DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)
* Echar los perros: Coquetear - cortejar
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Tiempo después...
Regresaron a la ciudad y a pesar de que pasaron dos semanas de la boda, los dos siguieron viviendo un idilio, incluso haciendo ya partícipes de él a los niños. Llevándolos juntos a la escuela, a las Eucaristías los domingos, visitando al padre Luis un fin de semana en Don Matías con la tía Ismenia, y luego reacomodándose a la vida de casados. Tanto, que Abel había comenzado su búsqueda de trabajo, siendo aceptado en la misma institución en que estaban los niños, como profesor de religión. No había sido fácil al saber los directores de donde había obtenido su título de teólogo. Pero tras muchas pruebas y saber que no contaban con docentes en la materia, terminaron por aceptarlo y daría comienzo a su trabajo la semana siguiente, mientras que Paulina se preocupaba por terminar de aprender y mejorar sus estudios de lectura y escritura. ¿En un momento no muy lejano fantaseaba con poder estudiar algo que a ella le gustara o graduarse de bachiller? Esperaba que sí.
Pero por ahora... solo le interesaba cuidar de su esposo y sus dos niños.
—Serían diez mil quinientos, señora Paulina—le sonrió el señor de la tienda, pasándole la bolsa llena con el revuelto.
—Deme un segundo, Don Wilson.
Y mientras el señor de bigote esperaba, ella sacó el monedero para pagarle. Se habían vuelto buenos amigos desde que ella reemplazara a su tía en las compras de la mañana.
—Hágale tranquila, mija—le señaló la bolsa—ahí le encimé una manzanita y una mandarina para doña Ismenia. Démele todos los saludos.
Le pasó el dinero exacto.
—Mi Dios se lo pague. Sé que se pondrá feliz con eso.
El hombre le echaba los perros de manera muy decente y dulce. Y vaya que los dos se lo merecían. Según le contara su tía, que el hombre había quedado viudo hacía diez años, y la elogiaba a ella lo hermosa que era.
Lo miró una última vez antes de marcharse.
—Y cuando guste venga por un café en la tarde. Con mandarle fruta no sonarán campanas de boda—el señor sonrió con timidez—que esté bien, Don Wilson.
—Igualmente, señora Paulina.
Y así emprendió la marcha de vuelta a casa. Abel recogía a los pequeños de la jornada corta de la escuela que era los viernes, y con ayuda de Dios Ismenia ya estaría terminando el almuerzo para comer todos juntos. Solo faltaba la ensalada con los ingredientes que ella llevaba
Dio la vuelta en la esquina, acomodando la bolsa de tela en sus hombros por el peso; que, aunque la tienda quedaba solo a cuadra y media, la carga se iba asentando – ¿O era que ella se había vuelto más debilucha y se cansaba con más facilidad? – y algo la hizo detener en seco, justo donde divisaba las puertas de la casa. En ese momento, abiertas de par en par.
—¿Y esta atembada que se puso a hacer que la dejó así? —se dijo, burlándose de su tía, porque dejara la casa abierta, cuando no era de ese tipo de cosas.
Ni siquiera cuando hacía aseo, sacando el polvo a la calle.
Tranquila, pero con mil dudas en la cabeza, siguió caminando hacia la entrada, reflexionando que sin duda Ismenia les echaba agua a las matas del jardín y le sonaría el teléfono, dejando la puerta abierta como si nada. Dejó la bolsa en un mueble de la sala, y entró a la casa, metiendo las llaves en el bolsillo de su falda nueva.
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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)
RomanceNoche. Oscura y silenciosa noche. Sin saber si con el favor de ese Dios que ella no conoce, o guiada por el diablo... Paulina se ha valido de ella para huir de su casita de campo en Belmira, Antioquia con sus dos pequeños de seis y diez años, lejos...