decisiones

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Este one shot tiene más de siete mil palabras.







































Retirarse de la Fórmula Uno no fue nada sencillo para Max Verstappen, se esperaba que la estrella que coronaba la mayoría de las carreras en la categoría reina permaneciera por muchos años más hasta que los huesos le dolieran y la repercusiones de su edad lo obligaran a desistir.

Max derramó sangre, sudor y lágrimas para ser llamado campeón, sacrificó años importantes de su vida sufriendo el abuso de su padre, escuchando un sin fin de reprimendas y discursos sobre lo que era ser un ganador. Simplemente no podía tirar la toalla después de tanto esfuerzo.

¿Valía la pena dejar su sueño atrás?

Mucho antes de que se casara con Sergio, cuando era más joven y sin tantas preocupaciones que no fueran ganar las carreras y el campeonato, hubiera dicho que no.

Que no lo valía.

El Max de ese entonces era inmaduro, egoísta y muy impulsivo, su antigua novia, Kelly, ni siquiera fue una excusa para tomar descansos y mucho menos para pensar en dejar su carrera como piloto cuando ella se lo sugirió. Él pensó que estaba loca, ¿por qué lo haría? ¡Las carreras eran su vida! Vivía, comía y respiraba por ellas desde que era un niño, no las dejaría por nada en el mundo ―eso fue su creencia por bastante tiempo.

Rompió con Kelly después de diversos problemas que ya tenían acarreando desde el comienzo de su relación, Max estaba más enfrascado en ganar y en seguir luchando por llegar al podio y en llegar a ganar su primer campeonato. Y lo logró con la ayuda de su actual compañero y pareja, Sergio Pérez era tan malditamente llamativo y atractivo que no fue una sorpresa para muchos que Max terminara enamorándose de él.

Cuando Sergio le anunció que estaba embarazado (aguardando por su hijo, su cachorro), fue algo que nunca esperó Max. La toma de decisiones fue lo más complicado para los dos.

¿Qué iban a hacer?

Ambos amaban la adrenalina que les provocaba correr a más de trescientos kilómetros por hora, el solo pensar que ya no podrán estar arriba de sus monoplazas los entristece y los llena de rabia. Fueron bastante complicados los primeros meses del embarazo, hubo desacuerdos, discusiones, distanciamientos temporales y demasiados antojos apenas soportables que le negaban a Sergio poder convivir a gusto con Max.

Ninguno quería dar la mano a torcer. Sus propios instintos sabían cómo sobrellevar el embarazo y ayudarlos a confrontar la situación, pero ambos hombres preferían llevar la paciencia del otro al límite y hacer todo más complicado.

Por su parte, Max no estaba de acuerdo en el hecho de que Sergio siguiera corriendo, culpen a su instinto o a su preocupación paranoica, pero por mucho que Sergio insistía que nada le sucedería, no puede evitar sentir miedo. ¿Es qué su omega no entendía? ¡Era arriesgado! Su trabajo no era trotar por un campo de flores y recolectar zanahorias, era manejar un maldito vehículo tan veloz que con cualquier desliz o impacto se podía hacer mierda.

Si algo le sucediera a Sergio, Max se volvería loco. De por sí, ver a su esposo subir al monoplaza como si nada lo ponía con los pelos en punta y los nervios carcomiendo sus intestinos. Su necesidad por tomar a Sergio de los hombros y encaminarlo a un lugar más seguro y menos peligroso para él y su bebé, crecía conforme la temporada avanzaba.

Cada que se daba la oportunidad, Max intentaba que Sergio se diera cuenta del peligro constante en el que está. Intentaba convencerlo de que su única preocupación fuese su bebé, su cachorro, que él, Max, vería por ellos ‒su pequeña familia‒, que nada les faltará, que será el proveedor, y si fuera necesario fingiría una enfermedad terminal para estar con él cuando él se lo pida.

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