Aziraphale se encontraba sentado en su oficina mirando hacia el gran ventanal que tenía una hermosa vista hacia la ciudad. Mientras él se encontraba físicamente allí, su mente estaba atrapada en recuerdos que lo llenaban de una melancolía profunda. Todavía no podía creer que el trabajo de sus sueños lo alejaría de Crowley.Todavía podía recordar a la perfección la separación, ese beso sorpresivo por parte de Crowley, en un intento desesperado de que no se fuera, que lo tomó desprevenido. Aún, podía sentir los labios de Crowley sobre los suyos. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que alguien más había entrado a la habitación.
Metatrón, el jefe de Aziraphale, había entrado en su oficina sin hacer demasiado ruido.
-Aziraphale -dijo Metatrón con su voz solemne-, necesitamos discutir algunos detalles sobre tu nueva misión.
Aziraphale, sobresaltado, volvió su atención al presente, intentando borrar de su mente la imagen de Crowley.
-Por supuesto, Metatrón. ¿De qué se trata?
Metatrón comenzó a explicar la nueva tarea celestial que Aziraphale debía emprender, pero las palabras parecían perderse en el aire. La mente de Aziraphale, una vez más, se desvió hacia sus recuerdos. La melodía de "Me cuesta tanto olvidarte" de Mecano resonaba en su mente, capturando exactamente cómo se sentía.
"Cantando tus besos," pensó, "me parece como si fuera ayer. Me cuesta tanto olvidarte, me cuesta tanto olvidarte..."
Después de la reunión, Aziraphale se quedó solo nuevamente en su oficina. Miró el reloj, recordando cómo solía encontrarse con Crowley a estas horas para disfrutar de un almuerzo juntos, discutiendo trivialidades humanas y burlándose de las misiones que les asignaban.
Se levantó y caminó hacia el ventanal, su vista fija en la ciudad que se extendía debajo de él. Cada rincón de esa ciudad tenía un recuerdo de Crowley: el banco donde solían sentarse, la librería que él tanto amaba, incluso la pequeña cafetería donde discutieron por primera vez sobre lo que realmente significaba ser buenos o malos.
La melodía de Mecano volvió a su mente, esta vez más fuerte, casi como un himno a su dolor.
"Aunque en el cielo, te amaba a escondidas," pensó, "ahora en la tierra, me falta tu sonrisa."
La tristeza se apoderó de él, una vez más. Sin poder evitarlo, su mano tocó sus labios, recordando la sensación del último beso de Crowley. Sabía que no podría olvidar fácilmente, porque había amado con una intensidad que ni los ángeles ni los demonios podían entender completamente.
A medida que el día se convertía en noche, Aziraphale decidió salir de su oficina. Necesitaba caminar, necesitaba sentir el aire fresco en su rostro, quizás encontrar alguna distracción que le ayudara a calmar la tormenta en su corazón.
Caminó sin rumbo por las calles iluminadas de la ciudad, cada paso llenándolo de recuerdos compartidos. Cada esquina parecía susurrarle el nombre de Crowley, cada sombra parecía recordar la silueta de su amado demonio.
Finalmente, se detuvo frente a la librería que había sido su refugio. Abrió la puerta y entró, sintiendo el familiar aroma a libros viejos que siempre había sido su consuelo. Se sentó en su sillón favorito y tomó un libro al azar, pero las palabras no lograban capturar su atención. Su mente seguía vagando, perdida en los recuerdos de un amor que parecía imposible de olvidar.
"Me cuesta tanto olvidarte," pensó mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas, "me cuesta tanto, y sin embargo, aquí estoy. Sin ti, pero contigo en cada pensamiento."
La noche avanzaba, y Aziraphale comprendió que, aunque el tiempo podría eventualmente sanar su dolor, siempre llevaría consigo una parte de Crowley. Y con ese pensamiento, encontró una pequeña paz, sabiendo que, aunque separados por el deber y el destino, su amor siempre sería una llama que ni el cielo ni el infierno podrían apagar.
Así, en su soledad, Aziraphale se permitió recordar, amar y, con el tiempo, encontrar la fuerza para seguir adelante.