Prólogo

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¿Alguna vez os han dado ganas de estrellar el móvil porque la alarma de éste ha interrumpido vuestra preciada siesta?
Pues eso me acababa de pasar a mí.
Eran las cinco de la tarde cuando esto sucedía.
Al instante de deslizar el dedo para que ese dichoso aparato dejase de acribillarme con su espantoso sonido, mi madre abrió la puerta de mi habitación.

   —Hija, las cinco. Date prisa, no llegas.

   —Ya lo sé —dije alargando la última letra—, mamá.

   —Bueno, yo solo te aviso. Luego no me vengas diciendo que es tarde —y al instante, se marchó de mi cuarto.

Tenía que darme prisa o si no, iría muy justa.
Me levanté del borde de la cama, en el que estaba sentada mirando a la nada, y cogí la ropa que yacía encima de la silla del escritorio. La había dejado preparada antes de dormirme.
Unos leggins negros, una camiseta de tirantes negra en la que en el pecho en pequeño ponía "Awesome", y unas Vans muy desgastadas eran el atuendo perfecto para recibir una clase de baile.

Y así es, mi destino era la academia de baile 'Studio DC'.

Como ya habréis podido comprobar, soy de Madrid. Móstoles fue el lugar que me vio crecer.

   —¿Ya estás? —me pregunta mi madre nada más verme salir de la habitación.
   
   —Me peino y listo.

Y ya está. En cuanto salí del baño cerrando la puerta y apagando la luz con una coleta alta bien hecha, ya estaba lista.

   —Vamos —le decía a mi madre, la cuál estaba sentada en el sofá viendo Sálvame Diario. Un programa cuyo fin es entrometerse en la vida de los demás.
 
   —¿Ya? Pues vamos.

   —Mamá, ¿sabes dónde es? —le decía en cuanto nos subimos al coche y nos abrochamos los cinturones.

   —Sí, he pasado varias veces por delante —me respondió.

Por el camino iba pensando en la gente que conocería, si caería bien, si me aceptarían... Y lo más importante, que estuviera a la altura de su nivel, es decir, no me gustaría hacer el ridículo y bailar fatal.
Para distraerme, me miré en el espejo retrovisor y miré si llevaba bien el pelo, desbloqueé el móvil y me metí en Twitter, Instagram... Y me percaté de que tenía diez mensajes vía WhatsApp de un grupo.

   —¿Estás nerviosa? —me preguntaba mi madre mientras conducía.

   —Pues no mucho, la verdad. Lo normal en estos casos, ¿no? —le dije respondiendo a su pregunta.

   —Bueno, tú portate bien y ya está.

   —Me parece increíble que a estas alturas de la vida me digas que me porte bien, como si no supieses lo buena hija que estoy hecha —le decía riéndome.

   —Sí, lo que tú digas —me contradecía mi madre.

   —Las cinco y veintidós, no llego. Empieza a y media y hay que estar cinco minutos antes.

   —¿Cómo que no llegas? Si ya estamos aquí —y era verdad, estábamos justo en la puerta—. Hala, entra, cuando salgas me avisas por si vengo a por ti o coges el bus urbano.

   —Vale. Adiós, mamá.

En cuanto me bajé del coche y mi madre aceleró, me vi ahí, sola y enfrente de un local del que no tenía ni idea que podía cambiar tanto mi vida.

Guardé el móvil en la mochila (si se podía llamar así), ya que es un cacho de tela con un Nike estampado y dos cuerdas, en la que llevaba las llaves de casa, los auriculares y un monedero con poco dinero.

Cuando ya iba a entrar, una chica me chocó por la parte del hombro. Al darme la vuelta vi que iba vestida de manera muy parecida a mi, más o menos de mi edad, morena con la melena ni muy larga ni muy corta, ojos marrones y bajita. Se parecía a mí, la verdad.

   —Uy, perdona. De verdad. Es que me pensaba que no llegaba y venía corriendo y... Bueno, te he dado sin querer —dijo un poco disgustada.

   —No te preocupes —intenté calmarle—. Por cierto, me llamo Ariadna, Ariadna Blanco.

   —Encantada, yo soy Eva. Eva Gala.






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⏰ Última actualización: Aug 02, 2015 ⏰

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