A la mañana siguiente, el sonido de la alarma me despertó. Era hora de rezar. Me levanté, hice el wudu y recé, pidiendo a Allah que me diera paciencia con todo esto. Salí de mi habitación y vi a dos chicas abajo.
No sabía a quién esperaban, así que bajé y tomé una manzana. Aunque no estaba en mi casa, ya que me habían obligado a venir aquí, no iba a morirme de hambre.
—Tú eres Nadia, ¿no? —dijo una chica rubia.
—Sí, ¿por qué? —respondí, desconfiada.
—Nabil nos ha dicho que te elijamos vestido y maquillaje, y te preparemos todo para mañana.
—Vale —dije seca. No me hacía ninguna ilusión hacer esto. Yo quería que mi boda fuera con alguien que quisiera, alguien que me entendiera, que no me amenazara, que me respetara, no con un desconocido.
Subimos a la habitación que supuestamente era mía. Empezaron a sacar vestidos de una maleta que habían traído y a ponérmelos uno por uno. Subía y bajaba las escaleras más de 20 veces, estaba exhausta. Finalmente, me decidí por un vestido blanco con su hijab a juego. Como he dicho, me daba igual esta boda.
Elegimos el maquillaje que me harían mañana, me hicieron las uñas y me plancharon el pelo. No entendía por qué, ya que llevo hijab y nadie lo vería, pero ellas decían que así quedaba mejor y no haría bultos. Acepté, cansada de discutir.
Bajé a la sala y me senté frente a la televisión, buscando algo de consuelo en mi serie favorita. Estaba a mitad de un episodio cuando alguien abrió la puerta.
—¿Quién te ha dicho que podías salir de la habitación? —dijo mirándome con frialdad.
Me quedé sorprendida. ¿Qué creía, que iba a estar encerrada todo el tiempo?
—Nadie me ha dicho que no salga —respondí desafiante.
—Esta casa es mía y hay reglas. O las cumples, o traigo a tu hermana. Ella seguro hace más caso.
—Me das asco —dije levantándome. Sentí su mano agarrarme con tanta fuerza que me hizo girar de golpe.
—Suéltame, casi me sacas la mano.
—Vuelve a hablarme así y será lo último que haces —dijo mirándome con desprecio.
Las lágrimas empezaron a picarme los ojos, así que me solté y subí a la habitación. Este hombre me daba asco. ¿Cómo se atrevía a hablarme así y a amenazar a mi hermana?
Media hora después, tocaron la puerta.
—Toma —dijo él, entregándome una bandeja de comida.
—No, no tengo hambre —dije devolviéndosela. Justo cuando iba a cerrar la puerta, él habló de nuevo.
—O comes, o te hago comer yo mismo.
—¿Ahora te preocupas? —dije con sarcasmo.
—No me preocupo. Ya estás desnutrida y no dejaré que mi madre te vea así.
Sus palabras me dolieron, pero mi ego iba primero.
—Llévate tu comida y cómetela tú. No quiero nada que venga de ti —dije, harta de su comportamiento infantil.
—Pues no comas. Luego no digas que no te avisé —dijo, saliendo de la habitación.
Necesitaba un baño. Estaba cansada y solo llevaba aquí un día. Al salir de la bañera, escuché los gritos de un niño y bajé corriendo.
—Nadia, ayúdame por favor —dijo mi hermano, llorando.
—Nabil, ¿qué haces? Dile a tu gorila que lo suelte ya.
—Te lo advertí. No hiciste caso —dijo chasqueando los dedos y ordenando que el guardaespaldas se llevara a mi hermano al garaje.
—Nabil, te juro que si le haces algo, me voy. No me importan tus amenazas. Me encargaré de que esto llegue a tu madre y a la policía.
Me miró con desprecio.
—A mi madre le importas menos que a mí. No te creas que porque te hablé bien, ella te hará caso. Y no estás en condiciones de amenazarme. La policía no hará nada. Esto es Francia, por si se te olvida.
Fui a la cocina y tomé el primer cuchillo que vi.
—¿Qué haces? —preguntó, alarmado.
—Suelta a mi hermano.
—Son las consecuencias, guapa.
Tengo toda la historia escrita así que subiré unos cuantos capítulos al día.
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Fiha kher
RomanceNadia, de dieciocho años, es obligada a casarse con Nabil, un mafioso rodeado de secretos. Atrapada en una red de intrigas y deudas, debe enfrentarse a figuras del oscuro pasado de Nabil. ¿Podrá encontrar el valor para decidir su propio destino? ...