El lunes llega y debato con sinceridad si debería quedarme frente a la ventana observando cómo el mundo allá afuera avanza o tomar las llaves frente a mí y dar un paso hacia adelante. Frustrado, dejo en la mesita de noche aquella taza de té que no ha podido tranquilizarme y en su lugar sostengo mi teléfono, leyendo por décima vez el último mensaje que recibí el viernes.
Durante el almuerzo, arreglando la ropa, antes de dormir e incluso al momento de ducharme, no hubo un solo instante en que aquellas dos palabras no invadieran mi mente.
¿Fueron ciertamente las palabras o la fuente que las envió?
Me quejo y procedo a bloquear el móvil para luego guardarlo en mi bolsillo y por último, tomar las llaves antes de salir de casa.
***
¿Debería entrar a buscarla? Quizá la gente empiece a murmurar. ¿Y si la llamo? No, ni siquiera sabría qué decir y cortaría la llamada.
Marcho como un soldado de un lugar a otro pero nunca ingreso a la facultad, mi valor llegó justo hasta el mosaico en que decido detenerme y respirar para recuperar la compostura.
Pero como si del destino se tratara, poco tiempo debo esperar para que sea Eller quien se presente a mí y aunque se encuentra sola, parece estar en una lucha interna que no puede resolver y solo la hace resoplar.
¿Es normal que luzca tan adorable haciendo un gesto sin gracia?
Río con discreción cuando comienza a murmurar cosas sin sentido y ella misma se da las respuestas.
—Solo te dejé una semana sola y ya te volviste loca. —aquella voz parece acelerar sus latidos y luego eleva la vista, encontrándome—. O quizá la semana de exámenes quemó tus únicas neuronas funcionales.
Incluso si ahora mismo la estoy insultando y mantengo la misma expresión fría de siempre, calienta mi alma ver que luce realmente feliz de volver a verme. Eller está anonadada y analiza mi rostro, quizá para buscar alguna señal de mis heridas. Me cruzo de brazos sin dejar de mirarla.
—Ah... realmente perdiste la cordura.
Mi frase la hace volver en sí y sus mejillas se tornan rojas al reconocer que me estuvo mirando durante todo este tiempo.
—¿Qué haces aquí?
El nerviosismo en ella es evidente y quisiera hacerle saber que yo también lo estoy, para que estemos a mano.
—Vine por ti.
Sus ojos se expanden y permanece en silencio, quizá esperando a que me retracte.
—¿Qué?
Me niego a repetir lo que dije y río internamente al saber que debe estar colapsando.
—Vamos, voy a llevarte a un lugar.
Me doy la vuelta y empiezo a caminar pero poco después me detengo al darme cuenta de que Eller ha permanecido en su lugar, estática.
—¿No vas a venir? —pregunto.
—¿Por qué vienes por mí?
Me hace dudar de mi propia confianza pero no estoy dispuesto a dar una respuesta sobre mis verdaderos motivos.
—Eres mi estudiante. —una mentira blanca deja mis labios—. Vamos, aún tengo que hacerte subir 5 décimas.
***
Eller sigue mis pasos manteniendo cierta prudencia al no quedar muy cerca de mí. Si alguien nos viera podría pensar que soy un asesino llevándose a su víctima. Llego hasta mi vehículo y lo desbloqueo, me quedo del lado del copiloto y luego giro hacia ella.
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Quizá, el próximo octubre
RomanceMichael Stewart no solo destacó por su inteligencia, belleza y su posición en la sociedad al ser hijo del abogado penal más famoso de la ciudad, sino también por el rumor de que este... tiene un miedo irracional hacia las mujeres que no le permite s...