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¡Había un maldito infiltrado!

Si había algo que le molestaba a Kirian O'Hara era no poder confiar en quienes estaban a su alrededor. ¿Por qué era tan difícil que una persona fuera leal y pusiera los deseos de la familia antes que los individuales?

Era un hombre que no se andaba por las ramas y debía darle un castigo ejemplar a la rata que tenían dentro del negocio. La mitad del trabajo estaba hecho. Ronan Sullivan, su mano derecha y el tipo al que le confiaría su vida con los ojos cerrados, había identificado al espía.

Los italianos habían comprado a Eddie con una gran suma de dinero y este los había vendido como si la familia nunca se hubiera preocupado por él. El clan de los O'Hara y los O'Brien eran conocidos por ayudar a sus aliados, pero también por tomarse la venganza muy en serio.

Aquella noche estaba decidido a darle una lección a Eddie y a todos los que quisieran jugar con ellos. La mafia irlandesa merecía el reconocimiento y respeto debido, y ya que estaba en su mano enseñar a los demás su poder, no iba a desperdiciar la oportunidad.

Estaban en el sótano del edificio en dónde habían instalado un gran casino que funcionaba para lavar todo el dinero que recaudaban de los negocios al margen de la ley. Kirian siempre había sido bueno para los números y por decisión de sus primos, los O'Brien, él había sido designado para limpiar esos fondos ilegales.

La familia se dedicaba más que a todo al tráfico de drogas y bebidas alcohólicas, estaban en el comercio de armas, financiaban uno que otro conflicto que los beneficiara tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, y en ocasiones especiales aceptaban encargos para asesinar a figuras importantes. Definitivamente tenían muchas fuentes de ingresos y él las manejaba todas. Colin, Declan y Tristán O'Brien se ocupaban de las tareas que implicaban más peligro y violencia.

No es que a Kirian no le gustara ensuciarse las manos, de hecho, era lo contrario, le encantaba la adrenalina corriendo por sus venas cada vez que estaba frente a la muerte. Disfrutaba de provocar a sus enemigos y ganarles cuando mordían el anzuelo. Sin embargo, había sido elegido para controlar el "lado bueno" de las empresas.

El casino funcionaba bajo todas las leyes e incluso pagaban sus impuestos a tiempo. Era la tapadera perfecta y así había sido por años. No obstante, ahora estaban en riesgo porque a los italianos se les había ocurrido la grandiosa idea de joderlos económicamente y dañar sus rachas comerciales y las relaciones con sus socios.

El papel de Eddie, el soplón, se había limitado a decirles a qué hora llegaban sus cargamentos, cuánto costaban y la seguridad alrededor de cada container en el puerto. Y ese había sido su error y ahora su perdición. Iba a morir a pesar de todos los años que llevaban tratándose. Lamentaba que su esposa e hijo quedaran desamparados, pero Eddie se lo había buscado él solito.

—¿Estás listo para hablar? —preguntó Kirian en tono amable. Que lo hubiera atado a una silla, golpeado hasta tirarle un par de dientes y arrancado las uñas no significaba que tuviera que ser rudo.

—Púdrete. —murmuró sin fuerzas. El pobre debía estar deshidratado y hambriento. Los últimos tres días debieron haber sido un infierno para él.

—Hmm... —lo miró achicando los ojos. —No es la respuesta que quería.

En consecuencia, tomó uno de sus cuchillos y se lo clavó en la rodilla. El grito que dio resonó en la habitación y fue música para sus oídos. Se giró hacia la cámara que estaba a unos metros de ellos y sonrió. La grabación iba a ser enviada a los italianos como prueba de su sadismo. A sus primos les iba a entretener el video y se lo aplaudirían. Era una lástima que aún no llegaran, pero ciertos asuntos los habían retenido más de lo normal.

En Los Brazos De Un MentirosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora