Prólogo: Mamahuevo

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Odio a los extranjeros. En efecto, son la escoria de nuestra sociedad. Deténganse a pensar por un momento, ¿quiénes son los responsables del desempleo, de la inseguridad en las calles o de la pobre alfabetización de nuestros pequeños? Son ellos, no nosotros.

Vuelvo en mí para observar mi número del mugroso papelito: A32. Lo miro detenidamente, como si fuera a cambiar o algo, y entonces llevo la vista a la pantalla: A26. "La puta madre".

Está bien, quizás me excedí un poco, pero esto no es solo mi pensar. No, por ejemplo, Juan, del departamento de arriba, me comentó que doña María Eugenia no tenía control sobre sus hijos, ni le importaba, aunque ya habían roto dos ventanales del edificio. Y me imagino que ni los ha pagado. ¿Qué otra cosa se podía esperar? Venezolanos, todos ladrones, desde Maduro hasta el que más desapercibido quiere pasar. Pero no me engañan.

Ellos no me engañan a mí.

—¡A32! ¡Último llamado! —Me hace espabilar.

A mis 60 años ya no corro, pero apuro el paso.

—Discúlpeme, la presbiacusia—digo entre risillas, mientras le acercaba mi cédula de identidad.

—¿Señor Nehemías Contreras? —dice leyéndola y, por su acento, lo deduzco:  venezolano.

—Sí.

Le doy los documentos y salgo de ahí lo antes posible.

Como no tengo auto, me muevo en micro o en metro. Voy corriendo a la micro, pero se va nomás. Ya da igual si es o no extranjero el conductor, ya estoy cansado, y son recién las 12 del día.

A veces me pregunto si estaré mal en mi planteamiento, digo, se supone que el instinto de supervivencia ha permanecido en nosotros y por eso lo que es extraño se nos hace sinónimo de malo. Pero, por dios, es casi infantil echarle la culpa a la evolución. Yo tengo argumentos para odiarlos. No necesito que alguien me invente cosas que me quitan raciocinio.

—¿Cuánto tardará la próxima micro? —digo entre suspiros con vaho.

Entonces las oigo. Voces riendo, cantando, como celebrando algo. "Mamahuevo" aquí, "mamahuevo" allá, "mamahuevo" esto y "mamahuevo" aquello. Y de pronto estoy rodeado por hombres jóvenes de piel oscura y mochilas de niños de básica. No me asustan, pero de pronto los veo de reojo y me fijo en que me están mirando. De pronto dejan de hablarse y se acercan más.

—¿Amigo, viene del banco?

No respondo. Estoy congelado. Petrificado.

Entonces miro mi bolso: un billete se podía ver saliendo justo por el cierre.

—No... yo no...

Uno de ellos toma mi bolso y me lo quita con violencia. Otros dos me agarran por los lados y un cuarto me hurguetea los bolsillos, las muñecas y me quita los zapatos. Opongo resistencia lo más que puedo, pero es inútil. Ellos son más rápidos que yo.

—¡Malditos hijos de...! —Unas lágrimas se me escaparon—. Eran unos míseros pesos.

Un buen samaritano se me acerca y gracias a él puedo llegar a casa. Me recuesto en el sillón y prendo la tele: el idiota del presidente está hablando, pero esta vez me llama la atención algo.

—¡Vamos a ponerle fin a las barreras que nos limitan para cambiar el futuro de Chile! ¡Desde hoy, por mi pueblo, le declaro la guerra a la democracia!

Me incorporo. No estoy asustado, en serio, pero cambio de canal. A estas alturas de mi vida no quiero pasar más malos ratos. Pero entonces, una reportera de otro noticiero comparte su nota.

—¡Varios tanques se aproximan al palacio de La Moneda! Al parecer, el desplazamiento es organizado junto a fuerza de Carabineros de Chile. Por lo que sabemos del discurso actual del presidente Lyon, que se encuentra en la octava región, al parecer él estaría involucrado en este presunto...

—Golpe de Estado —digo, sin poder apartar la mirada a la pantalla.

Me devuelvo de canal para escuchar al presidente.

—Mi nombre es Alonso Lyon y estos son mis diez mandamientos para un Chile mejor —dice mientras sostiene una pequeña hoja ilegible desde cualquier distancia superior a 10 metros—. Desde mi candidatura lo dije, no soy como el resto, y ustedes me creyeron, es por eso que hoy, desde el fondo de mi corazón, puedo gritar con valentía y gozo: ¡viva Chile!

Todos los presentes gritan al unísono junto al presidente. "Es un espectáculo; esto no está pasando. Otro golpe no".

Entonces se dispone en la pantalla una versión digital del documento que el presidente Lyon tiene en sus manos. Entre los mandamientos se encuentra uno que llama especialmente mi atención: "se dipondrá de la persecución y exterminación de todo extranjero que habite ilegalmente el país".

Otra vez, lágrimas.

—¡Viva Chile!

KILL 'EM ALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora