Jacob

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—Vosotros sois muy diferentes —Mickey solía acompañarnos a casa después de clases para jugar videojuegos o hacer tarea. A veces ayudaba a mamá con el jardín. Era como un hijo más para ella—. Uno viene de detención y el otro de un concurso de declamación.

—Jason es gay y yo no. Esa es la única diferencia —me burlé, y mi querido hermano me golpeó con su libro de historia.

Lo extraño tanto.

—¿Qué pasaría si alguno de nosotros resultase gay? —inquirió Mickey.

—Dejen de hablar estupideces —bufó Jason—. ¿Por qué te metiste en problemas ahora? —me preguntó.

—¿Conoces a este tipo Bolton? Brian Bolton. No estoy seguro, pero creo que se estaba burlando de mi color de piel y lo golpeé.

—O sea que ni siquiera estabas seguro, y te fuiste a los golpes antes de preguntar —frunció el ceño.

—Sólo quería una excusa para pegarle. ¿No te parece un engreído?

—Deja de comportarte así. Arruinarás tu futuro.

—Deja de imitar a papá.

—Deja de ser un idiota.

—¿A quién llamas idiota, puto cuatro-ojos?

Michael se interpuso entre ambos.

—Eh, venga, Jay, cálmate. Jason tiene razón. A veces te comportas muy visceral.

—¡Hago lo que quiero y ya! ¡A diferencia de ti, Jason, yo seré un hombre libre! No seguiré los pasos de nuestro padre ni trabajaré en su estúpida imprenta como un esclavo.

—¡Esa imprenta nos lo ha dado todo, bestia! ¡El bisabuelo la fundó, y ahora nos tocará hacernos cargo de ella!

—¡Tú hazte cargo de ella! Yo me haré a un lado. Puedes... convertirla en la editorial que siempre has soñado tener. Y luego heredársela a tu hijo... Y así, sucesivamente.

—No quiero que estés fuera de esto, Jacob.

—¿Y si dejamos de discutir temas de adultos? No me arruinéis lo poco que me queda de juventud antes de la universidad. Se supone que jugaríamos Centipede y pediríamos pizza.

Y, bueno, Jason terminó haciéndose cargo de la imprenta, ahora editorial. Cuando nos dejó, dejó el cargo a manos de mi sobrino. Yo sólo cobro un cheque mensual por mis aportaciones sanguíneas y morales.

Michael volvió a España para estudiar actuación, y yo me desvié en la universidad. Probé de todo y conocí a nuestras personas. Como Alberto. Mi primera vez con un hombre.

—Qué será de mi amigo Alberto —me lamento, recostado en el diván, mientras Lorena afina su violín—. No he sabido nada de él desde su divorcio. Parece que ya ni siquiera tiene teléfono. No publica nada en redes desde el año pasado y su número es inexistente.

—¿Sabes qué? No debimos ponerle René.

—Bien. ¿Qué?

—René es un nombre unisex. Si le hubiéramos puesto Gloria o... Rose, quizá las cosas habrían sido distintas.

—A ver si entendí, querida: sugieres que si le hubiésemos puesto otro nombre a nuestro hijo, habría sido mujer.

—¿No es obvio?

—Haberme casado contigo confirma mi nula sapiosexualidad, mi vida.

—¿De qué hablas? No entiendo todos esos términos gay nuevos.

—¿Quieres salir a cenar?

—Me veré con Wilson en una hora.

—¿Tu amante?

El libro de los hombres coloridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora