Nosotros

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Finn:

Me quedé parado unos segundos viendo a Andrea irse. Era increíble porque realmente estaba molesto con ella, pero con dos palabras me hacía olvidarlo. Solo que no podía hacerlo esta vez.

Andrea era tan humana como todos, y aunque se esforzaba por cambiar viejas y malas costumbres, recaía en ellas: no escuchar y ocultar, aunque siempre terminaba reconociéndolo. Eso nos llevaba a discutir. Hacía tiempo que no recaía en eso, pero algo la había llevado una vez más a ello.

Mientras caminaba hacia el restaurante para encontrarme con el italiano, reflexionaba y me daba cuenta de que yo también caía en viejos errores.
Volvía a justificarla, volvía a callar cuando algo no me gustaba, cedía, y eso se sumaba a nuestra rutina y terminaba por explotar, como lo hice la noche anterior. Sus errores no eran más que mis errores también; pretendía que ella no los cometiera cuando yo mismo recaía en ellos.

Era un ciclo vicioso que parecía no tener fin. Ambos queríamos protegernos mutuamente, pero en ese afán de cuidar, terminábamos hiriéndonos. Quizás era momento de ser más honestos, no solo con el otro, sino con nosotros mismos. Tal vez, al enfrentar nuestros propios demonios, podríamos encontrar la paz que tanto deseábamos y que, de alguna manera, siempre parecía escaparnos.

-¿Y? ¿Te dijo a qué vino? -me preguntó el italiano cuando llegué a la mesa.

Ya me esperaba con la comida de ambos servida. Agradecía que compartiéramos el mismo gusto por la comida y que tanto él como yo sabíamos qué nos gustaba al otro.

-¿Ves y oyes querubines en el cielo cantando? ¿Un arcoiris brillante y unicornios voladores a su alrededor? -pregunté de manera irónica, alistándome para comenzar a comer porque debíamos volver a trabajar.

-Jajaja... No, pero la vi asustada. Creí que iba a confesar. Le eché una mano porque la estabas acorralando -el italiano reía y yo movía la cabeza.

-Porque si no la acorralas no dice nada. Andrea es lista. Sabe distraerme e irse por la tangente -exclamé algo frustrado.

-¿A ti? ¿Te distrae a ti? ¡Nadie hace eso! Mi amigo, he ahí tu talón de Aquiles -el italiano seguía riendo y burlándose de mí.

Suspiré, tomando un bocado de la comida.

-Es más complicado de lo que parece. Siempre tiene buenas intenciones, pero a veces su impulsividad la lleva a situaciones difíciles. Y ahí es donde yo me encuentro tratando de salvar el día-

-Ah, el eterno caballero salvador. Quizás deberías dejar que se enfrente a sus propios dragones de vez en cuando -dijo él, aún con una sonrisa en los labios.

-Quizás...debería dejarla correr. Y no soy un caballero, solo la cuido a ella -admití, aunque en el fondo sabía que no podía simplemente quedarme de brazos cruzados cuando se trataba de Andrea. Ella era mi debilidad y, al mismo tiempo, mi fuerza.

El italiano me observó con una mirada comprensiva.

-Solo recuerda que una relación es un equilibrio. A veces, el mejor apoyo es dejar que la otra persona aprenda por sí misma-

-Lo sé -dije, tomando un sorbo de mi bebida.

-Es solo que... a veces es difícil ver dónde trazar la línea-

-Lo entenderás, mi amigo. Con el tiempo, lo entenderás -respondió él, dándome una palmada en el hombro antes de que ambos nos sumergiéramos en la comida, sabiendo que la jornada de trabajo nos esperaba.

--¿Quieres saber a qué vino? Habla con la promotora de sandías -comentó el italiano mientras caminábamos de regreso al hospital.

-¿Con quién? -pregunté, mirándolo confundido.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora