El fantasma del pasado

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El taxi se detuvo frente al imponente edificio de apartamentos donde compartían su vida. Damian, sin esperar el saludo del chofer, pagó la tarifa y se dirigió al ascensor. Sus pies se movían con la seguridad de un hombre acostumbrado a la comodidad de la rutina, pero su corazón latía con un ritmo que no tenía nada que ver con la calma aparente de su exterior.

Al entrar en su apartamento, la tranquilidad que esperaba se evaporó en el instante. Un silencio sepulcral, roto solo por el suave goteo de la lluvia en la ventana, daba paso a una escena de caos absoluto. Los muebles estaban destrozados, las paredes desfiguradas por balas, y el aroma a pólvora llenaba el aire, una mezcla asfixiante con el perfume de Raven que aún se aferraba a los rincones del apartamento.

"Amada", murmuró, su voz apenas un susurro que se perdía en el silencio.

Buscó a su esposa en cada habitación, la recorrió con la mirada, buscando alguna señal de vida, alguna pista que le diera alguna esperanza, pero el miedo se acentuaba con cada paso que daba.

En la sala de estar, vio un pedazo de papel, arrugado y manchado de sangre, sobre el suelo. Lo recogió con cuidado, tratando de no contaminar la evidencia con sus huellas dactilares. Era una fotografía, una instantánea de ellos, tomada hace años, en una época en la que aún eran jóvenes, aún eran Robin y Raven, aún no se habían perdido en la vorágine de la vida adulta. En la fotografía, se podía ver la sonrisa de ella, la alegría que aún reflejaba su mirada.

La imagen se borró de su mente en un instante, reemplazada por la visión de una mancha oscura sobre la alfombra roja de su dormitorio. Su corazón se encogió.

"Amada", volvió a murmurar, su voz ahora más fuerte, más urgente, pero la respuesta fue el silencio.

Al acercarse a la mancha de sangre, se quedó petrificado. Era su esposa. Yacía en el suelo, su rostro pálido, sus ojos cerrados, su cuerpo inerte.

"No", un grito seco, un jadeo de dolor, escapó de sus labios.

Se arrodilló a su lado, la tomó en sus brazos, buscando algún signo de vida, alguna señal de que todo era una pesadilla. Sus dedos acariciaron su rostro, buscando algún pulso, alguna señal de que aún respiraba.

Y entonces, ella abrió los ojos. Sus ojos violeta, siempre tan intensos, ahora estaban llenos de dolor. "Slade..." murmuró, su voz apenas un susurro que se desvaneció en el silencio.

Damian la abrazó con fuerza, sintiendo la fragilidad de su cuerpo, el calor de su piel, la vida que aún latía débilmente.

"Amada, estás bien", dijo, tratando de calmarla, pero ella ya había cerrado los ojos, volviendo a sucumbir al efecto de la herida.

El miedo, la culpa, la angustia se apoderaron de él. La llevó en brazos hacia el ascensor, sintiendo el peso de su cuerpo, el peso de su responsabilidad, el peso de su amor.

"Llama a una ambulancia", ordenó al portero del edificio, sin esperar respuesta, la llevó al taxi y la condujo al hospital más cercano.

En la sala de espera, el tiempo se congeló. Damian se aferraba a la mano de Raven, buscando alguna señal de que ella aún estaba allí, pero solo encontró el frío de su piel. Su corazón latía con una intensidad que le impedía pensar con claridad.

De pronto, la puerta se abrió y su padre, Bruce Wayne, apareció acompañado por sus hermanos, Tim y Jason. El dolor era evidente en sus rostros, el miedo que se ocultaba en sus ojos se reflejaba en el suyo.

"Damian", dijo Bruce, acercándose a él con una mirada compasiva. " ¿Qué pasó?"

Damian, sin poder encontrar las palabras para describir la tragedia, solo pudo asentir con la cabeza.

"La señorita Roth está en una habitación de cirugía", informó uno de los médicos, con una expresión grave. "La han trasladado inmediatamente. Estamos haciendo todo lo posible."

Las horas se convirtieron en una eternidad. Damian, su familia y los Titanes que aún se mantenían en contacto, se aferraban a una esperanza que se desvanecía con cada segundo que pasaba.

Finalmente, el médico apareció en la sala de espera. Su rostro era inexpresivo, pero los ojos, cargados de compasión, lo decían todo.

"Logramos estabilizarla", dijo, su voz apenas un susurro. "Pero está en coma. Las heridas eran graves. Y..."

Su voz se apagó. Damian sintió una punzada de miedo, una sensación de vacío que lo inundó.

"Y...", repitió, con la voz ronca, " ¿qué pasó con... con...?"

"Con el bebé", dijo el médico, sus palabras como un golpe de puñal en su corazón. "No pudimos salvarlo."

Damian, sin poder creerlo, se quedó petrificado. Raven estaba embarazada. Lo había mantenido en secreto, queriendo darle una sorpresa. Pero la sorpresa se había convertido en una tragedia.

"¿Qué?", murmuró, su voz apenas un susurro. "No lo entiendo."

El médico, comprendiendo su dolor, solo pudo asentir con la cabeza. "No hay nada más que podamos hacer. Lo siento mucho, Damian".

Damian, con la mente en blanco, se desplomó en una silla. El mundo se había convertido en un abismo de dolor, un vacío que lo engullía.

Raven estaba en coma. El bebé que esperaban, el fruto de su amor, se había ido.

Su corazón, roto, no encontraba consuelo.

Damian entró a la habitación de Raven con paso decidido, un torbellino de emociones luchando en su interior. La habitación, blanca y aséptica, olía a medicamentos y a desesperación. En la cama, Raven yacía inmóvil, conectada a un sinfín de cables y tubos que le recordaban lo frágil que era su estado.

Su rostro, siempre tan lleno de misterio y belleza, ahora era pálido como la luna, sus labios finos estaban ligeramente entreabiertos como si buscara una respuesta que no llegaba. Sus ojos, siempre tan intensos, tan llenos de vida, estaban cerrados, ocultos bajo las sombras de la inconsciencia.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Damian al observar el vendaje que cubría su vientre. La imagen del médico anunciándole que el bebé que esperaba no había sobrevivido, se volvió a instalar en su mente como un espectro.

"Amada", murmuró, su voz áspera, llena de dolor. "Despierta, por favor, despierta."

La tomó de la mano, buscando alguna respuesta, alguna señal de que lo podía oír. Pero su mano estaba fría e inerte, un recordatorio cruel de la realidad que lo rodeaba.

"Eres fuerte, Beloved", le susurró, tratando de aferrarse a la esperanza. "Eres una guerrera. Vas a superar esto."

Pero en lo profundo de su corazón, sabía que las palabras eran solo un intento de consuelo, un espejismo en un desierto de desesperación.

Un odio feroz lo consumió. El odio a Slade, el responsable de la tragedia. Slade, el hombre que se había atrevido a atentar contra la vida de su amada, que le había arrebatado el futuro que habían soñado.

"Te juro, amada", le susurró, su voz llena de rabia. "Le haré pagar. Le haré pagar por lo que te ha hecho. Por lo que nos ha hecho."

Damian se sentó junto a la cama, su mirada fija en el rostro de Raven, lleno de determinación. No descansaría hasta que Slade estuviera tras las rejas, no descansaría hasta que él hubiera vengado la muerte de su hijo y la agonía de Raven.

Su corazón, roto en mil pedazos, se aferraba al juramento de venganza. Era el único consuelo que encontraba en medio del dolor, la única luz que lo guiaba en la oscuridad.

"Te vengaré, mi amor", murmuró, su voz llena de un dolor que solo él podía sentir. "Te vengaré a ti y a nuestro hijo."

En ese instante, Damian Wayne dejó de ser el vicepresidente de una empresa multinacional, el hombre que había renunciado a su manto de héroe. Se convirtió en un vengador, un espectro que perseguiría a Slade hasta el final de sus días.

La habitación se llenó de un silencio que parecía gritar el dolor de Damian. Un silencio que resonaba con la promesa de una venganza implacable.

Continuará

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