Clara y Marcos se conocieron en la universidad, dos almas que se encontraron en un momento de efervescencia juvenil y sueños infinitos. Ella, una estudiante apasionada de Bellas Artes con una sensibilidad única para capturar la esencia del mundo en sus dibujos. Él, un joven ambicioso con una determinación férrea hacia el éxito en el mundo del derecho. Sus caminos se entrelazaron en una cafetería del campus, donde el arte y la ley convergieron en una amistad que pronto se transformó en amor.Después de graduarse, decidieron establecerse juntos en un pequeño apartamento en el corazón de la ciudad. Los días eran una mezcla de risas compartidas, sueños planeados y noches de discusiones profundas sobre el futuro que imaginaban juntos. Sin embargo, como ocurre a menudo en la vida, las demandas del trabajo y las presiones cotidianas comenzaron a distanciarlos lentamente.
Clara: (Mirando sus dibujos en el estudio, con una expresión pensativa) ¿Crees que estamos bien, Marcos?
Marcos: (Sentado junto a ella, con un gesto sereno pero cargado de preocupación) A veces siento que nos estamos perdiendo en nuestras propias vidas, Clara. Quiero que esto funcione, de verdad lo quiero.
Clara: (Bajando la mirada) Yo también, Marcos. Pero siento como si... como si estuviéramos perdiendo algo que no podemos recuperar.
Marcos, dedicado a su carrera en una prestigiosa firma de abogados, encontraba consuelo en el ritmo vertiginoso de su trabajo. Clara, por otro lado, buscaba escape en sus proyectos artísticos, cada vez más absorbida por la necesidad de expresar lo inexpresable a través de sus ilustraciones.
Fue en una noche de gala en una galería local donde Clara conoció a Leo, un fotógrafo bohemio con una mirada que deslumbraba y un alma que parecía comprenderla como nadie más.
Leo: (Sonriendo con complicidad) Tu arte es realmente increíble, Clara. Hay tanto sentimiento en cada trazo.
Clara: (Sorbiendo suavemente) Gracias, Leo. Significa mucho viniendo de ti.
La chispa entre ellos fue instantánea, una conexión que resonaba en las profundidades de sus almas. Leo entendía el anhelo de Clara por algo más, por una conexión que trascendiera las palabras y se perdiera en el abismo de lo prohibido.
Leo: (Observando las obras de Clara con admiración) Tienes un don único, Clara. Cada una de tus ilustraciones cuenta una historia, pero me pregunto... ¿qué historia cuentan sobre ti?
Clara, cautivada por la curiosidad y el encanto de Leo, se encontró compartiendo más y más tiempo con él. Sus días se llenaron de risas furtivas, conversaciones en las que la complicidad se tejía en cada palabra y gesto. El encanto de Leo llenó los vacíos que Clara había estado ignorando, las grietas invisibles en su relación con Marcos que se habían ampliado hasta volverse insuperables.
Fue en una noche de tormenta, cuando las lágrimas se mezclaban con la lluvia golpeando contra los cristales, que Clara y Marcos enfrentaron la verdad de lo que se había perdido entre ellos.
Clara: (Respirando hondo, con la mirada perdida en el horizonte) Marcos, necesito decirte algo... Algo que he estado guardando, destrozándome por dentro.
Marcos: (Sentado frente a ella, una mezcla de expectación y temor en sus ojos) Dime, Clara. Por favor, dime.
La confesión de Clara rompió el aire, dejando el sabor amargo de la traición y el dolor en cada palabra que pronunciaba. Marcos escuchó en silencio, su corazón desgarrándose con cada detalle que Clara revelaba.
Marcos: (Con voz entrecortada) No puedo... no puedo creer que esto esté pasando, Clara. ¿Cómo pudiste...?
La distancia entre ellos se volvió abismal, un abismo de desconfianza y dolor que ni siquiera el tiempo parecía capaz de cerrar. Marcos, devastado por la traición de Clara, se retiró a un rincón oscuro de su corazón, donde la desilusión y la amargura comenzaron a tomar forma.
Marcos: (Mirando el vacío en su apartamento vacío) ¿Qué hicimos mal, Clara? ¿Dónde se perdió todo?
Clara, por su parte, se ahogaba en el remolino de su propia culpa y arrepentimiento. Leo había desaparecido de su vida tan abruptamente como había llegado, dejando tras de sí un vacío aún más profundo que el que él había llenado.
Clara: (Suplicando al vacío de su estudio) No puedo soportarlo... No puedo soportar lo que he hecho.
Intentó redimirse, intentó encontrar una forma de sanar las heridas que había infligido, pero cada intento parecía empequeñecerse en comparación con la magnitud de su traición.
El tiempo pasó en un torbellino de días sin color y noches sin sueño. Marcos se aferró a su trabajo como una tabla de salvación, mientras que Clara encontró un consuelo superficial en sus lienzos, tratando desesperadamente de capturar la esencia de un alma que se había perdido en el laberinto de sus errores.
Fue en una noche de invierno, cuando la nieve caía silenciosamente sobre la ciudad dormida, que Clara encontró el coraje de mirar hacia adelante. Se encontró de pie frente a la galería donde una vez había exhibido sus obras más íntimas, las que habían nacido del abismo de su alma destrozada.
Clara: (Observando las luces de la ciudad danzar en la nieve) Quizás... quizás haya una forma de empezar de nuevo.
Marcos, en una noche igualmente fría, caminaba por las calles desiertas de la ciudad. Pasó frente a la galería donde Clara solía exponer, recordando los días en que su amor brillaba con la intensidad del sol. Sus ojos se detuvieron en una de las ilustraciones, una obra que parecía capturar la esencia de su dolor compartido.
Marcos: (Susurrando para sí mismo) ¿Qué fue de nosotros, Clara?
En ese momento, sus miradas se encontraron a través del cristal empañado de la galería. No había reproche en los ojos de Clara, solo una aceptación triste y resignada de lo que habían perdido.
Clara bajó la mirada y continuó caminando bajo la luna pálida, sintiendo el peso de su pasado en cada paso que daba. Marcos, por otro lado, se giró lentamente y se perdió en las sombras de la noche, llevando consigo el eco de un amor que una vez fue.
Y así, Clara y Marcos continuaron sus vidas en mundos separados, marcados por el recuerdo de lo que habían sido y lo que ya no podían ser. Aunque el tiempo siguió su curso implacable, dejando cicatrices en sus almas, ambos sabían que algunas heridas nunca sanarían por completo.
El amor, ese sentimiento tan puro y poderoso, a veces se desvanece en el abismo de nuestras propias imperfecciones. Clara aprendió a vivir con el peso de su arrepentimiento, encontrando consuelo en el arte que le permitía expresar lo inexpresable. Marcos, por su parte, nunca volvió a enamorarse como lo hizo con Clara, guardando el recuerdo de su amor perdido en un rincón secreto de su corazón.
Y así, en el silencio de las noches solitarias y los días sin fin, Clara y Marcos siguieron adelante, cada uno con su propia carga de nostalgia y deseo no cumplido.
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ONE-SHOTS
RandomONE-SHOTS variados sobre historias que se me ocurren o cosas que solo escribo