Como en cada una de las presentaciones exitosas, Roier se acercaba a su público al finalizar el show para agradecer a sus fans, permitiendo que le tocaran las manos o el pecho, y a veces volvía con algunos regalitos y cartas de amor, o admiración.
Se distraía en ello hasta que sentía una fuerte presión en las caderas que lo hacía retroceder instintivamente, entendiendo que era el momento de despedirse y seguir adelante.
Caminaba por los pasillos, sonriendo ampliamente por todos los gritos y el caos que solía provocar, y luego se carcajeaba cuando desaparecía del escenario, sintiéndose el hombre más poderoso del mundo.
Amaba cantar, dar espectáculo era su forma de vivir, y ansiaba cada una de las presentaciones en donde bailaba y cantaba al compás de sus canciones más famosas. Siendo acariciado por sus bailarines, que se fundían junto a él en bailes llamativos que enloquecían al público en todas las ocasiones.
Los brillos, la fama, los gritos y el dinero. El poder en su alma, de sentirse deseado por todo el mundo.
Avanzó bailando hacia su camerino, sintiendo la pesada mirada del hombre detrás suyo, su guardaespaldas. Y luego cerró de un portazo, impidiéndole seguirlo, como hacían en cada presentación.
Roier no perdió el tiempo para desnudarse, llevándose con ello el traje de lentejuelas y brillos por doquier, caminó a su baño privado y se lavó las manos, mirándose el maquillaje intacto. Se pasó las toallitas desmaquillantes por todos lados, dejando solo el delineado debajo de sus párpados y con ese aire feral de los bosquejos de un maquillaje bien preparado, salió de ahí.
Se sentó sobre sus muslos en el sillón y sujetó con una mano el respaldo, mientras la otra se dirigía a la tirita de goma que salía de su entrada caliente, jalando de ella hasta que las perlas del mismo material empezaron a salir de su interior, lentamente.
Jadeó con intensidad cuando la última de ellas se expulsó, y miró con deseo el objeto de 7 perlas de diferente tamaño, cada una con relación al nombre del hombre que lo tenía cautivado.
Ni siquiera se molestó en hacer algo por el momento, lo guardó en su bolsa de viaje especial y la escondió entre sus cosas, levantándose para limpiarse un poco el cuerpo y ponerse ropa limpia, menos vistosa como la de sus shows.
Se encontró con su guardaespaldas al salir, dedicándole una mirada de agradecimiento por sus servicios.
–Lo hiciste bien Cellbo, puedes ir a descansar. —sonrió.
–¿No necesita que lo acompañe a algún lugar? —él habló, sin expresión.
A la cama, ahora. Pensó.
–Ya te dije que odio que me hables así, somos iguales, llámame por mi nombre. —bufó.
–Mis disculpas.
Roier lo miró con una mueca extraña, pero luego suspiró cansado y lo dejó irse.
–No, Cellbit, no te necesito. Puedes ir a descansar.
No esperó una respuesta, se dio la vuelta y caminó abatido por el oscuro pasillo hasta la salida de emergencia.
Roier odiaba que lo llevaran a todos lados, y usualmente se escapaba para visitar lugares cercanos para divertirse en bares de mala muerte y restaurantes emergentes de comida rápida.
Amaba sentirse libre, que todas sus decisiones, aunque malas, pudieran darle algo de adrenalina parecida a la de subirse al escenario, pero sin seguir siendo un personaje.
Porque los vestuarios, los bailes y el brillo eran parte de él, pero no representaban su verdadero corazón libre y revolucionario. Prefería no ser descubierto fuera del escenario, y amaba sentirse parte de un grupo más reducido de personas que lo vieran como un humano común y corriente.