''QUIEN ENSEÑA A MORIR, ENSEÑA A VIVIR''
Me sudan las manos y me seco en los leggins negros que utilizo para gimnasia. Llevaré apenas cinco minutos esperando, pero mi cabeza ha dado tantas vueltas que parece que han sido horas. De pronto me sobra hasta la sudadera. La puerta del despacho del director está cerrada, y yo estoy sentada en el banco de enfrente, que es el banco más malditamente incómodo del mundo. Sobra decir que estoy nerviosa, estoy muy nerviosa, y no hay cosa en el mundo que me calme. Si pudiera elegir un momento en el que morirme sería ahora mismo. Y mira que he tenido momentos para ello. Las interrogantes resbalan por mi cabeza y se precipitan al vacío. Me han sacado en mitad de clase de Ciencias del Mundo Contemporáneo, que por una parte agradezco, pero, ¿a qué se debe todo esto? ¿Qué pasa? Maldita sea, ¿por qué tardan tanto?
La puerta se abre y de ella sale una mujer guapa, de unos cuarenta años, bien vestida y con la barbilla alta. Debe ser la madre de algún alumno del centro. El director y ella se dan la mano y se despiden cordialmente. Admiro de forma extraña a esa mujer, que sale ahora mismo de la sala que me pone los pelos de punta y a la que solo he acudido una vez en mi vida. Fue en el primer año de instituto. En realidad no estaba haciendo nada malo, y sigo defendiendo mi postura, pero al director no le pareció tan buena idea que dijera (y digo dijera, no gritara, a pesar de que ellos lo dieron un color terrible) a mi profesora de matemáticas que veía su asignatura absurda y sin sentido, y que si algo de matemáticas iba a serme útil en la vida serían las matemáticas de primaria, no las de la ESO. Por suerte solo me pusieron un parte leve, que guardará mi expediente de por vida, y dos semanas de castigo en las que debía acudir de dos y cuarto a tres en el aula veinticinco. Con doce años ya me conocía el aula de castigados. Hay cosas que no cambian. En aquel momento me importó bastante, sobre todo por el hecho de que estuve los dos meses siguientes castigada en casa, pero ahora, si me pasara, no me importaría lo más mínimo. No se acerca si quiera a lo que me pasa a diario. Y bien a gusto me quedé diciendo tal cosa, y bien a gusto me he quedado este año quitándome las matemáticas de encima. Aunque ahora lo que me cueste sean el resto de asignaturas. Es mi turno. El director levanta el dedo índice dándome a entender que espere un segundo, y vuelve a cerrar la puerta. No sé a qué tengo que esperar. No sé qué hago aquí. No entiendo, no entiendo nada. ¿He hecho algo malo? ¿Van a expulsarme? ¿Echarme de la ciudad, por algún casual? Lejos, por favor, lejos. Ojalá me exporten a Japón. Me cambiaría el nombre a Doraemon, qué más da que sea nombre de gato cósmico, y empezaría de cero. Me dedicaría a dibujar cómics o a vender pañuelos de papel en la puerta de algún centro comercial. Sería una vida mejor que la que llevo. Quizá podrían exportarme a México. Me pasaría el día comiendo tacos y me cambiaría el nombre a María Eloísa de los Almendros. Podría tocar en una banda de Mariachis y llegaría un día en el que podría beber de una sola vez un bote de tabasco. No me serviría de nada, pero sería una manera de superarme a mí misma flipante. Quizá a Rusia. Con lo que a mí me gusta la nieve. Me llamaría... no sé, ¿Agata es ruso? No suena muy del este europeo, la verdad. Da lo mismo. Adoptaría un niñito al que llamaría Dmitrii y juntos haríamos muñecos de nieve. Igual hasta podría comprarme uno de esos gorros tan chulos de pelo con orejeras, que en mi caso no servirían de nada, pero nunca están de más. Sería el gorro de pelo más alucinante de todo el país. Y Rusia es muy grande.
Cuando me llaman para que entre vuelvo al mundo real y dejo a un lado todas mis fantasías de comer fideos instantáneos, bolitas de arroz, frijoles y ensaladilla rusa. Entro al despacho como un flan, y me quedo de pie en la puerta. Es más pequeño de lo que recordaba, aunque todo sigue exactamente igual. Las paredes están pintadas de amarillo y tiene un par de estanterías a la izquierda que están medio vacías. O medio llenas. Depende del optimismo del momento. Al frente hay una mesa de madera con un par de butacas y la silla de escritorio donde se sienta el director, y a la espalda, un ventanal que da al jardín del instituto. A parte de eso no hay mucho más, una papelera, un par de diplomas en la pared, un ordenador, una grapadora, un montón de folios y un bote con bolígrafos bic. Todos ellos son bic de diferentes colores. El hombre tendrá alguna extraña fijación con estos, pienso.
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VALENTINA
General Fiction''Estoy haciéndolo bien, pero realmente me siento como si me condenaran a muerte. Y siendo yo es una completa ironía... Llevo ya dieciséis años muerta.'' Valentina es básicamente un conjunto de baja autoestima, continuo estado de ánimo nulo, desenga...