No pude más y me pasé el cuchillo por la mano. Sentí mi piel abrirse y la sangre saliendo a chorros. El dolor era agudo, pero la desesperación era más fuerte. Todo lo que quería era escapar de aquella angustia que me ahogaba.-¡Me cago en todo, Nadia! -gritó Nabil, corriendo hacia mí.
Me cogió en brazos justo cuando comencé a tambalearme al ver tanta sangre. Intenté soltarme de él, luchando con la poca fuerza que me quedaba. Finalmente, logré liberarme y caí al suelo con un golpe sordo.
-O sueltas a mi hermano o tendrás que explicarle a tu madre por qué estoy muerta. Eso sí le importará -dije, con la voz quebrada por la desesperación.
Después de eso, todo se volvió negro. Solo escuchaba voces lejanas que gritaban mi nombre mientras me sumía en la oscuridad.
Nabil
-¡Nadia! ¡Nadia! ¡Joder, qué has hecho! grité, desesperado.
Puse mis dedos en su muñeca, buscando un pulso, un signo de vida. Afortunadamente, aún respiraba. La cogí con cuidado y corrí hacia el coche. La puse tumbada en el asiento trasero y aceleré hacia el hospital, sabiendo que el médico de la familia no llegaría a tiempo.
Al llegar al hospital, los médicos me bombardearon con preguntas. No respondí a nada, sabía que todo era mi culpa. Si no sobrevive, nunca me lo perdonaré.
-Nabil Asauli llamó el doctor.
-Sí, aquí.
-Tiene una herida de 25 puntos abierta. Si hubiese tardado más en venir, no la habríamos podido salvar.
-¿Puedo pasar a verla?
-Solo familia puede, lo siento.
-Es mi mujer -mentí, desesperado por verla.
-Pase.
Al entrar, la vi envuelta en cables y aparatos. Me dolió demasiado verla así y saber que era por mi culpa. Aunque no la conociera bien, no podía permitir que muriera. Cuando vi que comenzaba a abrir los ojos, aparté la mirada.
-¿Dónde estoy?
-En el hospital.
-¿Por qué?
-Casi te matas.
-¿Y por qué no me has dejado morir? Se supone que no te importo.
-No me importas, pero no dejaría morir a la que será mi mujer.
Nadia
No quería discutir, así que me giré y me quedé callada. Las palabras de Nabil resonaban en mi mente, pero no quería darle el gusto de ver cómo me afectaban.
-¿Tú eres musulmana, no?
-Sí.
-Sabes que lo que has hecho es harám, ¿no? Solo Allah puede decidir tu muerte, no puedes matarte tú misma -dijo, mirándome fijamente.
-Lo sé-respondí, girándome hacia él. Tenía lágrimas por toda la cara, pero no me importaba que me viera. Si no le importaba yo, tampoco le importaría que llorara.
-Perdóname -dijo, acercándose.
-Pide perdón a Allah, no a mí-le respondí, mirándolo a los ojos.
Salió por la puerta, pegando un portazo.
Ya habían pasado cuatro horas y podía salir del hospital. Me preparé rápidamente. Se suponía que Nabil había firmado los papeles para mi alta. Fuimos al coche en silencio.
Al llegar a la casa, mi hermano ya no estaba, así que supuse que lo habían devuelto a casa. En ese momento, me sentí más tranquila. Llevaba un día sin comer nada y no tenía hambre, así que subí directamente a la habitación sin despedirme y me metí a la ducha.
El agua caliente caía sobre mí, lavando la sangre y la desesperación. Recé y pedí perdón a Allah por la tontería que había hecho hoy. Agradecí a Allah por todo, incluso por esta dura lección. Alhamdulilah, pensé mientras me metía en la cama, esperando encontrar algún descanso en el sueño.,
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Fiha kher
RomansaNadia, de dieciocho años, es obligada a casarse con Nabil, un mafioso rodeado de secretos. Atrapada en una red de intrigas y deudas, debe enfrentarse a figuras del oscuro pasado de Nabil. ¿Podrá encontrar el valor para decidir su propio destino? ...