Still there for me (Chestappen)

Capítulo 9: Un desastre llamado Max

Hello people!!

Por fin, actualización de "Still there for me" *inserte aplausos y gritos emocionados aquí*

Me disculpo por la demora, había quedado atrapada en una escena y al ser un capítulo particularmente emocional y crudo de narrar, me costó horrores encontrar la forma de desbloquearme. Pero lo logré y aquí está, aunque sea una actualización triste con un final aún peor ;'c

Agradezco su apoyo, sus votos y comentarios hacen que me esfuerce para seguir, de verdad los adoro un buen chicxs ^^

Cualquier comentario que quieran hacer, háganlo con toda confianza mis amores <3

¡Comencemos!

Actualizado 21/06/2024

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Capítulo 9: Un desastre llamado Max

Max logra sobrevivir, si es que se le puede llamar así, en aquel palacio vacío de lujos y miradas indiferentes, que le helarían la sangre a cualquiera que no estuviera tan entumecido como él. Las cuatro semanas restantes de sus vacaciones se desdibujan en un torbellino de bares y discotecas, donde el vodka fluye como un río desbordado y las anfetaminas se convierten en su combustible vital. Cada noche es un nuevo ritual de autodestrucción, un descenso a los infiernos de su mente atormentada, donde los demonios del pasado bailan al ritmo frenético de la música electrónica.

En los brazos de extraños, busca el olvido momentáneo de las vejaciones que Josh, el monstruo que lo engendró, le ha infligido desde que tiene memoria. Cada caricia, cada beso, cada roce de piel ajena, es un intento desesperado por borrar la repulsiva esencia de su abusador, por exorcizar los fantasmas que lo persiguen sin descanso desde que tiene doce años. Se pierde en una espiral de encuentros fugaces, utilizando los cuerpos de desconocidos como lienzos sobre los cuales pintar su desesperada redención, buscando en vano limpiar su alma mancillada.

Entre la bruma de su inconsciencia, provocada por la mezcla tóxica de píldoras y alcohol, los días se difuminan en una masa informe, como un cuadro impresionista donde los colores se mezclan y confunden, perdiendo todo sentido de tiempo y espacio. Hasta que un día, sin recordar cómo ni por qué, se encuentra a bordo de un avión con destino a Mónaco, su mente disociada, tan fragmentada que ni siquiera logra reconocerse en el reflejo del espejo, como si verse a sí mismo fuera igual que contemplar a un extraño.

Max sabe, en lo más profundo de su ser, que su padre está al tanto de su nueva adicción. Y es consciente de que, siendo el hombre perverso e insano que es, se regodea al haber terminado de corromper lo único que permanecía intacto de su hijo: su espíritu, su esencia, su alma. En poco menos de un mes, aquel chico prodigio, aquel alumno brillante y prometedor que deslumbraba a sus profesores y compañeros, se ha transformado en una sombra de lo que alguna vez fue, un espectro consumido por la droga, un títere cuyos hilos son manipulados por la insania, un frágil e indefenso muñeco en manos de sus propios demonios.

Al cruzar la puerta de su departamento en Mónaco, se deja caer desganado en el sofá de la pequeña sala de estar. Su cuerpo, antes lleno de energía y vitalidad, ahora se siente pesado y ajeno, como si no le perteneciera. Su mente, antes ágil y brillante, capaz de resolver complejos problemas matemáticos y de devorar libros enteros en una sola noche, ahora es un páramo yermo, un desierto árido donde no crece ni una sola idea, ni un solo pensamiento que lo aliente o lo motive a retomar las riendas de su vida. La apatía lo consume, envolviéndolo en un manto de desesperanza y autodesprecio, ahogándolo en un mar caótico contaminado por el fragmento más desequilibrado de sí mismo.