Capitulo 8

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NABIL

Había pasado una semana desde que pedí perdón a Nadia, pero ella apenas salía de su habitación. Yo me sentía miserable por todo lo que le había hecho pasar en tan poco tiempo. Hoy tenía que recoger a Ayub, el hijo de mi hermana, ya que ella se iba de viaje.

Al llegar a su casa, Ayub corrió hacia mí y me abrazó.

—¡Tito Nabil!

—Hola, Ayub. Qué grande estás —dije levantándolo.

—Gracias por cuidármelo. Y ya sabes, si le pasa algo, solo llama. Y no le des fresas, que es alérgico —me recordó mi hermana, como siempre.

—Sí, sí, lo sé. No es la primera vez que lo cuido —respondí, cansado de escuchar siempre lo mismo.

Despedí a mi hermana y llevé a Ayub al coche, asegurándolo con el cinturón.

NADIA

Después de que la puerta se cerrara y supe que Nabil se había ido, estaba a punto de empezar a recoger, pero me encontré con la limpiadora haciéndolo. Bajé a la cocina para ver qué podía hacer. Finalmente, opté por hacer unas galletas y puse música en mi móvil. Mezclé los ingredientes hasta obtener una masa y formé bolitas que luego metí en el horno.

—Hola —oí una voz detrás de mí. Me giré y vi a Nabil con un niño en brazos.

Me quedé pensando por un momento si era su hijo y si estaba casado y no me lo había dicho. Todos esos pensamientos desaparecieron cuando Nabil habló.

—Ayub, ella es mi mujer. Y Nadia, este es mi sobrino Ayub.

Al escuchar la palabra "mujer" salir de su boca, sentí mis mejillas arder. Sabía que me estaba sonrojando. Nabil lo notó y me guiñó un ojo antes de llevar a Ayub al salón.

Saqué las galletas del horno y las puse en un plato. Preparé café con leche y un Colacao para Ayub. Llevé todo a la mesa y me senté con ellos para comer. No había comido con Nabil desde que llegué aquí, así que estuve callada hasta que Ayub habló.

—Me encantan —dijo feliz, refiriéndose a las galletas.

—Me alegro —respondí con una sonrisa. Ayub era realmente adorable.

Mi sonrisa desapareció cuando me di cuenta de que Nabil no había tocado ninguna galleta.

—¿No vas a comer? —pregunté indignada.

—No me gustan estas cosas.

—Ni siquiera las has probado —dije cruzándome de brazos.

—¿Por qué quieres que pruebe? ¿Qué les has puesto? —dijo intentando hacerse el gracioso.

—Pues entonces no las pruebes —respondí, cansada de su actitud.

Ayub terminó la última galleta y agradeció.

—Estaban muy buenas, gracias —dijo Ayub.

—No las des cariño, cuando quieras te hago más —le ofrecí.

Estaba lavando los platos cuando alguien me agarró de la cintura.

—¿Qué haces? —pregunté poniéndome nerviosa.

—Sabes que no hace falta, ¿no? Para eso tenemos a la limpiadora —dijo con indiferencia. Parecía que a él no le afectaba de la misma manera que a mí lo que estaba pasando. Para él, todo esto era un juego.

—Son pocos —respondí fríamente al ver que a el no le afectaba nada.

—Te has dejado una galleta aquí —dijo señalando la mesa.

Me giré y vi la galleta que había olvidado limpiar. Antes de que pudiera decir algo, la tomó y se la metió en la boca.

—Ni tan mal —dijo con la boca llena.

—¿Ves? Nadie se resiste a mis galletas —dije con una sonrisa forzada.

—Ayub no para de decir que están muy buenas, así que vine a probar —dijo acercándose.

Cuando entendí que no se refería a las galletas, me giré rápidamente para seguir lavando los platos.

Escuché una pequeña risa detrás de mí y pasos alejándose. Después de lavar los platos, salí al jardín donde Ayub estaba jugando y Nabil estaba concentrado en su ordenador, ignorándome por completo. Decidí ignorarlo también y fui con Ayub. Siempre me habían gustado los niños pequeños y se me daban bien.

—¡Hola! —dije entrando con él en la caseta.

—Hola, tita.

—No me has dicho cuántos años tienes —le pregunté.

—Tengo 5 —respondió mostrándome sus dedos.

—¡Qué grande eres! —dije mientras él me enseñaba la caja que tenía en las manos. Era un tren que teníamos que armar, así que le pregunté—: ¿Quieres armarlo conmigo?

—¡Sí! —respondió emocionado.

Salimos de la caseta y nos dirigimos al césped artificial. Comenzamos a sacar todas las piezas y a armarlas. Sentía la mirada de Nabil sobre mí y eso me ponía nerviosa cada vez que intentaba colocar una pieza, mis manos temblaban.

Decidí darme la vuelta.

—¿Qué? —pregunté nerviosa.

Él sonrió y bajó la cabeza hacia su ordenador.

Después de risas y de que Ayub me explicara su vida, terminamos de armar el tren.

—Tito Nabil, ven que lo vamos a encender —gritó Ayub emocionado.

—Ya voy —respondí.

Nabil se acercó y se puso a mi lado. No sabía por qué me ponía tan nerviosa cada vez que se acercaba. Era algo que me enfadaba.

—Uno, dos, tres —dijo Ayub mientras encendía el tren.

Aplaudí junto con él cuando el tren volvió después de haber dado una vuelta. Ayub se lanzó sobre mí, dándome un abrazo.

—¡Eres la mejor! —exclamó feliz.

—Tu si que lo eres  —dije dándole un beso en la mejilla.

—¿Y yo? —preguntó Nabil a mi lado.

Me sonrojé otra vez por sus palabras. No sabía si se lo decía a Ayub o a mí. Cuando vi su mirada, supe que era para mí.

—Tú, nada —dije levantándome.

—Vamos adentro, Ayub, hace mucho sol —dije cambiando de tema.

—Tengo sueño —dijo él.

—Te llevaré a la cama —dije tomando en brazos a Ayub y llevándolo.

Fiha kherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora