hacerla pasar directamente? Incluso, cada vez que venga, si tengo pacientes, avísame y no la dejes esperando - me acerqué a la recepcionista para avisarle de la llegada de Andrea.

Algo debía haber hecho mal, porque alzó la cabeza y se quedó mirándome con la boca abierta. Si bien jamás conversaba con nadie, a excepción de algunos colegas, cada mañana, cuando entraba, le deseaba buenos días y recibía algún recado de ella, y si no los tenía seguía caminando directamente a mi consultorio.

-¿Marge? ¿Estás bien? - pregunté, mirándola atentamente.

- Sí... sí... ¿usted sabe mi nombre? - tartamudeó por lo bajo, y apreté mis labios para no reír.

- Sí... Trabajas aquí cada mañana, te veo a diario, ¿por qué no lo sabría? - le dije, tratando de no reírme de su reacción.

- Sí, sí, pero no imaginé que lo recordara - confesó totalmente ruborizada.

-Recuerdo todo, aunque no sea el más simpático... ¿Podrías hacerme el favor que te pedí? - insistí, porque me seguía mirando como si fuese un bicho raro.

- Sí, doctor, será un honor conocer a su novia, ¡La de verdad! - me respondió sonriendo.

- Otra cosa, ¿puedes evitar decirle a Andrea que algunas mujeres dicen ser mis esposas? - le dije, haciendo comillas al aire con mis dedos.

Andrea se enfurecía con eso, y debía soportar sus enojos por más de media hora, como si fuese mi culpa.

- ¡Oh! Sí, sí, por supuesto. No diré una palabra. Además, usted ya nos dijo que a menos que usted nos diga, no les creamos. Y es la primera vez que me lo dice - me aclaraba, y yo la miraba serio. Me recordó a Andrea, dando explicaciones de más.

- Gracias, Marge. Descuida, solo Andrea es a la que debes dejar pasar. Y por cierto, no hace falta que expliques tanto - le recomendé. Antes de marcharme, le di una sonrisa y me fui negando con la cabeza.

Era un día complicado para mí. Consultaba mi reloj constantemente, sabiendo que todo debía estar cronometrado a la perfección. Hoy era el gran día. Debíamos ir por el viejo Bertolucci, y habíamos estudiado el plan miles de veces. Nada podía salir mal, al menos no hoy.

- ¡Suizo! ¡A las tres! Ni un minuto más tarde. Gian Luca nos espera - gritó el cardiólogo italiano, al cruzarme con el , quien nos ayudaría hoy junto a uno de sus compañeros.

-Si es posible, cinco minutos antes. No me gusta la impuntualidad - le recordé, viendo cómo se alejaba rápidamente en dirección opuesta, riéndose.

Debía tener una urgencia que atender; de lo contrario, se habría quedado molestándome como de costumbre.

Al llegar a mi consultorio, sentí una mezcla de nerviosismo y anticipación. Todo debía salir perfecto hoy. Tenía la sensación de que cualquier error, por pequeño que fuera, podría costarnos caro. Revisé mis notas una vez más, asegurándome de que todos los detalles estuvieran cubiertos.

Justo cuando me acomodaba en mi escritorio, Jenny, la prima de Zoe, apareció en la puerta de mi consultorio, golpeando suavemente antes de entrar.

- ¡Finn! Permiso. ¿Vamos a almorzar? - preguntó, con su habitual sonrisa radiante.

- Lo siento, Jenny. Espero a Andrea, está por llegar, y luego tengo pacientes que atender- me disculpé de inmediato.

Jenny, recién graduada de traumatóloga, trabajaba aquí en Nueva York gracias a la ayuda de Joel, que seguía siendo socio en este hospital. En el pasado, Elijah y yo la habíamos ayudado con sus prácticas. Era muy parecida a Zoe: aplicada, lógica y directa, pero con una simpatía que la hacía diez veces más agradable.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora