"El mar es dulce y hermoso. Pero puede ser cruel, y se encoleriza tan súbitamente, y esos pájaros que vuelan, picando y cazando con sus tristes vocecillas son demasiado delicados para la mar"
El viejo y el mar - Ernest Hemingway.
Los labios heridos de Octavio se curvan en una sutil medialuna, apenas perceptible para los demás, pero para Gio, esa sonrisa es una caricia.
Observa al profesor con una mezcla de sorpresa y admiración, dolor y amor. Aunque no puede confiar plenamente en él, siente un atisbo de ilusión en su imaginación. La anhelada sonrisa del profesor es para él como el agua para un sediento, como las drogas para un adicto, como el alivio después de la tortura. Una dulce mentira imposible de rechazar.
Ha sido así siempre.
Sin embargo, ya no pueden retroceder. Gio sabe que no puede ser el joven que fue, y aunque pudiera, aún queda mucho por hacer. Cierra los ojos un instante y, al abrirlos, se enfoca en sanar provisionalmente el cuello de Octavio.
Después de unos minutos, el profesor se queda solo; el tiempo pasa y el hombre no regresa a la habitación.
En la mano derecha, el envase de antiinflamatorio con anestésico está sellado. La tapa a rosca se resiste; intenta varias veces, pero no logra abrirla. Necesita ayuda.
Octavio se incorpora con cuidado, sintiendo el malestar en los músculos. Se desliza fuera de la cama, los pies descalzos tocando el suelo frío. Al abrir la puerta, el aire parece más denso. Un vaso lleno reposa en la pequeña mesa de té; Gio, apoyado en el sillón, permanece con los ojos cerrados.
La delgada figura se acerca, se para frente a él y lo observa durante un rato.
Agotados, arruinados, devastados, ambos comparten el mismo estado, aunque no lo sepan. Diferentes circunstancias, diferentes emociones. En silencio, sus bocas cosidas por intereses distintos nunca podrán escuchar las palabras del otro. Porque no pueden recuperar lo que se perdió.
Avanzar o retroceder. Octavio analiza cómo proseguir.
La mano izquierda del profesor está hinchada e inútil. Si Gio accede a ayudarlo, podría aprovechar la oportunidad para negociar su deseo de no regresar a aquella habitación. Apoya el envase en la mesa, junto al vaso y el pastillero. Observa el pequeño rectángulo de metal con algo de curiosidad, pero por alguna razón inconsciente, considera que es mejor no saber.
Inclinándose hacia el hombre que aparentemente dormía, le toca el hombro dos veces. El primer contacto es suave, el segundo, un ligero golpe con la punta de los dedos. Exhala profundamente y se inclina hacia él una vez más, decidido a intentarlo de nuevo.
Al sentir el contacto, Gio lo agarra con fuerza. Con la mirada turbia, frunce el ceño confundido. La mente del hombre aún oscila en el límite de la realidad y el auto consuelo. Segundos después, suelta a Octavio y lo toma por la cintura.
—Viniste —dice con la voz un poco ronca—. Al final lo hiciste.
Octavio permanece estático, incapaz de comprender lo que está sucediendo. El hombre apoya la frente en el abdomen, y la voz es ambigua, una mezcla de tristeza y afecto.
—¿Por qué estás así? No quiero verte de esta forma. Por favor, hoy... hoy no te muestres así...
Baja la mirada hacia un costado, acaricia desde el codo hasta la muñeca, deteniéndose en la zona herida.
—Nunca quise, yo... —murmura, rozando con el índice la parte alta de la mano, creando formas en la piel enrojecida—. Odio verte herido, no quiero que llegues así...
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S.E.L "Unión en la Oscuridad" / En corrección.
RomanceMás allá de la captura. La conexión inesperada entre el captor y el cautivo. El vínculo prohibido, que desdibuja los límites de la racionalidad.