Papá

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Finn:

Mi semana fue agotadora, entre mi situación con Andrea, que logramos resolver, sacar y trasladar al viejo Bertolucci a Roma, algo de lo que se encargarían hoy Stephan, Arthur, James y Johann.

Salvo el día que me fui para hablar con Andrea, trabajé doce horas o más, porque la doctora Reynolds se tomó un descanso desde el martes hasta el viernes. Siempre nos cubríamos entre ambos, pero ella solía tomarse tres o cuatro días cada dos meses, y yo cada año, así que estaba agotado.

Sumado a eso, hoy estaba en el hospital desde las cinco de la mañana, eran las siete de la tarde y seguía aquí. Pero lo que más nervioso me tenía era saber que Leonardo había tenido un problema con su corazón.

Quería irme ya. Leonardo era igual de importante para mí como mi padre, no había diferencia entre ellos. Leonardo siempre estuvo allí para mí, me escuchó, me aconsejó, era mi amigo y confidente. En mis momentos de más ansiedad, con su calma y comprensión, me ayudaba a relajarme, necesitaba ver con mis propios ojos que estaba bien.

Necesitaba anular todas mis emociones y poner mi mente a funcionar. Antes de irme, debía organizar todo para resolver las cosas una a una. Mi mente comenzó a organizar prioridades; estaba haciendo una lista de los pasos a seguir como solía hacer.

Para mí, funcionaba así: despacio y con calma, tomando en cuenta los daños colaterales y buscando cómo evitarlos. Casi todos mis amigos estaban en Italia, salvo Zelig, James y Jane que estaban aquí en la ciudad, haciendo las últimas investigaciones junto a mí para terminar este problema de Tasarov y el viejo Bertolucci.

Había algo más que se nos escapaba. Las empresas ya no estaban, y supuestamente el viejo Bertolucci dejaba de ser un riesgo, pero seguían tras él y toda la familia. Eso era lo que estábamos buscando. Tras unos momentos, en los que bajé mis revoluciones, respiré profundo y cerré mis ojos. Todo se acomodó en mi cabeza.

-Zelig, ¿cómo estás, hermano? -Mi primera llamada, antes de irme, la hice desde el teléfono de mi consultorio

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-Zelig, ¿cómo estás, hermano? -Mi primera llamada, antes de irme, la hice desde el teléfono de mi consultorio.

-¿Suizo? ¿De dónde me llamas? ¿Todo bien? -preguntó confundido.

-Sí, tranquilo. Escucha, por ahora no usemos nuestra línea segura, no pases información por allí. Te explico luego. ¿Puedes decir al resto que necesitamos partir a Italia mañana temprano? -expliqué brevemente.

-Escucha, iba a ir a verte, necesito mostrarte algo. Organizaré el regreso para mañana y te veo en tu departamento en media hora, ¿te parece? -Si Zelig quería hablar en persona, era porque era urgente.

-Te espero. Tú busca un vuelo de regreso para primera hora, yo hablo con el resto ahora mismo, así será más rápido. Trae tus cosas a mi departamento, y mañana salimos juntos desde allí -le sugerí.

-Perfecto. Lena estará feliz de que llegue un día antes. Al parecer, ya encontró una casa en Roma. Intuyo que será cerca de donde viven ustedes -comentó Zelig resignado.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora