El sol brillaba con fuerza sobre un cielo completamente despejado, era un día de primavera increíblemente agradable, apenas podía sentirse el ruido tan característico de Tokyo mientras la brisa soplaba tenuemente. Sin lugar a dudas era una mañana perfecta, salvo por el pequeño detalle que esa misma mañana de Abril al fin comenzarían las clases...
El despertador sonó de forma estridente, casi haciendo eco en la vacía habitación del joven Daiki Takami, provocando que el castaño se levantara a regañadientes de la cama. Por más que odiara el instituto debía hacerlo, de lo contrario su madrastra lo arrojaría al suelo, tan sólo para luego arrastrarlo por las escaleras. Cepilló sin ánimos sus dientes, ligeramente amarillentos gracias a los cigarrillos que consumía a diario, clavando sus ojos color vino sobre el espejo. Observó su barba de tres días, ligera pero aún así molesta, no quería rasurarse pero menos quería causar una disputa por ello.
— Maldita sea... —
Susurró con voz ronca al cortarse sobre el mentón, era demasiado torpe aunque no quisiera admitirlo, por suerte el corte no fue profundo y bastó con limpiar la poca sangre. Peinó con los dedos su melena desprolija, la que apenas le llegaba hasta un poco por debajo de las orejas, mientras su cerquillo le cubría el ojo derecho, y salió del baño hecho una fiera al tan solo pensar en que debía volver a aquel infierno que llamaban "Secundaria Superior". Estaba a punto de cruzar la puerta hacia su habitación hasta que una voz chillona le perforó el tímpano, haciendo que los labios del muchacho se arquearan en una mueca de molestia.
— ¡Buenos días!, ¿Emocionado? — Preguntó una voz femenina al final del pasillo.
Aquella era su hermanastra, Fumiko Akahara, una hermosa niña de catorce años. Cuerpo pequeño, estatura promedio, facciones delicadas, una larga melena pintada de un bello tono negro azulado y unos hermosos ojos color azul marino. Aunque ella le hablara con toda la dulzura del mundo y una enorme sonrisa sobre sus labios tan sólo recibió un gruñido como respuesta. Daiki la odiaba, aunque ella lo adorara con el alma. La pequeña Fumiko suspiró resignada y bajó hasta la cocina a desayunar.
Minutos más tarde Daiki bajó las escaleras, con un cigarrillo sin encender sobre sus labios, hasta la cocina. Tomó el café de un sorbo y salió expreso sin hacer contacto visual con su hermanastra, o su padre siquiera. Ya era demasiado tener que asistir a clases como para tener que compartir el auto todo el camino, quizá hasta podía evadir al menos la ceremonia de inicio de clases y fumar un par de cigarrillos antes de entrar al aula. Sin pensarlo dos veces se desvió hacia el parque de niños, para su suerte a esa hora no habrían críos que lo molestasen y podría fumar en paz. Se quitó la horrible chaqueta azul marino que correspondía al uniforme y la arrojó a un lado, al tiempo en que tomaba asiento en una de las hamacas y le daba una calada a su cigarrillo. Antes de lo previsto su móvil comenzó a sonar dentro del bolsillo de su chaqueta. Quisiera o no debía responder, o el mundo se le vendría abajo en cuanto llegara a casa. Respiró profundo y tomó el móvil con cautela, para atender la llamada sin siquiera anunciarse.
— No comiences con tus rebeldías. Tienes cinco minutos para llegar a la escuela o hablaremos de tu futuro por la noche. Tú decides. —
Su padre cortó la llamada antes de que Daiki pudiera siquiera responder. No habían pasado ni diez minutos, ¿Cómo sabía que no había ido aún al colegio? Aunque al chico no le gustara admitirlo su padre le conocía perfectamente, a tal punto que podía adivinar sin problemas lo que su hijo haría antes de que lo hiciera. El muchacho contempló sus posibilidades pero ninguna era buena, así que simplemente optó por resignarse y terminar su cigarrillo de camino a la escuela.
—¡Mírate! Estás hecho un desastre, ven aquí. — La voz chillona de su madrastra, la "elegante" Chizuru, fue lo primero que oyó el muchacho al llegar a la sala de conferencias de la escuela . Sin darle tiempo a quejarse la mujer lo tomó por la corbata y arregló su uniforme, para luego llevarlo hasta su asiento en tercera fila para que apreciara la ceremonia de bienvenida. "Vieja bruja..." pensó el muchacho en cuanto aquella mujer se alejó de él, tan sólo para tomarle mejor una fotografía. El castaño no pudo evitar maldecir en su mente todo lo que duró el discurso de bienvenida, aunque algo llamó su atención en cuanto el viejo director se dispuso a presentar a los nuevos profesores. Sin lugar a dudas más de la mitad de los profesores eran nuevos, lo cual era obvio que pasaría tarde o temprano debido a la avanzada edad de los profesores anteriores, pero a simple vista podía notar que algunos de ellos no eran orientales. Cosa que despertó cierta curiosidad. Espero impacientemente hasta que al fin llegó a uno de los extranjeros...
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Adicto a ti
Roman d'amourDaiki Takami es un alumno de 17 años de la preparatoria. Pero no es como cualquier otro chico, el es homosexual, pero nadie lo sabe excepto su hermanastra, ya que lo oculta tras una mascara de chico malo. Alphonse Lindberg, es el profesor de arte de...