• ¡Muy buenas! Tan sólo quería decirles que por más ridículo que pueda sonar el título, o las primeras líneas de este capítulo, no dejen de leer. Me lo agradecerán después. Enjoy! •
Parecía ser media noche cuando una luz intensa se hizo presente en el patio delantero de la familia Hirakuchi. Segundos más tardes unas criaturas extrañas bajaron de una especie de nave que flotaba unos cuantos metros sobre el suelo, más que una nave aquella cosa parecía una tostadora gigante con centeneras de luces psicodélicas. Aquellos seres lucían mucho más extraños que su nave; poseían una viscosa piel morada, ojos saltones que parecían canicas brillantes, seis brazos que se movían como gusanos, tres a cada flanco de su cuerpo, y una anatomía similar a la de un mono, pero no un mono común y corriente, era como si aquella criatura estuviera caminando de cabeza. Sí, con la cabeza entre sus cortas patas, casi arrastrándola contra el suelo.
Tres de aquellos humanoides, por llamarlos de alguna manera, llegaron hasta la entrada de la casa mientras dos se quedaron junto a su nave. Los tres primeros susurraron algo de una manera extraña, en su idioma nativo, pero sus "palabras" sonaban de una manera similar a cuando un globo se desinfla , sólo que acompañado por una especie de interferencia. Similar al sonido que hace una radio cuando está mal sintonizada. Tras unos segundos uno de los individuos cruzó la puerta de entrada sin problemas, sin abrirla siquiera. Tal cual como lo haría un fantasma, en el hipotético caso de que existieran. Para minutos más tarde volver a salir con el joven Akise aún dormido entre sus brazos, tentáculos mejor dicho, los dos que le esperaron en la puerta sonrieron con malicia, mostrando unos colmillos retorcidos, de aspecto podrido, pintados con incontables colores neón, al tiempo en que se encaminaban a su nave. Llevándose el pequeño Akise en aquella tostadora espacial a algún rincón olvidado en la galaxia...
—¡Déjenlo ir, aliens pervertidos hijos de puta!— Exclamó Yuuta moviéndose bruscamente entre las sábanos. —¡Es mío!— Volvió a exclamar el pelirrojo, pero esta vez incorporándose bruscamente en la cama. Su corazón latía con fuerza, su respiración parecía más un jadeo y su fornido cuerpo se encontraba completamente perlado en sudor.
Definitivamente no debería haber visto esa estúpida película antes de dormir. Pero aún sabiendo que eso no era más que una pesadilla no podía estar tranquilo, necesitaba ver a su amado Akise para poder volver a dormir. Suspiró profundamente al tiempo en que se quitaba la camiseta sudada y la arrojaba junto a la cama, se quedó unos segundos sentado en el borde de la cama pensando; en gran parte se sentía estúpido por ir todas las noches a verlo dormir, pero era algo que necesitaba. Poder estar cerca de él con esa libertad, observarlo sin medirse y sentir el aroma de su piel era para el mayor algo sin igual.
Él era Yuuta Takaichi, el mejor amigo de Akise desde la niñez, aunque se habían hecho aún más cercanos desde que Yuuta comenzó a vivir con la familia Hirakuchi varios meses atrás. Un metro ochenta, cabello rojizo y ojos verdes. Eso, sumado a su cuerpo esculpido por años de ir al gimnasio, lo hacían un imán de mujeres. Aunque el verdadero problema era que a él no le interesaban las mujeres y eso todo el mundo lo sabía. Al mismo Yuuta, aún para sus escasos diecinueve años de edad, le parecía ridículo disimular su interés por otros hombres, por más que gracias a eso se había ganado el odio de su familia.
Respiró profundamente y se levantó de la cama. A pesar de la completa oscuridad fue capaz de llegar hasta la habitación de Akise sin problema alguno, luego de escabullirse tantas noches podría decirse que ya conocía el camino de memoria, pero algo lo detuvo segundos antes de abrir la puerta. Del otro lado podía escuchar débilmente los sollozos del menor, un escalofrío recorrió su espalda y abrió la puerta sin pensarlo...
—¿Yuuta?— La voz de Akise se escuchó temblorosa en cuanto el mayor irrumpió en su cuarto.
—Iba al baño y te oí desde el pasillo.—Mintió, odiaba mentirle pero no iba a admitir que venía a observarlo mientras dormía. —¿Qué pasa? ¿Estás bien? — Comenzó a avasallarlo con preguntas al tiempo en que caminaba lentamente hasta la cama del contrario. Cerrando por mero reflejo la puerta tras de sí.
—Pesadillas.— El menor solía tener pesadillas durante el período de clases, por lo cual Yuuta no se sorprendió demasiado, aunque aquello no hizo que se preocupara menos. —Perdóname por ser una molestia... Lo siento. —La voz del pequeño se quebró, al tiempo en que el mismo se escondía debajo de las cobijas.
—No eres una molestia...—Mientras hablaba el pelirrojo acortó por completo la distancia que lo separaba de su amigo, sentándose en el borde de la cama. —¿Recuerdas cuando éramos niños y me quedaba a cuidarte por las noches?—Akise solo asintió con la cabeza. —Me agradaba cuidarte en ese entonces y me sigue agrando hacerlo ahora. Anda, déjame espacio.—
El menor se dejó hacer por el contrario sin emitir una sola palabra y se arrastró hasta el lado izquierdo de la cama, mientras Yuuta se metía bajo las sábanas en el lado contrario, para él no había nada mejor que tener a Yuuta a su lado pero temía reconocer que veía a su amigo de toda la vida como algo más que eso. El corazón del castaño comenzó a latir en cuanto su acompañante se metió bajo las cobijas y se aferró a su cintura.
— Buenas noches, Akise.— Susurró Yuuta con una sonrisa en sus labios, poco antes de quedarse dormido.
El pequeño sólo asintió con la cabeza al tiempo en que giraba su cuerpo para quedar frente a su acompañante. Por más que lo deseara él era incapaz de mantener los ojos cerrados más de unos cuantos segundos, la idea de apartar la mirada del pelirrojo era algo impensable para él. Al menos podría observarlo cuanto quisiera sin miedo a nada. Luego de tantos años de conocerse y unos cuantos meses viviendo bajo el mismo techo el pequeño Akise no era capaz de admitir cuando amaba verlo dormir, cuanta paz le transmitía el mismo Yuuta, mucho menos aceptaría lo que de verdad sentía.
— No, Akise... Así no...— Susurró el pelirrojo mientras dormía, abrazando con fuerza al menor.
Las mejillas del castaño se enrojecieron por completo al tiempo en que su corazón latía con fuerza, casi como si quisiera salir de su pecho. ¿Estaba soñando con él? La respuesta era obvia en realidad, aunque ni él mismo podía creerlo del todo. ¿Qué estaría pasando por la cabeza de Yuuta en ese momento? ¿Por qué soñaría con él? Aquellas preguntas se alojaron en la mente del menor, aún sabiendo que jamás tendría el valor de averiguar una respuesta.
— Akise...— La voz del pelirrojo arrancó al joven de sus pensamientos. —Te amo...—
¿De verdad lo había dicho? El corazón de Akise latía más fuerte que nunca mientras su cuerpo temblaba por completo. No podía haber imaginado eso, pero tampoco podía pensar en que Yuuta diría eso estando despierto. ¿Debía reaccionar o simplemente hacer como si nada pasara? Antes de que él mismo se respondiera esa pregunta sus labios ya se encontraban a escasos centímetros de los labios ajenos y en ese instante el mundo se detuvo para él, lo único que podía sentir la respiración de su mejor amigo sobre su rostro. No existía nada más que ellos dos. Tragó saliva. ¿De verdad iba a hacerlo? Cerró los ojos y sin pensarlo demasiado lo hizo. Posó con delicadeza sus labios sobre los ajenos, en un beso efímero, sincero y repleto de inocencia.
— También te amo...— Susurró al tiempo en que escondía su cabeza en el pecho del mayor.
En cuanto la adrenalina del momento abandonó su cuerpo el pequeño Akise se dignó a cerrar los ojos y rendirse ante el cansancio, para finalmente quedarse dormido. Tras unos cuantos segundos los labios de Yuuta se arquearon en una triunfante sonrisa, al tiempo en que acercaba con cuidado a su amigo hacia él, para así embriagarse con el aroma de su cuerpo hasta quedarse dormido. Sin trucos esta vez.
ESTÁS LEYENDO
Adicto a ti
RomanceDaiki Takami es un alumno de 17 años de la preparatoria. Pero no es como cualquier otro chico, el es homosexual, pero nadie lo sabe excepto su hermanastra, ya que lo oculta tras una mascara de chico malo. Alphonse Lindberg, es el profesor de arte de...