Las ratas y cucarachas no eran tan grandes, pero sí menos desagradables que el maldito infeliz que tuvo delante al abrir la puerta.
Lo primero que vio fue a la tía Ismenia tirada en el suelo posiblemente inconsciente. Y a su lado un amasijo de pies y manos revolviéndose. Entre los que pilló a Paulina llena de espanto boca abajo, y a Jesús Pulgarín sujetándola de los brazos a la espalda, la falda subida a las nalgas y la otra mano de él, luchando en vano con la correa y los pantalones, mientras la insultaba y amenazaba con darle un golpe como a Ismenia si no se quedaba quieta.
—Aunque me mates, no se dirá después que no presenté pelea y me resistí a ti—gruñó ella.
Y fue como si su sangre hiciera ebullición en su interior.
Dispuesto a cumplir esa venganza que tanto había deseado desde que lo conoció en la iglesia de Don Matías, desenfundó la pequeña navajita, y le pasó un brazo al hombre por el cuello, tirando de él hacia atrás obligándolo a soltar a Paulina y trastabillar confuso. Le puso la navaja a centímetros de un ojo.
—Más vale que quites tus manos de mi esposa o no me dará culpa dejarte sin ojos y lengua.
El hombre largó un machete que tenía en la mano, por el susto, y Paulina se movió en el suelo, alejándose lo más posible de él. Aunque se tenía el brazo en una mala postura.
—¿Estás bien?
—Más o menos—medio susurró.
Jesús Pulgarín soltó algo parecido a una risita.
—Apareció en escena más rápido de lo que yo pensaba, padrecito—el brazo en su cuello lo rodeó con más fuerza.
—¿Creyó que no le daría un castigo por todo el mal que le hizo a Pao, porque era cura?—acercó más la navaja a su ojo—eso solo fue el último resquicio de misericordia que se merecía. Ahora creo que me encantará acabar con usted.
Y le dio la vuelta dándole un puñetazo en la cara. Paulina gritó.
—Como tenía ganas de esto.
Otro en el estómago.
—Por todas las perras veces que la tocaste cuando ella te decía que no—el hombre se quejó, diciendo que no, y a él se le olvidaron todos los valores del seminario.
Lo mataría si pudiera.
Otro en el ojo derecho.
—No... alto.
—Usted no lo hizo cuando ella le suplicó que no—lo pegó a la pared ahorcándolo con las manos hasta que luchó desesperado por oxigeno—mancilló su honor—gritó—era una niña, maldito infeliz, y usted le robó la felicidad, la pureza de su cuerpo. La traumó.
La sangre cubrió el rostro de Jesús Pulgarín.
—Pero si de algo estoy seguro en esta vida es que mientras yo viva, usted no volverá a ponerle una mano encima nunca más—la miró un segundo—mírela por última vez y remuérdase la conciencia. Porque esa niña, esa Paulina que dañó ya creció y nunca más la tocará. Ella es mía.
Jesús forcejeo por soltarse, y antes de que él lo viera venir, Abel se dobló en dos por una patada en los testículos que el muy maldito le propinó.
—Eso está por verse.
Y sacó una pistola del pantalón, mientras Paulina gritaba llena de espanto, intentando cubrirlo con su cuerpo.
—Nunca disfrutaré tanto matar a alguien como a ustedes tres ahora mismo.
Le quitó el seguro al arma, apuntándole a él en la cabeza, y antes de que el ruido atronador inundara la sala al apretar el gatillo, se escuchó un estallido de porcelana y Jesús cayó al suelo como un peso muerto. Trozos de jarrón a su alrededor, y detrás de él, un Jerónimo con la cara roja de rabia.
ESTÁS LEYENDO
ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)
RomanceNoche. Oscura y silenciosa noche. Sin saber si con el favor de ese Dios que ella no conoce, o guiada por el diablo... Paulina se ha valido de ella para huir de su casita de campo en Belmira, Antioquia con sus dos pequeños de seis y diez años, lejos...